MUJERES AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS

Comentario Aníbal Ricci
Mujeres al borde de un ataque de nervios, 1988, dirigida por Pedro Almodóvar

Carmen Maura vuelve a ser la piedra angular tras ¿Qué he hecho yo para merecer esto? (1984), pero esta vez se trata de un papel más brillante, que abraza la tragicomedia, con una veta indudablemente más divertida.

Desde los créditos adivinamos una cuidada puesta en escena en donde los elementos del cine almodovariano son más nítidos. El guion es lejos el más prolijo hasta la fecha, con excelentes parlamentos de los protagonistas, pero también de los importantes secundarios. Las historias de estos últimos están perfectamente justificadas y dan al reparto coral un trasfondo teatral.

Los personajes van confluyendo a un espacio único (el apartamento de la protagonista) donde nos encontramos con múltiples roles conversando sus respectivos puntos de vista y por contrapunto logrando pasajes realmente hilarantes.

El 90% de los papeles son mujeres y de uno u otro modo están sufriendo el abandono de sus respectivas parejas. Pepa es una actriz de doblaje que ha quedado embarazada y en un recorrido en primer plano de su cuerpo tendido en la cama entendemos que no está pasando por un buen momento.

Iván, su ex amante la rehúye y le pide que guarde sus cosas en una maleta. Pepa quiere comunicarle la noticia a toda costa, pero la incomunicación a través de mensajes en la contestadora está haciendo estallar sus nervios.

El sujeto se va de viaje con su nueva amante, mientras sus otras dos relaciones pasadas se celan entre sí. Es un mujeriego empedernido y no aguanta el conflicto. Prefiere dar vuelta la página y arremeter nuevas conquistas.

En las escenas de doblaje Almodóvar muestra su pasión por las películas antiguas y las voces se completan en ausencia ya sea de Pepa o de Iván, lo que da un tono melodramático a la separación.

Lucía representa a la esposa que ha enloquecido tras sucesivos engaños. Tras un tiempo en el psiquiátrico han ocultado la existencia de su hijo Carlos. Pepa se entera mientras husmea a la ahora ex esposa y dará la casualidad que Carlos intenta alquilar junto a su novia el departamento de Pepa.

Comedia de enredos donde un gazpacho adulterado con somníferos será el detonante. Candela, una de las amigas, se ha enredado con unos terroristas y cómo no, la policía irrumpe en el lugar preguntando por la llamada anónima.

La escena de Carmen Maura atravesando una calle desierta de Madrid nos impone una figura que desafía al patriarcado. Al principio está desesperada de su situación dependiente de Iván (su traje es el azul de la tristeza), pero los problemas de sus amigas y enemigas la irán despabilando para encarar una heroica irrupción en el aeropuerto con objeto de salvar la vida de Iván.

Pepa ahora luce un traje rojo y Lucía le vierte el gazpacho encima, todo en tonos furiosos. Se ha emancipado y asumido como mujer. En el aeropuerto se dará cuenta de que ya no siente nada por Iván.

Ya no querrá deshacerse de su piso con azotea y al regresar todo está desparramado menos ella que ha encontrado su centro.

La escena final en la terraza, en lenguaje distendido con la novia engañada por el hijo de Iván, aclara el punto. Marisa, mientras estaba adormecida, ha tenido un sueño erótico que la ha desvirgado y la verdad tampoco le importa que su ex novio haya hecho el amor con Candela.

Almodóvar ha crecido, sus planos ahora son limpios y cargados de colores contrastantes. La actriz Rossy de Palma asume una fealdad digna de Picasso y da un tono recargado a unos primeros planos notables.

El guion y las imágenes están bien equilibrados, una estética al servicio de un desparpajo que esconde un profundo mensaje político.

La película es un manifiesto feminista, donde las mujeres se empoderan y se hacen cargo de su sexualidad.