REFLEXIONES CONMEMORATIVAS

Por Carlos Romeo

Cuatro conceptos vinculados entre sí como lo demuestra la historia. No hay revolución sin ideología y no ha habido revolución sin líder y todo líder ha sido la cabeza y el inspirador de una revolución. Hablamos de verdaderas revoluciones, como la rusa, la china, la vietnamita, la cubana, y hasta podríamos extender el concepto a las protagonizadas por Nasser en Egipto, Gadafi en Libia y Gandhi en la India. Y el partido deviene una necesidad organizativa a los efectos de poder expresar la fuerza política basada en la unidad de acción de quienes comulgan con la misma ideología y siguen al mismo líder en la prosecución del objetivo político común.

Que yo sepa, jamás en la historia de Chile se ha producido esta conjunción de los cuatro elementos para que ocurra una revolución. El episodio que más se acercó a esta definición fue lo que ocurrió cuando Allende ganó la elección presidencial en 1970 con un programa que se proponía establecer las bases necesarias para en el siguiente periodo presidencial iniciar el establecimiento de una sociedad socialista, supuestamente “a la chilena”, mediante un proceso revolucionario de “empanadas y vino tinto”.

Allende devino inevitablemente un líder, pero con el respaldo de seis partidos políticos diferentes, formalmente unidos en la UP, Unidad Popular, pero en realidad conservando cada uno su propia dirección y su propia concepción y línea de acción política concreta. Y Allende, político formado en la tradición política chilena, respetó el hecho de que él había sido el candidato de 6 partidos políticos diferentes y que, por consiguiente, su dialogo con el pueblo para quien era un líder, pasaba por la aceptación de sus planteamientos e ideas por parte de esos 6 diferentes partidos. El liderazgo personal cedía ante la tradición de una práctica de hacer política a través de los partidos por encima de liderazgos personales, tradición ausente en la historia política chilena. Hubo líder, pero no quiso comportarse como tal, y tampoco hubo partido único. Hubo ideología, pero sin liderazgo y sin partido revolucionario conducido por ese líder. En esas condiciones no pudo haber revolución y la demostración de ello es que lo que hubo no supo defenderse y fue aplastado sin que hubiera resistencia organizada.

Esa conjunción de factores si fue respetada por quienes tomaron el poder político en sus manos el 11 de septiembre de 1973. El liderazgo personal de una organización que actúa en política, en este caso las fuerzas armadas chilenas, se basó en la disciplina militar por la cual no se discuten las órdenes del comandante en jefe y la organización militar desempeño el rol de un partido político, en este caso homogéneo y disciplinado, cuya ideología era no solamente conservar la estructura social tradicional basada en la libre empresa, sino que llevarla al límite que preconizaba el pensamiento neoliberal. El resultado fue una revolución de derecha, o sea una contrarrevolución exitosa cuyas principales realizaciones neoliberales siguen vigentes en el Chile de hoy 44 años después.

En el plano teórico se podría decir que una contrarrevolución de derecha que logra acomodar la estructura económica con una ideología y una superestructura institucional compatibles, crearía las condiciones para una acción contraria, o sea una revolución que permitiera cambiar ese orden de cosas por uno que estuviera en concordancia con los intereses de las grandes mayorías nacionales de un país que tiene un record en materia de desigualdad económica. Si esta conclusión teórica fuera correcta, entonces habría que decir que durante los 27 años transcurridos desde que los militares dejaron de gobernar en Chile, los diferentes gobiernos que se han sucedido han esquivado esta exigencia de la lógica y simplemente han seguido dirigiendo al país sobre las bases que heredaron de los militares.

En verdad la práctica de la política en Chile volvió a ser la tradicional, aquella que se lleva a cabo únicamente a través de los partidos políticos, partidos que en esta etapa post contrarrevolucionaria, se han ido conformando algunos aprovechando solo un nombre ya tradicional, otros manteniendo públicamente una posición ideológica que los ha caracterizado formalmente en el pasado, y otros con nuevos nombre que se han formado como expresión de intereses económicos y sociales compartidos por sus integrantes ante determinadas coyunturas políticas.

“Mucho ruido y pocas nueces” y los resultados de encuestas como la reciente de la CEP referente a la opinión de los chilenos sobre su sistema político y sobre sus protagonistas, vale decir los políticos, esos seres que presuntamente representan las opiniones, deseos, proyectos y creencias de una población que dicen interpretar y gobernar, arrojan una valoración muy negativa de los resultados del sistema político chileno y de sus protagonistas. El nihilismo domina entre los ciudadanos chilenos en materia de política un año antes de que se inicie una nueva elección presidencial para el periodo 2018-2022 y confirmando lo dicho, los dos principales precandidatos hasta el momento son dos ex presidentes, uno que pretendió cambiar la herencia de los militares y no lo logro y otro que si defendió esa herencia como multimillonario exitoso que es. En síntesis, más de lo mismo, gane uno o gane el otro.

Chile sigue siendo un país sin un líder con un partido que tenga la ideología revolucionaria necesaria. Esa es su tradición en política. ¿Sera para siempre?

16 de septiembre del 2016