PASADO, PRESENTE Y FUTURO

Por Carlos Romeo

Una vez más Raúl en su discurso inaugural del VII Congreso del Partido Comunista de Cuba, se fue por encima y más allá del pensamiento de la burocracia del Partido que preparó los documentos para el evento. Las razones, en Cuba todos las conocemos: no tiene miedo ni a los cambios ni a equivocarse. Raúl es “fundador” de la Revolución Cubana desde sus inicios en 1952, devenido su segundo jefe indiscutido por sus propios méritos (es una casualidad biológica que sea hermano de Fidel) y el mismo ha decidido poner término a sus funciones de máximo dirigente del Estado y del Gobierno dentro de dos años. Por lo demás, siempre “se la ha jugado” por sus ideas. Por mucho que lo envuelva el color rojo del comunismo, nada le ha hecho perder en su interior el color verde olivo que adquirió durante la lucha guerrillera, de la cual, hay que reconocerlo, el inspirador y creador de esa forma de hacer política fue su hermano Fidel.

En el 2006 tuvo que reemplazar a Fidel como Presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministro, funciones para las cuales se empezó a preparar desde 1952 bajo las enseñanzas y la guía de Fidel. No es muy conocido en el exterior de Cuba su desempeño como jefe del Segundo Frente Oriental que tuvo que crear por orden de su jefe.

“El 27 de febrero de 1958 fue nombrado comandante y se le asignó la misión de cruzar la antigua provincia de Oriente, liderando una columna de guerrilleros, para abrir el Segundo Frente Oriental «Frank País» -en honor a un líder de la clandestinidad asesinado por las fuerzas batistianas en la ciudad de Santiago de Cuba- hacia el noreste. En ese frente, Raúl organizó y estructuró un verdadero gobierno en los territorios liberados, creando incluso la Fuerza Aérea Rebelde, y las primeras instituciones de inteligencia y policía de los revolucionarios, además de departamentos de sanidad, educación, etcétera.”

Demostró así en la práctica sus condiciones de jefe y organizador, y su fuerza de voluntad, que el resume en la frase “siempre se puede más”, que prosiguió como jefe de las fuerzas armadas cubanas.

Por consiguiente, su ascensión a los cargos de máxima dirección política en Cuba el 2006 cuando Fidel cumplía 80 años de edad y una grave enfermedad lo obligo a retirarse, fue una prolongación de 10 años, hasta ahora, del estilo de dirección y de los objetivos revolucionarios de Fidel.

Pero el paso del tiempo es implacable, hasta con la generación de los líderes históricos de la Revolución Cubana y el relevo es inevitable. Tres generaciones sucesivas han ocurrido desde el triunfo revolucionario en 1959. En efecto, el propio Raúl ya es abuelo, sino bisabuelo, y todos sabemos que ese fornido mocetón que siempre aparece con él en los actos públicos, obviamente en calidad de escolta, es su nieto, hijo de una de sus hijas.

Los miembros de la generación histórica tienen algo en común que, a mi juicio, los transformó y marcó para siempre, y les proporciona una manera común de enfrentar los acontecimientos, y es la vida como guerrilleros durante los dos años que duró la guerra para los más veteranos que desembarcaron del yate Granma el 2 de diciembre de 1956. Fue una experiencia que puede calificarse de traumática, que me tocó conocer por experiencia propia, pero en otras circunstancias.

“Generalmente se denomina trauma psíquico o trauma psicológico tanto a un evento que amenaza profundamente el bienestar o la vida de un individuo, como a la consecuencia de ese evento en el aparato o estructura mental o vida emocional del mismo”.

La vida guerrillera en el trópico es un regreso en el tiempo a condiciones de existencia humana propias de hace mucho tiempo atrás, cuando los hombres vivían en colectivos que llamamos clanes, bajo una organización en la cual primaba, ante todo, el sentido de pertenencia a él, a la par que la obediencia voluntaria al líder considerado como jefe por ser el mejor, y a la competencia interna por lograr el estatus más alto y reconocido en su interior. Un hombre tan parco y modesto como fue el Che, confiesa el sentimiento de complacencia y orgullo que sintió cuando Fidel lo nombro Comandante, y a su vez, quienes pudimos conocerlo a él y a sus subordinados, comprobamos como estos estaban dispuestos a cualquier sacrificio para “no fallarle al Che”. El jefe es jefe mientras pueda demostrar que sigue siendo capaz de ser jefe.

Las consecuencias de la etapa guerrillera constituyen un aspecto, a mi juicio muy importante, para comprender las características propias de la revolución cubana, que los intelectuales abocados a tratar de entenderla y explicarla no pueden percibir simplemente porque nunca pasaron por ese tipo de experiencia tan avasalladora. Y mucho menos los críticos.

El propio Che, guerrillero, pero también intelectual, nos dejó su visión de esta impronta cuando en su carta de despedida a Fidel le confiesa “Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente celeridad tus cualidades de conductor y de revolucionario.” En verdad, ¡quién podía tomar en serio la expresión de Fidel “! Ahora estoy seguro de que ganaremos esta guerra!”, cuando, después de la aplastante derrota de Alegría de Pío, en su encuentro con Raúl constata que solamente se han salvado del desastre doce hombres con siete fusiles. El propio Raúl confesó una vez que había creído que Fidel había quedado trastornado. Porque 25 meses después había logrado derrotar totalmente a 80.000 soldados, marinos, aviadores y policías, y devenido el líder indiscutible de su pueblo para llevar a cabo la revolución cubana. Había logrado hacer posible lo aparentemente imposible para todos los demás.

Esa experiencia, que proporciona una cierta manera de ver las cosas, de lo posible, aunque parezcan imposible, mantenida por sesenta años de victorias, con sus avances y sus retrocesos, esa visión “verde olivo”, desaparecerá con la generación de los líderes históricos de la Revolución Cubana y quedará para los sucesores como una visión “mitológica” de la historia vivida por sus antecesores.

Yo sigo a Raúl a solo dos años de distancia y a Fidel a siete, y por tanto viví esa etapa mitológica de la Revolución Cubana que se prolongó después del triunfo militar cuando las circunstancias llevaron al enfrentamiento de los habitantes de la pequeña isla con el Goliat americano y ya no puedo cambiar la manera que tengo de pensar. Por ello, en mi cercanía hay quienes me critican por mi manera de pensar el presente. Al recordar cómo era el mundo, la vida y mi propia manera de pensar cuando era joven, y lo comparo con el presente, no puedo dejar de reconocer que el futuro ya no es mi problema ni estoy en condiciones de imaginarlo. Cuando más, solo puedo pensar en una apertura como en el ajedrez, una buena y prometedora apertura, y hasta ahí puedo llegar. A las nuevas generaciones les corresponde vivir a su manera su propia aventura en el devenir de la historia.

La Habana, abril del 2016