El descontento con el sistema político-económico no se apacigua. Con cada pulsación se hace evidente. Tras el exitoso paro nacional-huelga del 12 de noviembre el acelerado ritmo del tiempo pareció tomarse una pausa. Y no es casualidad.
Insistimos, la exitosa huelga productiva adquirió fuerza y participación a medida que el día transcurría. De norte a sur del país se hizo sentir en barrios, comunas, calles, centros de trabajo y estudio. A tal nivel llegó la movilización que pese a las diversas reuniones de las elites dominantes no lograron llegar a un diagnóstico común de como resolver la crisis. Palacio en la noche quedó casi sin palabras.
Pero desde ese momento, con urgencia las elites dominantes buscaron y apuraron un acuerdo. Cierto que entre ellos. No convocaron al movimiento popular movilizado. Pero intentaron recoger algunas de sus demandas.
Algunos señalan que desde palacio se informó que se estuvo a punto de decretar un nuevo estado de excepción. De ser así el acuerdo que se construye se hace sobre la base de la amenaza. Pero al mismo tiempo el acuerdo se hace para apaciguar el estallido social ya devenido a ese momento en verdadera rebelión.
Se había producido un momento decisivo que requería oportunas y claras decisiones respecto al sentido y objetivos de la movilización en curso. Pero ello no se produjo. El mismo movimiento social, sus instancias directivas, dudaron, quizás sorprendidas por las mismas fuerzas que desataron y optaron por esperar y evaluar.
Es ese instante que se aparece el acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución que, insistimos recoge parte de las demandas, pero las disfraza y las desvirtúa en su fuerza y potencialidad para sincronizarlas con otros procesos o las somete a negociaciones en el parlamento, buscando morigerar progresivamente la movilización y encauzarla al mismo tiempo que confía en dividir y fragmentar.
Hoy se intenta asegurar esa salida a la crisis. Se intentará garantizarla por todos los medios, y con todos los grandes medios de comunicación detrás. No es la salida de su total agrado, pero es la que a las elites dominantes les permite un respiro y a sectores de ellas en el gobierno salvarse del abismo. No olvidemos que un candidato que compitió en la ultima elección presidencial declaró que estaban todos desprestigiados y que quizás era un momento de renuncias colectivas y llamar a elecciones anticipadas.
El resultado del acuerdo dejó un gran lesionado. El propio presidente. Que intentará salvaguardar el itinerario establecido de su gobierno, pero cuyo liderazgo en su propio sector quedó en cuestión. La inutilidad presidencial o algo así llamó un columnista a la situación.
No es posible vaticinar lo que se avecina. Todo transcurre en un tiempo y espacio en que confluyen aprendizajes y voluntades. El acuerdo concentró apoyos y desconfianzas. Apoyos sociales que vieron como un avance el que la Constitución del 80 reformada comenzara a verse superada por una nueva que no nace aún. Desconfianzas porque quienes lo suscribieron han sido desechados como interlocutores validos por los sectores movilizados.
Ante el proceso en curso, los debates no decaen, pero la estrategia del poder del desgaste y agotamiento está en curso. Pero las movilizaciones sociales se mantienen, más descoordinadas quizás, tras objetivos parciales y reivindicativos las más de las veces. En momentos hacen un alto para evaluar. Pero allí están haciéndose presente en los barrios, comunas y ciudades.
Entretanto, la condena internacional por el carácter del accionar policial se hace sentir. Y la indignación crece ante las denuncias de detenidos, lesionados y la violencia estatal.
Los días transcurren movilizados y en tensión