Comentario Anibal Ricci
Piola, dirigida por Luis Alejandro Pérez, 2020
La historia transcurre en la comuna de Quilicura, refugio por ejemplo de los inmigrantes haitianos. Podría decirse que es una comuna de clase media con bolsones de pobreza a su alrededor. Los protagonistas (Martín, Charly y Sol) encarnan cierta heterogeneidad de sus habitantes, pero todos estos personajes se han divisado alguna vez el liceo.
Sol vive con su madre y ama a su perra Canela. Es la de mejor pasar económico, coquetea con un tatuador de piercing algo mayor y sus problemas son adolescentes. Su madre (que gran actriz es Paula Zúniga) habla con ella en los trayectos a bordo de un automóvil moderno, ambas enfocadas a través del parabrisas, hay un velo que las separa, Sol lucha contra pequeñas injusticias y su madre solo quiere protegerla.
Martín vive en una familia de cuatro. En su cuarto atesora equipos para componer sus rap y afiches de sus ídolos del hip-hop. Su padre le echa en cara que nada le importa y la familia está cambiando de casa ante un inminente embargo judicial. Se cambian a un departamento aún más pequeño. Para Martín el hip-hop es su hogar, los alrededores del barrio, su música, los amigos; el entorno familiar es sólo un lugar estrecho donde apenas se subsiste.
Charly es otro integrante del grupo De la Urbe (junto a Hueso y Martín), pertenece a un estrato social más bajo, con muchos más problemas que sus compañeros (tiene un hijo y trabaja en una hamburguesería). Se traga todo lo que lee en Facebook, pero también considera al rap como lo más importante junto al bienestar de su hijo.
La cinta está compuesta por seis historias que entrelazan sus existencias ante eventos aparentemente inconexos, pero urdidos a manera de mosaico, narrados con una precisión tipo Tarantino (Pulp Fiction).
Hay muchos temas expuestos: la incomprensión de la familia, del sistema formativo, de la policía, la delincuencia ronda el metraje, pero lo que abunda es la falta de oportunidades de esta juventud. No se profundiza en temas de iniciación como el sexo, sino que la pulsión se visualiza en los títulos de rap: Nadie nos va a parar; Sigo firme; Identidad, Sigue siendo crudo.
Para Martín el rap expresa la rabia contra el sistema, pero también poesía, lo verdadero… Es el lugar de pertenencia de este grupo de jóvenes que ven a su alrededor un mundo injusto, que hay que denunciar.
«Ojalá no tuviéramos que trabajar nunca… Ojalá pudiéramos vivir de la música». El hip-hop es su medio de expresión, más intangible, el padre de Martín le enrostra que nadie vive del arte, pero la música encuentra belleza en la precariedad, les ilumina el entorno.
Recuerda a ratos a la italiana A ciambra (2017) de Jonas Carpignano, los personajes viven en un paraje sombrío y de todas formas se reúnen a grabar un videoclip con una pose rapera que los integra al paisaje, en esos breves pantallazos de inconformismo se oye la voz de esta juventud atrapada entre la incomprensión y las drogas.
La invisibilidad de estos jóvenes pasa «piola» ante nuestros ojos, no es una cinta de denuncia propiamente tal, más bien es la búsqueda de una expresión que les inyecta vida, incluso dentro de Quilicura existe una radio Víctor Jara (acertado nombre), que les abre canales de comunicación dentro de la comunidad. «Los he escuchado antes», le dice Sol a Martín al interior del confortable habitáculo. Esta vez, la cámara traspasa el parabrisas y registra la comunión de estas vidas paralelas, el director afronta estas relaciones con cariño (los actores transmiten esa energía), pero también con humor (tenemos millones de neuronas; se me apagan los postes de luz).
El poder de la música los cohesiona y les da continuidad a sus vidas, la oyen en el estudio, Charly la sintoniza desde su hogar y Sol al interior del auto de su madre.
«Ciudad culiá fea», cuatro jóvenes observando de espaldas un panorama desolador. Una ciudad donde existen jefes explotadores que los estrujan, donde hay racismo contra los inmigrantes, Charly y su celular abriga esperanzas delante de un mural descascarado.
«Déjame piola» es una actitud, un grito a la sociedad pidiendo un pequeño espacio para existir. Los tres del grupo avanzan con el Rata y su cámara, una toma frontal de sus piernas avanzando a pesar de la adversidad, la música se volverá atmosférica cuando la policía detiene al Rata y las imágenes capturadas.
Mientras huyen de la policía, Sol casi los arrolla (Martín y Charly), los sube al auto y divisan a un par de jóvenes arrojando gatos a los cables eléctricos.
«Qué hueá tienen en la cabeza», los increpa Sol. Los delincuentes sacan un cuchillo, amenazan, y Martín empuña el revolver que ha cargado todo este tiempo. Aquí se expresa la rabia: de Sol contra los torturadores de animales y de Martín que se dará cuenta que estuvo a punto de disparar.
Las vidas de estos jóvenes siempre viajan al límite, al borde del sonido del tren que pasa arrollador. Charly le confiesa a Martín que visitó a su hijo, para explicar su ausencia en la entrevista, se lo debe a su amigo. Los tres deciden nombrar «Tren» al gatito que salvaron, un recuerdo de lo fugaz de sus vidas.
«Ya poh, Jodorowsky, apaga el poste», nuevamente el humor, la vida es trágica pero no tiene sentido entramparse, la cámara se queda fija y el automóvil sale del encuadre. El poste de luz finalmente se apaga, expresando la complicidad del espectador con esta historia que se nos escurre tras los teclados y fraseo de «Tarde o temprano» (Rawcorp).
Ficha Técnica
Título original Piola
Año 2020
Duración 103 min.
País Chile
Dirección Luis Alejandro Pérez
Guion Luis Alejandro Pérez
Música Pablo Mondragón
Fotografía Simón Kaulen
Reparto Max Salgado, René Miranda, Ignacia Uribe, Javier Castillo, Steevens Benjamin, Andrés Rebolledo, Alejandro Trejo, Paula Zúñiga
Productora Otro Foco