LAS MASACRES Y EL LIBRO DE NUNCA ACABAR

Por Fernando A. Torres, desde Estados Unidos

Me encuentro escribiendo un libro que no puedo acabar. Estoy tratando de escribir un minucioso libro sobre las masacres en este país y como cualquier otro autor, quisiera incluir lo mas reciente de estas tragedias. Por esa razón no puedo terminarlo – y esto refleja lo dramático del tema y la urgencia de alguna solución que esta sangrienta tragedia demanda – cada vez que pienso haberlo terminado, una nueva masacre ocurre.

Esta vez fue en el pequeño pueblo agrario de Gilroy, conocido como La Capital del Ajo. Desde 1979, a comienzos del verano, se celebra el famoso Festival del Ajo en donde los agricultores presentan sus mejores productos y connotados maestros de la cocina presentan sus mejores y deliciosas recetas. Tanto ajo que los vampiros no entran allí.

Pero no pasa lo mismo con la furia racista. Cuando quiere hacer daño penetra por cualquier lado. Y así fue el domingo pasado cuando el joven racista de 19 años Santino William Legan vestido con ropa de camuflaje militar, cruzó un pequeño riachuelo, rompió una reja y entro a la feria disparando con un rifle semiautomático comprado legalmente en Nevada hacia 20 días atrás. Legan disparó mas de doces veces antes que se le trabara el rifle. Después de repararlo siguió disparando hasta que tres de los guardias en los alrededores desenfundaron sus pistolas y comenzaron disparar. Legan cayó abatido segundos después. Todo había durado un minuto.

Pero todo fue muy tarde para sus víctimas: Stephen Romero de seis años, Keyla Salazar de 13 y Trevor Irby de 20. En el Centro Médico del Valle de Santa Clara fueron atendidos 19 heridos. dos de ellos en estado grave y uno en estado crítico. Cuando Barbara Aguirre, la madre de Stephen escuchó los disparos comenzó a correr con su pequeño en sus brazos. Mientras corría recibió balazos en la mano y en el estómago y según la familia, la misma bala que atravesó el estomago de Aguirre habría alcanzado a su hijo cuando ella lo cobijaba entre sus brazos.

Según variados medios, pocos minutos antes del ataque Legan habría publicado o se habría referido en su sitio Instagram a un manifiesto tipo libro pro-fascista y de supremacía blanca. La cadena de televisión NBC dijo que no dará a conocer el nombre del manifiesto para evitar sus distribución.

El manifiesto es parte de una técnica de reclutamiento, un plan que dura un año, ideado por los nacionalistas blancos para lograr adeptos en personas vulnerables a estos mensaje en foros atendidos por adolescentes. El libro incita a la violencia y la muerte en contra de personas no blancas y es considerada literatura básica necesaria entre los racistas neo-nazis y supremacistas blancos. Por muchos años la Nación Aryan y otros racistas blancos han estado usando Internet para difundir sus ideas.

La obsesión por las armas de fuego y sus fatídicas consecuencias; las masacres. Es uno de los problemas mas aterradores de la sociedad estadounidense y sobre eso versa el libro que no puedo acabar. El país mas poderoso del planeta se está convirtiendo en una ruleta rusa donde sus ciudadanos viven rodeados por el miedo de ser víctimas de la próxima masacre. El país del capitalismo y la sociedad de mercado se esta suicidando. La poderosa industria armamentista está desbocada, no pueden disminuir el ritmo de las ventas; necesitan vender mas y mas armas. Las masacres se han vuelto tan rutinarias que comienzan a ser parte del paisaje cultural del país. Después de una, las reacciones de los políticos de turno y entidades sociales son predecibles. Desde la Casa Blanca sale lo mismo: “vayan nuestras condolencias a los familiares de las víctimas. Todos serán parte de nuestros rezos y plegarias”. Estas frases se han vuelto tan habituales que se han convertido en un cliché absolutamente vacío.

De acuerdo a estudios del Centro de Investigación Pew, en Estados Unidos existe casi un arma de fuego por persona. A pesar de representar solo el 5% de la población mundial, el país posee casi la mitad de las armas de todo el planeta. El grupo demográfico más propenso a poseer armas de fuego es el de los hombres adultos blancos, casi la mitad de los cuales (48%) son propietarios de armas, en comparación con solo el 24% de las mujeres blancas y los hombres no blancos.

En este embrollo, los niños estadounidense son los inocentes mas afectados por la violencia de las armas de fuego. Se estima que cada año, 3 millones de niños estadounidenses están expuestos a tiroteos, más de 2.700 niños y adolescentes mueren y 14.500 quedan heridos a consecuencia de disparos. Ademas, el hecho de presenciar tiroteos, ya sea en sus escuelas, sus comunidades o sus hogares, puede tener un impacto devastador y duradero entre los chicos. Los niños expuestos a la violencia, al crimen y el abuso, son más propensos a las drogas, el alcohol, la depresión, la ansiedad y el estrés. Estos niños fracasan o tienen dificultades en la escuela y están propensos a inmiscuirse en actividades delictivas.

Las constantes guerras (los EEUU no han dejado de participar en una guerra o conflicto armado desde que se unieron como país en 1776), la violencia racista, y la violencia de Hollywood son también parte importante del problema. Esta vez Gilroy fue una embestida racista específicamente contra los Latinos. Hay que decirlo; el artificio retórico del presidente esta dando resultados. En el Valle Central, corazón de California, la mayoría de la población de Gilroy es latina. Los campesinos y trabajadores del campo son latinos. Funcionarios, políticos y prominentes personas llevan nombres y apellidos latinos. Es muy probable que si usted dispara en cualquier lugar le dé a un latino.

Este fue un ataque directo a los latinos y como ya lo hemos dicho en variadas ocasiones, está alimentado por la retórica de odio racista del presidente Trump; su odio contra los inmigrantes su odio contra los latinos, contra la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, contra la alcaldesa de San Juan, Puerto Rico, Carmen Yulín Cruz y cualquier otro latino que no se le arrodille frente a sus pies.

Fotografía: Stephen Romero, de seis años, una de las víctimas.

Fernando A. Torres es un periodista radicado en California.