UN MALDITO CONTROL Y LA CIUDADANÍA

Por Cristian Cottet

La ciudadanía se ejercita desde múltiples espacios, formas y articulaciones sociales, una de ellas es desde la economía de un país.

Estas mínimas certezas apuntan a un eje central en el desarrollo del ciudadano, a saber, la expresión material del ciudadano-consumidor. En estas notas se pretende descifrar las relaciones que se establecen entre este ciudadano con la institución empresa y el rol que el Estado juega en ellas.

El crecimiento de la ciudad es una cuestión que afecta a todos los que habitan en ella. La ciudad, que en sus orígenes significara un encuentro directo y corporal de los ciudadanos, hoy obliga buscar nuevas formas de relación, sean éstas por presencia o ausencia, lo que viene a manifestarse en planos diversos como el transporte, la economía, las relaciones humanas, las comunicaciones, etc. Este cambio a veces imperceptible distancia al ser humano de un otro conviviente en esta ciudad y obliga al conocimiento y control de este desarrollo urbano. Al ciudadano de ayer, definido primero sólo como habitante, luego como ser político, hoy se le confieren derechos que desbordan estos límites. El ciudadano de hoy debe enfrentar, en esa cotidianidad, la convivencia con otros elementos que movilizan su sociabilización en zonas desconocidas y, hasta hoy, poco estudiadas. El ciudadano-consumidor participa así en la confrontación con ese otro fenómeno propio del capitalismo: la Empresa.

Así, la relación entre el Ciudadano y la Empresa se ve mediada por el Estado, organismo que regula, a uno, el cumplimiento de su rol como consumidor y al otro su rol de proveedor. El Estado es hoy la bisagra de encuentro entre ese ciudadano cada vez más controlado y la Empresa cada vez más protegida. Esta relación múltiple lleva a un tipo de ciudadano determinado por la frustración, desprovisto como individualidad de eficientes instrumentos que resguarden su integridad como tal y que por esto debe, también cotidianamente, convivir con el sentimiento de aplastamiento social que le ha llevado al desapego social, al des-encuentro con ese “otro” conviviente de la ciudad. Así, el crecimiento de la ciudad ha significado un empequeñecimiento del habitante.

Con el advenimiento de la sociedad burguesa y su proyecto cultural, caratulado de modernidad, se ha instalado un nuevo perfil y significación del ser humano: el ciudadano. Así, la ciudadanía (como ejercicio de esa categoría) es uno de los conceptos más dinámico y resignificado en el proceso de consolidación capitalista. El lugar del hombre en este nuevo estado histórico-social ya no es el de aquel despojado de libertad y en manos de la gestión mágica de los dioses, muy por el contrario, ahora ese hombre es posesionario de nuevos deberes y derechos, de nuevas libertades y prohibiciones, de reformuladas fortalezas y angustias, de pertenencia y libertad de encuentro entre ese ciudadano cada vez más controlado y la Empresa cada vez más protegida. Esta relación múltiple lleva a un tipo de ciudadano determinado por la frustración, desprovisto como individualidad de eficientes instrumentos que resguarden su integridad como tal y que por esto debe (también cotidianamente) convivir con el sentimiento de aplastamiento social que le ha llevado al desapego social, al des-encuentro con ese “otro” conviviente de la ciudad. Así, el crecimiento de la ciudad ha significado un empequeñecimiento del habitante.

El ciudadano se encuentra entonces frente a un infinito de posibilidades que se transforman y recomienzan a cada giro de la historia de esa sociedad. Dispuesto a participar, el ciudadano, debe enfrentar el límite, la franquicia, el control que ese otro instrumento de poder, el Estado, viene a instalarle. La relación entre ciudadano y Estado no ha sido nada de fácil en lo que va corrida su común historia. ¿Cómo debe vivir esta ciudad el ser humano que ahora es ciudadano? ¿Cómo habitarle y hacerla suya esta nueva concepción?

Estas preguntas no son casuales sino más bien causales de conflictos y resignificaciones de la calidad de ciudadano. Chile hoy está en proceso de rediscutir este concepto de ciudadano en torno a otros parámetros: se habla hoy del elemento de consumo, de pertenencia a minorías o de regionalismo, cuestiones que nuevamente nos imponen mirar con un nuevo arsenal conceptual y teórico la ciudadanía.

En este contexto, la relación de este ciudadano, que cada día fuerza e impone nuevos desafíos a su praxis ciudadana, con el Estado se ve tensada por los requerimientos de aquel ente impersonal y difuso jurídicamente que es la empresa. Para ella (la empresa) el ciudadano es un consumidor y el Estado es un instrumento regulador, por esto la relación de ella con cada uno será disímil y con intereses siempre confrontados.

La instalación de un sistema económico capitalista en Chile genera, por un lado, disímiles instrumentos de acumulación de capital siendo uno de ellos (quizás el más importante) la Empresa. Por otro lado este sistema ha ubicado al ser humano en un rol participativo que va adquiriendo novedosos funcionamientos de acuerdo a los requerimientos de crecimiento social y económico. Así, la “ciudadanía” se ha transforma, en las últimas décadas, en el paradigma de integración nacional que se renueva de acuerdo a las formas propias de cada periodo histórico-económico. Así como la pertenencia a una localidad puede haber sido el punto de arranque de esta ciudadanía, ésta se ha enriquecido con nuevos requerimientos tensándose en cada aspecto que esos requerimientos le presentan.

Hoy no sólo se puede hablar de un ciudadano social o político, dado que fenómenos como el consumo se han incorporado en el debate, que le da forma y le actualiza. El ciudadano (nombre que se le da al participante de la Nación) se ve constantemente tensado y requerido frente a nuevos desafíos.

De una parte se le endosó el derecho a voto, luego este ciudadano tomó la decisión de no votar (Chile y muchos otros países han seguido este camino. Después se le agregó la libertad de circular por todo espacio público, pero ese ciudadano se encerró en una casa. Luego se le enseñó a consumir mercaderías que no siempre servían para algo, pero también volvió la cara a ese nuevo derecho.

Hoy el ciudadano es un sujeto que transita cada día desde un punto a otro de la ciudad sin siquiera levantar la cara para reconocer su “otro” que lo hace diferente. Mueve mecánicamente un par de dedos, apunta su mirada a una pequeña pantalla y escribe la palabra MIERDA con errores ortográficos.