Comentario Aníbal Ricci
El tesoro de Sierra Madre (1948), EEUU, John Huston
El salario del miedo (1953), Francia, H.G. Clouzot
El cine de perdedores coloca al espectador en los zapatos de personajes desarraigados, buscando desesperadamente nuestra empatía con ellos y generalmente rodea sus historias de cierto patetismo que expresa la vulnerabilidad frente a un entorno injusto.
Intentaremos condensar los lineamientos de este cine a través de dos magníficas películas clásicas: El tesoro de Sierra Madre (1948, John Huston) y El salario del miedo (1953, H.G. Clouzot). La peripecia de Huston aborda la fiebre del oro en una localidad de México; la de Clouzot utiliza como telón de fondo la explotación petrolera en un remoto pueblo de Sudamérica. La cinta francesa ya muestra elementos característicos de la nouvelle vague, temática social (crítica al capitalismo mostrando la explotación laboral de grandes transnacionales) y utilización del montaje para involucrar al espectador, muchas veces homenajeando a directores estadounidenses.
El filme de Clouzot obtuvo la Palma de Oro en Cannes y el Oso de Berlín (en respuesta a la cinta de Huston galardonada en los Globos de Oro y en los Oscar) e indudablemente es tributaria de El tesoro de Sierra Madre, esta última de mayor presupuesto.
Ambas películas sitúan su foco en personas desempleadas que piden limosna a los transeúntes, no tienen familia ni futuro y desempeñarían cualquier labor por unos cuantos dólares.
La película de Huston no es un western, pero está a la altura del paisaje; no es de corte espiritual, pero dibuja personajes arquetípicos; no pretende ser profunda y sin duda muestra caminos para afrontar esta vida.
«No he conocido a un buscador que haya muerto rico», dice Howard, el anciano buscador de oro que nos presenta Huston, justo en medio de un dormitorio para indigentes. Personaje central, el tesoro se esconde tras una vida de intensa búsqueda. No se refiere a la búsqueda de riqueza material, se refiere a «la búsqueda», esa que tiene mil formas diferentes y que debe ser emprendida por cada ser humano. Esconde la paradoja de que una buena búsqueda siempre va a traer consigo «riqueza», esa superior que proviene de la libertad del espíritu. El buscador no se cansará jamás, volverá a empujar la roca cuesta arriba (Mito de Sísifo), siempre querrá más. No es codicia: el buscador es ambicioso en la búsqueda, no en el fin.
Los arquetipos están muy bien definidos: Howard es el sabio, Curtin el bueno y Dobbs será el ladrón sin escrúpulos. Este último personaje (interpretado por Humphrey Bogart) es aquel que pretende beneficiarse del trabajo de los demás, creyendo que puede obviar el esfuerzo que hay que desplegar a través del camino. Curtin es ingenuo, no espera mucho de la vida y se conforma con poco. Howard sabe que los diez meses de sufrimiento y trabajo en la mina no fueron en vano, se ríe ante la naturaleza del viento que ha devuelto el polvo de oro a la montaña. Claramente, el perdedor está representado por Dobbs. No posee nada de valor, pero cuando acumula cierta cantidad de oro comienza a sospechar de sus socios y su espíritu se pierde, habla solo pues desconfía del resto y su paranoia acentúa rasgos egoístas y despiadados.
La película de Huston se centra en los cambios de personalidad de estos tres buscadores de oro. El director estadounidense contrapone las visiones humanistas de Howard y Curtin, le da un vuelo espiritual al camino que emprenden y lo contrapone al mundo que se estrecha a cada paso que interpreta Dobbs.
H.G. Clouzot utiliza el mismo recurso: representar el cambio de personalidad de los perdedores, aunque la visión del galo es más patética y ninguno de sus personajes saldrá bien librado en su batalla contra la vida.
La cinta de Huston trabaja en función del miedo a perderlo todo, pero sólo el ladrón será incapaz de descubrir la «riqueza» del camino emprendido, en cambio el director francés despliega las acciones en torno a otro tipo de miedo: la muerte que los puede alcanzar en cualquier instante.
Mario, Jo, Bimba y Luigi luchan contra el hambre, de manera más desesperada que los personajes de Huston. Se incendia un pozo de petróleo y ellos emprenden la tarea de trasladar nitroglicerina a través de tortuosos caminos con el fin de aplacar el fuego mediante una gran explosión.
El señor Jo es el más viejo (no el sabio de Huston), el más rudo del pueblo, pero lo invade el miedo al trasladar el peligroso material. Mario (Yves Montand) le tenía respeto, pero en estos tiempos definitorios, la falta de consciencia de Mario lo hará más valiente y terminará burlándose de la cobardía de Jo.
Los primeros planos de El salario del miedo en sus momentos álgidos recuerdan a grandes cintas del neorrealismo italiano, no en vano la nouvelle vague es la respuesta francesa ante ese movimiento. La segunda parte de la película de Clouzot se enmarca en la acción trepidante, no da respiro y transcurre en tiempo real durante unas horas frente al volante. Los personajes están atrapados por el miedo, pero no tienen espacio para pensar. El final algo forzado, aunque consistente con el tono patético, impide que el personaje de Mario logre su objetivo: ha perdido a su amigo y el dinero no será suficiente recompensa. La miseria de su origen lo contamina todo y no podrá escapar de su aciago destino.
El cine noir le debe mucho a esta cinta de Clouzot, que hace que el espectador permanezca pegado a su butaca a costa de una historia muy sencilla, donde el miedo a perder la vida definirá a los personajes.
La visión de Huston encierra una posibilidad de aprendizaje a través del viaje para estos perdedores, en cambio para Clouzot el recorrido no será suficiente para escapar de la miseria.