Por Carlos Romeo
Todo parece indicar que el triunfo electoral de Donald Trump, multimillonario iconoclasta, que decidió por sí mismo incursionar en la política estadounidense desde fuera de ese mundo profesional, un “outsider”, o sea uno venido desde fuera, como se dice en ese país, constituye un momento de posible cambio trascendente de la historia política de ese país, al menos de la que aconteció durante el siglo XX y lo que va del XXI.
También la explicación de su triunfo electoral se debería, según se dice, al voto de los estadounidenses frustrados por la incapacidad del sistema político tradicional para resolver sus crecientemente angustiosos problemas, como fue capaz de hacerlo en la posguerra cuando el “american way of life” era el paradigma para el mundo y en particular para nosotros los latinoamericanos.
Lo inquietante de lo que acaba de suceder, al menos para mí, es que me recuerda una coyuntura similar acontecida en la Alemania con posterioridad a su derrota en la Primera Guerra Mundial. Al demoledor golpe recibido en su orgullo como nación vanguardia en los logros de la civilización occidental y como potencia militar que reclamaba su correspondiente parte del mundo colonizado por occidente, la obligación de pagar las enormes sumas exigidas por lo vencedores como compensación por los daños ocasionados por la guerra, que genero una hiperinflación incontrolable, llevo al pueblo alemán en su conjunto a una profunda frustración que constituyo el caldo de cultivo de un nuevo partido político creado por un líder cuyo lema fue “Alemania por encima de todo” y la necesidad de “Un espacio vital” adicional para los alemanes más allá de sus fronteras. Así, surgió y se desarrolló como una metástasis cancerosa, el partido Nacional Socialista, nazi, y su creador y líder, Adolfo Hitler, logro ser el dirigente político indiscutido y amado hasta por los cultos y sofisticados alemanes.
De lo dicho no deduzco que Trump vaya a liderar al pueblo norteamericano para invadir México, Canadá o la Siberia. Lo sorprendente del caso es que pretende hacer todo lo contrario: nada menos que “desneocolonizar”, perdónenme el termino, el Tercer Mundo y China, de la presencia en ellos del capital y de la tecnología estadounidense para que regrese a su “patria” de origen, aunque el capital no tiene ni patria ni bandera, y emplee a trabajadores estadounidenses hoy cesantes. También, quiere construir un muro a lo largo de la frontera que aísle a los Estados Unidos de México y Centroamérica desde donde provienen los inmigrantes que invaden su país, quitándole el trabajo a los norteamericanos y contaminando a la sociedad con delincuentes.
Si hacer América nuevamente grande fuera eso solamente en lo que se refiere a política exterior, no habría de que preocuparse fuera de los EE.UU. Pero resulta que nadie manda al capital salvo sus dueños y para moverlo hace falta crear condiciones mejores de las existentes en donde está radicado, con lo cual Trump deberá convertir a los EE.UU. en un “paraíso fiscal”, ofreciendo beneficios fiscales y salarios atractivos para moverlo. Allá él, y veremos cómo puede tener suficientes recursos para su presupuesto fiscal, a menos que para ello recorte los gastos destinados a ayudar a los más necesitados, vale decir a los propios frustrados que lo eligieron.
En cuanto a detener la inmigración de latinos, como se los llama, sería conveniente que aprendiera la lección de los europeos al respecto, quienes pese a todos sus recursos y al mar Mediterráneo de por medio, no pueden impedir la creciente invasión de los inmigrantes provenientes de Asia, el Medio Oriente y de África. Los mueve el más fuerte de los instintos, la necesidad de alimentarse junto a los suyos.
Nuevamente recuerdo lo que Fidel nos dijo cuando estábamos entusiasmados por la elección de Barak Obama, un negro inteligente, lleno de promesas, y nos recordó que la Presidencia de los EE.UU. es un cargo que se obtiene por elección para dirigir la expresión política del imperio norteamericano, la gran empresa imperialista, y que eso es lo que haría, como sucedió efectivamente durante sus casi ocho años en el cargo. Y eso es lo que tendrá que hacer Trump, que para ello ha sido elegido, aunque él no lo sepa o crea que podrá hacer lo que mejor le parezca. Pese a su actitud de iconoclasta “tendrá que entrar por el aro”. No es un emperador romano resguardado por su guardia pretoriana, sino que un Presidente inmerso en un sistema político en donde todavía mandan Republicanos y Demócratas en el Congreso y en el aparato judicial norteamericano, país en donde, por el momento, ocurrió una sorpresa y nada más. Esperemos que no pase de allí, aunque constituye una señal de un posible cambio futuro en el sistema político norteamericano si el imperio sigue en su declive.
Para nosotros, los que vivimos en la isla de Cuba, será una experiencia más, como lo fueron los gobiernos de Nixon, los dos periodos de Reagan y los dos de Bush hijo. En Cuba estamos preparados para afrontar cualquier ciclón, sea este meteorológico o político.
La Habana, 9 de noviembre del 2016