EL MURO DE BERLIN DE LA CIUDADANÍA

Por Max Oñate Brandstetter

“El hombre civilizado ha cambiado
una parte de posible felicidad
por una parte de seguridad”
Freud

En este último periodo han ocurrido fuertes movilizaciones, a tal punto que pareciera que cualquier actor político puede poner en circuito sus propias reivindicaciones, teniendo o no la relevancia nacional necesaria para mutar desde el gremio movilizado a un completo movimiento social.

Tras la última movilización de “No + AFP”, podemos afirmar que aparentemente, la apuesta de las vocerías y las bases (aquellas orgánicas que generan las vocerías) es la utilización dosificada de la fuerza de la movilización, con la idea de no desgastar la fuerza obtenida, a fin de no quedar en la órbita de la impotencia política.

Luego de estas demostraciones de revalidación social contra el capital financiero, hemos visto los paros extensos del sector público; que tras el rechazo de la negociación por parte del poder legislativo, por fin se ha firmado el acuerdo que pone fin a la movilización, aunque en la realidad la movilización se materializa en plena calle, en las afueras del palacio de gobierno.

La mutación política del parlamento es bastante extraña y tiene 3 figuras diferentes:

1)  Al comienzo de esta movilización, el parlamento (mediante el meta relato) aparentaba ser un ente defensor de la ciudadanía y que ésta necesita de los servicios públicos, por lo que cualquier movilización y rebeldía es inaceptable; por tanto no se negociaría.

2)  Se firma un acuerdo entre el oficialismo y la oposición, sabiendo de ante mano la reacción que provocaría en el actor político movilizado (pues la reivindicación era mayor que el reajuste del 3,2%) y sin transparentar que el reajuste incrementará la dieta parlamentaria de cada miembro, pues la figura legal es de “funcionario público” aunque ellos posean plena autonomía y no tengan jefes (característica principal de la democracia representativa y que ha creado la crisis de legitimidad)

3)  Tras todo lo ocurrido, han decidido levantar un muro, más bien un vidrio, que cuesta 25 millones de pesos, que impide escuchar los gritos descontentos contra los parlamentarios, así como también impide la caída de objetos por parte del público.

Es una mala señal el levantamiento de este muro que separa a la ciudadanía y a la elite política, pues no garantizará mayor legitimidad ni mayor transparencia. Todo lo contrario, esa teatralidad política señala que existe dos mundos distintos dentro de un solo país y este tipo de escenas no acabará con la falta de participación, legitimidad y movilización antagónica frente a la democracia representativa y el funcionamiento nacional del capital financiero.
El autor es Cientista Político, licenciado de la Universidad Academia Humanismo Cristiano.