Por Carlos Romeo
La reelección de Sebastián Piñera como Presidente de Chile trae a mi memoria el título de la película de Buñuel “El discreto encanto de la burguesía” toda vez que Piñera es un burgués, pero con unos 2.500 millones de dólares de fortuna personal, arduamente ganados en el ambiente competitivo del capitalismo, variante neoliberal post “era de Pinochet”. El mensaje subliminal del triunfo electoral de Piñera es “si él pudo, cualquiera puede” y por tanto, estando al timón de nuestro país, habrán condiciones para que eso se cumpla. Por lo demás, la existencia del “barrio alto” de Santiago, en donde hay poco smog, aparentemente así lo demuestra.
Que una pequeña fracción de la población concentre el grueso de la riqueza nacional, por lo cual el resto es lo que le queda a la gran mayoría, es un abstracción estadística que si bien describe el hecho, al parecer no está presente en la mente de la población chilena, salvo como la constatación de que el mundo es así y qué podemos hacer ante esta realidad objetiva que siempre hemos constatado. Y es verdad, esas grandes mayorías están condenadas a nacer, vivir y morir para trabajar para quienes los emplean a su conveniencia, con lo cual son indispensables, pero sin salirse del rol para el cual fueron destinados cuando sus padres los engendraron, perpetuando esa relación de dependencia de quienes tienen la posibilidad a la par que la necesidad imperiosa de contratarlos.
Ese es el marco general dentro del cual se reproduce incesantemente la vida de los chilenos desde que los patriotas de aquel entonces lograron nacionalizar esa relación de dependencia entre los que tienen y los que no tienen para vivir y ganarse la vida de manera independiente, que bien miradas las cosas, fue en esencia lo que aconteció con la independencia lograda hace ya casi dos siglos del imperio español.
Una vez, hace ya 44 años, un 38 % de los electores en aquel entonces puso en duda la inevitable vigencia de esa realidad sustantiva de la sociedad chilena y todos recordamos la violenta reacción que hubo ante esa idea por los que la consideraron una blasfemia que debía ser curada con los viejos y expeditos métodos del Santo Oficio, más conocido como la Inquisición. El proceso rectificador se extendió durante 17 años, tiempo suficiente para prácticamente eliminar a todos aquellos que pregonaban ideas extrañas venidas desde otro continente y que ya habían contagiado a la población de una pequeña isla en el Caribe, devenido foco infeccioso imposible de ser eliminado por haber devenido congénitas.
Tan drástica fue la cura que las nuevas generaciones de políticos chilenos, ,conjuntamente con los pocos sobrevivientes de la era anterior, nunca más siquiera pensaron en esas ideas que provocaron la cauterización a sangre y cárcel del cuerpo social chileno. Por tanto, se sucedieron gobiernos de distintas tonalidades -pero siempre muy alejas del rojo, color asociado al pensamiento blasfemo- de los cuales sinceramente se puede decir al respecto que “era lo mismo Juana que su hermana”. Con lo cual lo que acaba de suceder en Chile el pasado 17 de diciembre del 2017 es que nuevamente salió elegido alguien que sigue esa pauta, vale decir y repito, que da lo mismo Juana que su hermana salvo diferencias no esenciales. Quizás lo positivo del acontecimiento es que se aprecie mejor la “hermandad” de este nuevo gobierno con los anteriores.
Hace unos pocos años salieron en manifestación por las calles de Santiago los jóvenes estudiantes de secundaria y de las universidades conducidos por líderes salidos de esos estamentos, que posteriormente merecieron ser elegidos parlamentarios con altas votaciones y que han logrado una significación política tal que les ha permitido emprender la organización de una nueva fuerza política nacida precisamente de una lucha por el cambio de lo que se considera “natural”, la apariencia del orden neoliberal. Quizás, y solo digo quizás, sean capaces de poner en cuestión en la mente de los condenados a trabajar para otros, que es posible lograr cambios y que como se dice en donde vivo “Si se puede”.
La Habana, 20 de diciembre del 2017