PROGRESISTAS Y POPULARES…TODOS DE CENTRO

Por Cristian Cottet

Poco a poco los aires de mal olor, traiciones o corrupción se van descubriendo y a la vez en-cubriendo con un velo de culpa compartida. Dicho de otra forma, si el asunto se mantiene en tres o cuatro “eventos” se salva el resto que observa con descaro desde la galería. Es de poca dificultad acusar al que todos acusan. Judas es el perenne monumento a la traición y el resto de “apóstoles” pueden dormir tranquilos mientras el acusado de las monedas continúe en pie.

Nuestro Judas del siglo XXI se pasea por La Moneda, por el Parlamento y por las casas de refugio de todos los partidos. En este contexto, existen dos fenómenos que, en teoría, debieran ser polos opuestos o por lo menos adversarios declarados del otro. Pero no, eso no es la lógica política. Hoy la izquierda solo quiere ser “progresista” y la derecha “popular”. Así, el escenario político manifiesta en su instalación una tendencia cada vez más gravitante al “centro político”. Nadie quiere ser reconocido como izquierdista o derechista, nadie quiere ser reconocido como devoto de Allende o de Pinochet, nadie se siente cómodo en esas categorías tan determinantes.

Lo que se busca hoy en día es estar y ser reconocido como de “centro”. La negación de Pedro y el suicidio de Judas son el paradigma que encubre hacer justicia y distribuir heroísmo. Sea con el nombre que sea, cada uno de estos actores políticos sacan provecho al centrismo higienizado de radicalidad que se ha empoderado en las miradas.

En este borroso escenario, hablar de “progresismo” es estar hablando solo, sin público ni destino. El “progresismo” en Chile no ha hecho otra cosa que ventilar las dudosas intenciones de aquellos izquierdistas que, con el pasar de la Concertación, se convencieron que “siempre habrá pobres” y eso les deja dormir tranquilos. Son una suerte de “buenos muchachos” que salen de noche solo para pasear al perro, miran a un lado y otro y finalmente se vuelven rapidito a su morada. “Mañana será más larga la caminata”, le dicen a su perro que le mira sin entender que es eso de “mañana”. ¡Si mañana es hoy, loco! Quisiera responderle el can.

Generalmente esos progresistas son profesionales, cuidan con celo la economía de la casa y, sin saber de cómo ni cuándo, salen con su domingo ocho. Definitivamente aquellos que se califican como progresistas de izquierda (es importante esa diferencia) no son más que un tropel de asustadizos que a la hora de participar de una velatón (ojo, que no dije barricada) cierran la puerta de su casa y apagan las luces. El objetivo político de este tipo de personas se sostiene solo en el objetivo de no ser calificados de “izquierdista”. Ellos son “progresistas” y con eso se duerme tranquilo. En el peor de los casos pueden reconocerse como “centro izquierda”, nada más.
Pero (estas cosas siempre traen un “pero” bajo el poncho), nada es perfecto y cuando aclaran y exponen su “progresismo” no pueden ocultar la marca que algún dirigente de su partido lleva en la frente. Las monedas de plata de Judas les delatan, cuando le hablan del doctor Salvador Allende le niegan tres y cuatro veces, rasgan vestiduras cuando acusan un dirigente de los sucios negocios con las pesqueras, con las mineras y cuanto delincuente con corbata se pasea por el barrio alto. Pero igual insisten que son… “progresistas”. La revolución y esas cosas, son un asunto pasado de moda.

Por la derecha tenemos la contraparte de este reconocimiento político, la “centro-derecha”. ¿Qué es eso de “centro-derecha”? ¿Acaso no existe la derecha y estamos destinados a un abismo de centrismo? Hasta ahora el único valiente que se reconoce y valida la Derecha (así, a solas… nada de Centro) es el senador Manuel José Ossandón. No hay más. Pero aquellos que quieran reconocerlo, lo hacen solo a la hora del té o de la merienda. El resto de la derecha, aquella de apellidos vinosos, aquella de los homenajes al general, aquella del silencio cuando la DINA o la CNI copaba una casa vecina, esa derecha ahora no existe, se niega asimismo, no se reconoce en su pasado latifundista y fascista. Son del tipo que ya no tienen una foto de Pinochet en la mesita de centro, o en el pasillo que conduce a los dormitorios. No, ellos son de “centro”.

Así, la centro-derecha y la centro-izquierda tienden a juntarse, a coincidir en las votaciones del Congreso, son el Big Bang de una nueva era de la política chilena, donde aquella que se encuentra acorralada o sorprendida “con las manos en la masa”, recurre al encubrimiento solidario. A estas alturas no debiéramos sorprendernos de los apoyos que pueden llegar a concitar.

Las excepciones en esta politiquería del encubrimiento existen, si, existen tanto en la “centro-izquierda” como en la “centro-derecha”, de otra forma esto que llamamos Chile sería una mueca de Alí Babá, porque reconozcámoslo, “el que roba a ladrón, tiene cien años de perdón”. Esto puede ser leído como una clave para entender que tanto un grupo de militantes del Frente Patriótico y el MIR se las jugaron cada uno por inscribir su partido. Los compañeros aún siguen reconociéndose como aquello: compañeros, no progresistas.

Abril 2016