EL MUNDO EN RECESIÓN

No existe ninguna duda que el mundo está enfrentando una recesión de gran envergadura. La magnitud de la caída, empezando por la de EE. UU., muestra la insolvencia de la afirmación de que una recesión se produciría si el producto es negativo dos trimestres consecutivos. Más aún, hay estimaciones que conducen a la conclusión de que luego se debe empezar a hablar de depresión, tal como en la década de los treinta en el siglo pasado. El derrumbe fue precipitado por un acontecimiento que no entra en los esquemas habituales de cómo se originan los procesos globales de caída en la actividad económica, sus impulsos o shocks iniciales. Los ejemplos nos llevan a tres casos recurrentes que son de demanda, de oferta y de política, producto estas de determinaciones de las autoridades macroeconómicas. En esta ocasión el factor desencadenante es una pandemia provocada por la rápida expansión a nivel planetario del coronavirus.

En los procesos actuales descendentes de la actividad económica influyeron las necesarias medidas para enfrentar la propagación del virus, las cuales condujeron a la paralización de actividades. Lo expresó claramente la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en el documento presentado el 26 de marzo al G20 de actualización a sus proyecciones económicas en el presente año.

“Las medidas cada vez más restrictivas –señaló- para contener el virus conducirán necesariamente a caídas significativas del PIB a corto plazo para muchas de las principales economías. Esto es inevitable -puntualizó su secretario general, Ángel Gurría-, ya que necesitamos continuar combatiendo la pandemia. A la vez que se hacen todos los esfuerzos para ser capaz de restaurar la normalidad económica tan rápido como sea posible “.

Este vínculo entre el virus y la actividad económica quedó claro cuando China, que fue el primer país donde se detectó, impuso un fuerte plan para contenerlo incluyendo cierres de las zonas donde se desató más poderosamente su presencia, hubo paralizaciones, cortes en las cadenas de producción, limitaciones en el transporte y prohibición de numerosas actividades. Ello se reflejó en las cifras negativas de actividad económica entregadas por sus oficinas estadísticas. Al mismo tiempo, la OCDE entregó la estimación que “en las grandes economías el cierre (de las ciudades) afectará directamente a sectores que suman hasta un tercio del PIB en ellas “.

Antes del estallido de la crisis, el Banco Mundial fue la primera institución internacional que entregó en el año proyecciones para 2020, caracterizándolo como un ejercicio de “crecimiento lento” y por la existencia de “retos políticos”, proyectando un crecimiento algo más bajo, pero muy similar al de 2019. Su estimación la relacionó a “las tensiones comerciales en todo el mundo, recesiones en las mayores economías y perturbaciones financieras en los países en desarrollo “. El escenario se modificó profundamente, desde el primer momento al afectar a China, la segunda economía mundial y de alta incidencia en aspectos centrales de la actividad global.

Luego la epidemia se trasladó con fuerza a la eurozona, expresándose en todas sus principales economías, incluyendo a Alemania la mayor de ellas, que ya estaba entregando cifras de actividad cercanas a cero. Siendo particularmente elevada en Italia, la cual ya se encontraba en recesión, así como en España.

Para posteriormente expresarse con gran magnitud en EE. UU., con un presidente que minimizó la gravedad del impacto, cuando se producían grandes golpes a su actividad interna. La tercera semana de marzo se registraron 3,28 millones de solicitudes de desempleo. Esta cifra superó en cuatro veces el récord histórico de 195.000 solicitudes registradas en 1982 cuando el país se encontraba en recesión. A la semana siguiente las demandas aumentaron, según el Departamento del Trabajo, a 6,6 millones de peticiones. Casi diez millones en dos semanas. En marzo informó de una reducción estratosférica de 701.000 empleos, considerándose que la disminución real fue aún mayor ya que el dato no considera las dos últimas semanas del mes. Se puso fin a un proceso de incremento en el empleo desde octubre de 2010, poco después de finalizar la Gran Recesión. Fue la mayor reducción mensual desde 2009. La tasa de desempleo en el tercer mes del año saltó de 3,5% a 4,4%. La fuerza de trabajo estadounidense en febrero era de 164,6 millones de personas. En ese momento, la mayor economía mundial pasaba a ser el país con mayor número de contagios provocados por el virus.

“Nos enfrentamos -afirmó Paul Krugman- a una increíble catástrofe económica. La cuestión -agregó- es si estamos preparados para responder a esa catástrofe. Por desgracia, los primeros indicios apuntan a que posiblemente estamos abordando el veloz desastre económico con la misma torpeza con que hemos abordado la veloz pandemia que lo está causando. Lo principal que tenemos que comprender es que no nos enfrentamos a una recesión convencional, al menos de momento. (…) entramos en el equivalente económico de un coma inducido medicamente, en el que algunas funciones cerebrales se paralizan temporalmente para dar al paciente oportunidad de curarse. Sin duda -concluyó-, existe un fuerte riesgo a que experimentemos una recesión convencional sumada al coma inducido. Pero, por ahora, debemos centrarnos en ayudar a quienes lo necesitan”.

En ese contexto, el Congreso estadounidense aprobó un plan de salvataje económico por US$ 2,2 billones, equivalentes a más de 10% del PIB. El paquete económico establece recursos destinados a empresas y hogares. El monto más elevado, créditos por US$ 500.000 millones , se destinan a empresas en dificultades; US$350.000 millones en préstamos a pequeñas empresas; US$250.000 millones en transferencias directas a personas y familias; US$150.000 millones a los gobiernos locales y estatales; US$130.000 millones para reforzar el débil sistema sanitario; US$ 250.000 millones destinados a aumentar en US$600 la cantidad semanal del seguro de cesantía, ampliando su duración e incorporando a el empleo tipo UBER y a independientes tradicionales.

El detalle de las cifras lo efectuamos porque revela crudamente el criterio regresivo con que se efectuó. “Roman Frydman, de la Universidad de Nueva York –señaló Martin Wolf en Financial Times- argumenta que esto no es lo suficientemente grande, dada la escala de la economía estadounidense, no está bien enfocado, solo una vigésima parte de esta suma se destinará a hospitales (…). Lo peor de todo, argumenta el veterano activista anticorrupción, Frank Vogl, es un fondo de US$500.000 millones para grandes empresas que probablemente estén bajo el control no supervisado de Trump (…) “.

El secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, declaró que el paquete fue concebido para cubrir la emergencia en un lapso de cuatro meses. En EE. UU. el consumo de los hogares representa el 70% del producto. Con esta decisión, de acuerdo con estimaciones del FMI, los países del G20 han aportado recursos por el 6% del producto planetario.

Por su parte, este organismo internacional aprobó entregar a países en dificultades créditos por US$50.000 millones, algo más del financiamiento entregado al gobierno de Macri, unido a un duro programa económico que ahondó y prolongó su proceso recesivo. Los nuevos recursos no tienen los programas que condicionaban esta ayuda históricamente. Numerosos países ya han demandado estos créditos. A su vez, el Banco Mundial informó que su junta ejecutiva aprobó la suma de US$1.900 millones en fondos de emergencia destinados a 25 países para responder a la propagación del coronavirus. Mientras tanto avanza la aprobación de proyectos a otros cuarenta países. La decisión es proporcionar hasta US$160.000 millones durante los próximos quince meses orientados al combate contra la epidemia.

Mientras tanto, Wall Street experimentaba la caída bursátil más rápida de la cual se tenga registro. Bancos de inversión estadounidenses, Goldman Sachs, JP Morgan y Morgan Stanley, estimaban que en el primer trimestre la economía de EEUU se habría contraído en 6% y proyectaban cifras aterradoras para el segundo de disminuciones entre 24% y 30%.

A su vez, Alemania aprobaba un paquete de medidas cifrado en unos US$818.000 millones, equivalente a un 22% de su PIB, siendo el más elevado puesto en vigencia desde la Segunda Guerra Mundial. El programa cuenta con un presupuesto suplementario de US$169.000 millones, que incorpora un fondo de rescate de hasta US$54.000 millones para trabajadores independientes y pequeñas empresas, además de otro por US$3.790 millones para apoyo urgente al sistema sanitario. El ministro de Finanzas, Olaf Scholz, que hizo la presentación en reemplazo de la Canciller que permanecía en cuarentena por la pandemia, recalcó que el gobierno estaba preparado para realizar “todo lo posible y todo lo necesario”, para reducir los efectos de una crisis en la cual “no hay ningún guion previo”.

Al mismo tiempo, actualizó las cuentas públicas considerando la caída a producirse en la recaudación fiscal. Esta revisión condujo a adoptar una decisión trascendente. Abandona, a lo menos transitoriamente, una de las ideas centrales de la rígida conducción económica durante el periodo de la canciller Angela Merkel, la regla constitucional del “freno de la deuda”, que impedía al Gobierno asumir una nueva obligación por encima del 0,35% del PIB. Esta estricta concepción fiscal fue defendida al enfrentar disyuntivas presentadas en la región y al otorgar financiamiento a los países en dificultades. “Ya el estallido del 2008 había requerido de entrada- escribió Sami Nair-, revisar este proyecto, poniendo en marcha una política contracíclica, que habría podido evitar la devastación entre millones de asalariados. Se adoptó la decisión contraria: una camisa de fuerza, la austeridad, bajo presión constante del conjunto de países más ricos de Europa. Cobrarán fuerza -concluyó- los argumentos a favor de una Europa con dos o más velocidades. ¿Es, tal vez, lo que buscan algunos países en el norte europeo?”.

Lamentablemente, la Unión Europea no cuenta con una política común frente a la crisis. El primer ministro italiano, Guseppe Conte, señaló que la “crisis sanitaria que ha terminado explotando en el campo económico y social, es un desafío histórico para toda Europa. Y espero de verdad (…) que sepa estar a la altura de esta situación. Europa debe reaccionar evitando errores trágicos. Hay que responder con una reacción fuerte y unitaria, que recurra a instrumentos extraordinarios. (…) es el momento -subrayó- de introducir una herramienta de deuda común europea que nos permita vencer lo antes posible esta guerra (sanitaria) y relanzar la economía”.

Sin embargo, la propuesta de Italia, Francia y España de la creación de eurobonos para enfrentar la crisis no logró consenso. Alemania y Holanda se opusieron. El expresidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, en declaración pública recalcó que la carencia de solidaridad conduce a que la UE “corra un peligro mortal. El clima que parece reinar entre los jefes de Estado y de Gobierno y la falta de solidaridad europea representa un peligro (…) para el club comunitario “.

“Hemos declarado -expresó la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva- que el mundo está ahora en recesión y que la duración y profundidad de esta recesión dependen de dos cosas: contener el virus y tener una respuesta efectiva y coordinada a la crisis “. Actualizando las proyecciones de actividad entregadas anteriormente, que se modificaron bruscamente en poco tiempo, adelantó –reiterando una declaración efectuada después de una reunión del G20- que será “tan mala como la de 2009 o peor “. Agregando que nunca habíamos “visto que la economía mundial se destruya. Ahora nos toca verlo a nosotros “.

Hay estimaciones de caídas que van más allá de la efectuada por el FMI. Una de ellas es la del profesor de la Escuela de Negocios Stern, Universidad de Nueva York, Nouriel Roubini. “(…) cada componente de la demanda agregada (consumo, gasto de capital, exportaciones) está en una caída libre sin precedentes. La contracción que hoy está en marcha no se parece ni a una en V (la que el producto cae marcadamente y luego se recupera rápidamente), ni en U, ni en L (una marcada crisis seguida de estancamiento). Más bien, se parece a una contracción en I, una línea vertical que representa un derrumbe de los mercados financieros y de la economía real. Ni siquiera durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial el grueso de la actividad económica literalmente se cerró, como sucede en China, Estados Unidos y Europa hoy “.

“El mejor escenario -agregó Roubini– sería una crisis más severa que la de la crisis financiera global, pero de más corta vida, lo que permitiría un crecimiento positivo en el cuarto trimestre de este año. Pero el mejor escenario –recalcó- supone varias condiciones. Desafortunadamente, para el mejor escenario, la respuesta de salud pública en las economías avanzadas ha sido mucho más ineficiente (…), mientras que el paquete de políticas fiscales que se está debatiendo en la actualidad no es lo suficientemente grande ni lo suficientemente rápido para crear las condiciones para una recuperación oportuna. Así, el riesgo –concluyó- de una Gran Depresión, peor que la original (una Mayor Depresión) crece día a día”.

Con posterioridad a la estimación del FMI de la actividad para el año, se dio a conocer los índices de gerentes de compra de IHS Markit, que constituye una medición de los sectores de manufacturas y servicios para el mes de marzo. En el caso de EE. UU., anotó una cifra de caída récord en una serie iniciada después de la Gran Recesión, disminuyendo a 40,5 puntos de los 49.6 registrados en febrero. A su vez, el de la eurozona alcanzó la puntuación más reducida desde julio de 1998 cuando comenzó la serie, pasando de 51,6 a 31,4 puntos. En Japón anotó especialmente la disminución en el sector servicios, llegando al registro más bajo desde que la serie se inició en 2007, y la general se redujo en la mayor velocidad desde el tsunami de 2011. Estas caídas se reflejaron en elevados aumentos del desempleo. “La recesión global –manifestó Chris Williamson, economista jefe de IHS Markit– se va a sentir en el segundo trimestre, pero nosotros ya estamos en ésta ahora probablemente “. En cambio, el indicador chino de producción manufacturera alcanzó 52 puntos; en febrero había sido de 35,7, el nivel más reducido desde que se publica esta información.

Paralelamente, la cotización del petróleo se derrumbaba a cerca de US$20 el barril, debido al descenso de la demanda. En marzo, los índices Brent y West Texas Intermediate cerraban a los niveles más reducidos desde el año 2008. El descenso fue causado por la caída de la actividad debido a la contracción de ella causada por la pandemia, así como al aumento de la oferta anunciada por Arabia Saudí, en el contexto de su conflicto con Rusia, países con costo de producción muy bajos, de cuatro y diez dólares el barril respectivamente. Ello causó problemas a una gran cantidad de producciones en América. De acuerdo a cifras de la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE) la cotización promedio regional es de US$14 por barril. Sin embargo, explicó su secretario Ejecutivo, Alfonso Blanco, este porcentaje no considera “ni los costes financieros, de transporte, indirectos, los impuestos o las regalías lo cual implica una ecuación completamente diferente “.

Para Ian Bremmer, presidente de la Consultora Eurasia Group, “el coronavirus es una crisis global equiparable a la crisis financiera de 2008, pero se produce en un contexto de unas políticas nacionales e internacionales mucho más disfuncionales. La división y la debilidad del orden geopolítico -subrayó- reflejan una realidad completamente diferente que cualquier otra crisis global que hayamos experimentado en décadas recientes”. Ello exige una respuesta multilateral. António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, propuso efectuar una “respuesta multilateral a gran escala”, en un plan de “solidaridad” para enfrentar los efectos socioeconómicos del coronavirus, propuesta que la cifró en un 10% del PIB mundial.

Desde el inicio de la crisis del coronavirus hasta fines de marzo hubo una permanente confrontación entre Washington y Beijing. Donald Trump reiteradamente calificaba el desencadenamiento de la epidemia como el “virus chino” y acusaba al país asiático de haber informado tardíamente de ella. En la última semana del mes, su secretario de Estado, Mike Pompeo, afirmaba que existía una “campaña de desinformación“ desde la potencia asiática. A lo cual el Ministerio de Exteriores chino contestaba que era una acusación que pretendía “desviar la atención y eludir sus responsabilidades”.

En ese ambiente, y cuando las cifras de contagio se expandían en EE. UU., se efectuó una conversación telefónica ente ambos presidentes, la cual Donald Trump calificó positivamente. “Acabo de terminar -tuiteó – una muy buena conversación con el presidente Xi (…). China -añadió– ha pasado por mucho y ha desarrollado una sólida comprensión del virus. Estamos -aseguró- trabajando muy juntos ¡Mucho respeto! “. A su turno, la agencia informativa Xinhua informó que Xi demandó una “respuesta colectiva de la comunidad internacional” frente a un virus que “no conoce fronteras ni etnicidad. Espero -concluyó– que EE. UU. tome acciones concretas para mejorar las relaciones bilaterales “. “Cualquier orden global -comentó Martin Wolf– se basa en la cooperación entre Estados poderosos. China y EE. UU. no solo deben funcionar. Deben funcionar juntos, reconociendo los muchos intereses que comparten, mientras toleran sus profundas diferencias”.

Hasta finalizar marzo, el centro de la pandemia se desplazaba entre grandes economías. Desde luego, ello no significó que desde su comienzo países emergentes y en desarrollo experimentaran sus repercusiones. Una de ellas fue la fuerte salida de capitales. El FMI dio a conocer que desde el estallido de la epidemia salieron de estos países US$90.000 millones. Anunciando que la institución proporcionará “una línea para emergencias de un billón de dólares y estamos decididos a usar todo lo que haga falta para proteger de las cicatrices que causará esta crisis”. Informando que ya más de noventa países han solicitado la ayuda.
El Instituto de Finanzas Internacionales (IFI), constituido por la gran banca privada mundial, destacó que “el coronavirus y el estrés de los mercados golpea al mundo emergente en un contexto de bajo crecimiento persistente e inversión débil, lo que hemos considerado como un estancamiento secular. (…) sufrirán por la combinación de precios bajos de los productos básicos, dislocación financiera y recesión en socios comerciales clave “.

En el mismo documento, el IFI procedió a actualizar sus estimaciones para América Latina, reduciendo a cifras negativas su promedio general, disminuyéndolo desde +1,2% a -2,7% en relación con la efectuada solo cinco semanas antes. Para Brasil, la mayor economía regional, la cual el 2015 y 2016 sufrió caídas de 3,8 % y 3,6% respectivamente, le proyectó un descenso de 1,8%, muy inferior a la efectuada por la Fundación Getulio Vargas de -4,4%. El descenso de México promedio anual lo cifró en -2,8%. Argentina tendría un tercer trimestre recesivo, proyectando que Chile descendería en 2,3% y Colombia en 0.4%.

En ese momento, Jair Bolsonaro incitaba a la población brasileña a rebelarse contra las directrices de su propio Ministerio de Sanidad. “Hasta Donald Trump -escribió Eliane Brum en El País- retrocedió ante la pandemia, forzado a comprender que hay momentos en que incluso un mentiroso contumaz no puede negar la realidad. Bolsonaro ha decidido convertir su guerra contra la ciencia en una guerra contra la población. En diferentes puntos del país se han realizado caravanas incitadas por el presidente para solicitar que se reabra el comercio. La Justicia se ha visto obligada a detener una campaña oficial contra el aislamiento. Es un experimento – enfatizó-, pero no científico, porque Bolsonaro desprecia la ciencia. Parte también de un miedo atroz a que su gobierno se asocie a la recesión (…)”.

La conducta de Bolsonaro, quien ha afirmado “va a morir gente, lo siento, pero no podemos parar una fábrica de automóviles porque hay accidentes de tránsito”, produjo una división en su gabinete ministerial. Contando con el respaldo, según la prensa brasileña, de la llamada “ala ideológica“ del gobierno vinculada al filósofo Olavo de Carvalho, quien sostiene que “el covid-19 simplemente no existe. Es la más amplia manipulación de la opinión pública (…)”. La actitud presidencial no la comparten ministros provenientes de las fuerzas armadas. El vicepresidente, general Hamilton Mourão afirma que el virus “es una cosa seria”. Este sector respalda a la denominada “área técnica“ del gabinete, de la cual forma parte el ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, quien ha pedido a la población seguir las recomendaciones de la OMS. También por primera vez se expresó la cuasi unanimidad en esta dirección de los gobernadores, incluyendo a quienes le dan normalmente respaldo. Bolsonaro, editorializó O Globo “actúa bajo el comando de redes y grupos radicales, comenzando por sus hijos, gente que desde hace mucho está desconectada de la realidad y que vive en una burbuja de paranoia”.

La pandemia y la recesión tiene una dimensión global llegando a todas partes. En África, el continente más retrasado económicamente, el primer caso detectado del virus se produjo a mediados de febrero en Egipto en una persona de nacionalidad china. Las autoridades no le dieron importancia, adoptando medidas para enfrentarla recién a mediados de marzo cuando el Sindicato de Doctores envió una carta al Ministerio de Sanidad mostrando la carencia de equipos de protección y la debilidad en la formación de personal en el sector.

La Comisión Económica de Naciones Unidas para África consideró que en el escenario mundial existente el continente debería ser más autosuficiente y potenciar el comercio interior. “No tenemos otra opción -declaró Albert Muchanga, comisario de comercio de la Unión Africana-, que la solidaridad interna. Esta crisis -añadió- ha alterado las cadenas regionales y mundiales y África no está exenta. Es pronto aún -estimó- para evaluar el impacto de todo esto y el tiempo que llevará al continente restablecer el equilibrio macroeconómico”. La crisis condujo a trabas para el intercambio entre los países de la región. Ello cuando se preparaba para julio la entrada en régimen de la Zona de Libre Comercio Africana, con una cumbre a efectuarse en Níger. “Aún -señaló Muchanga- no se ha tomado la decisión de retrasar la fecha de entrada en vigor “. Dos tercios de los países africanos son importadores netos de alimentos y el comercio intrarregional es del orden de un 15% al 18% de los intercambios.

El presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, demandó en nombre de los países de la región a la cumbre del G20 la necesidad de la solidaridad mundial, poniendo énfasis en la suspensión del pago de la deuda externa, demanda que tanto el FMI como el Banco Mundial consideraron positivamente.

Hugo Fazio
Abril del 2020