Lucubraciones mientras espero en las filas
Por Fernando A. Torres, desde Estados Unidos
California.– El virus y la actual cuarentena han enrarecido el mundo mas allá de mi ventana. El claustro, el aislamiento y la inseguridad están cambiando la mentalidad arrogante del estadounidense. Como que se tornan mas ‘tercermundistas’. En el país que envía hombres a la luna hay una horripilante escasez de papel para el culo. ¡Esperen! Hay mas: el Presidente dice que no seria mala idea tomar o inyectarse desinfectantes o productos para la limpieza como el cloro. Hay mucha gente no le importa el resto mas allá de las fronteras y hay mucha gente ignorante, manejada, que no sabe mucho y que no tiene interés de enterarse. Lamentablemente esa es la gran mayoría inculta y silenciosa. Y mucha gente sucumbe con el virus adentro sin embargo ya están levantando las restricciones de cuarentena porque el capitalismo quiere regresar a lo normal, el capitalismo vive de lo normal, el capitalismo nunca cierra sus puertas. Un amigo me comentó que eso era simplemente un asesinato y punto. Ya se está viviendo la escasez, el mercado negro, el acaparamiento, la escasez como alguna vez lo vivimos en Chile. Nada nuevo bajo el sol, las consecuencias de esta horripilante crisis no son novedad para alguno de nosotros que alguna vez habitamos las filas y comprábamos artículos en el mercado negro a precios altísimos. Bienvenidos al ‘tercer mundo.’
En la fila para comprar no se qué
La futurista pintura aquella está cobrando vida. El capitalismo finalmente está haciendo realidad su sueño: lineas de autómatas esperando consumir; cientos de personas enmascaradas sin rostro; zombis o robots, uno tras otro separados a tal distancia, dos metros, con dinero en sus bolsillos y que no pueden compartir muecas, gestos, o tal vez expresiones de descontento y rabia; las máscaras borran cualquier rastro de humanidad en sus caras. La máscara nos está salvando de la tos y el estornudo y a la vez nos está insensibilizando, preparándonos para un nuevo tipo de comunicación humana que le de sentido a un mundo abúlico, de cejas amodorradas sobre miradas frías indiferente, sin gestos ni expresiones. Y nosotros seguimos esperando y esperando en largas filas para consumir, comprar, gastar dinero obedientemente, en silencio. El Capitalismo esta de fiesta.
En la fila para los de la “tercera edad”
A la humanidad le cortan sus más preciados tesoros: juntarse y compartir y le recuerdan que solo somos una especie dentro de las miles de especies y seres que habitan el único planeta que conocemos. Un minúsculo virus nos ha regresado a nuestro estado primario animal y nos a recordado que somos tan frágiles como los sapos del desierto que solo el agua los revive y los vuelve a revivir. Somos tan vulnerables y precarios como una flor. Pero este pequeño virus no distingue entre un poeta y un tenista, entre un rico y un pobre, entre el que vive en los cerros y el come-basura de la planicie. Ahora sabemos fehacientemente que hay personas que toman la decisión de quien muere y quien sobrevive; el virus nos ha enseñado que quizás existen los malos-buenos, los miserables-bondadosos; los doctores-verdugos que cada día tienen que decidir mientras la muerte casi les pilla los talones. Todo se detiene y nada esta asegurado, los humanos no tenemos el exclusivo derecho de la vida. La vida puede existir simplemente sin nosotros; nada es para siempre. No solo Dios se arroga el derecho de dar y quitar vida.
En la fila para el pan
Nuevamente en la fila para el pan. Todos llevamos máscaras y todos pensamos en la muerte, todos llevamos el virus en el alma; todo moriremos. Mi hermano el poeta escribe sus poemas que aveces se tornan desesperados, mi hermano trata de buscar algo, mi hermano le tiene terror al anonimato y a la invisibilidad del pensamiento, a mi hermano le duele la cabeza y eso es un terrible martirio para un cuenta-cuento que viven en su cabeza, el pequeñito microbio esta logrando lo que la dictadura no pudo; ponerlo de rodillas. Ahora el cuerpo de mi hermano, como sus canciones, es viral. El microbio es un bicho raro; nos ha recordado de que somos ricos, pobres, de que somos negros, blancos, cafés y amarillos. En la televisión un hombre es golpeado salvajemente por estornudar sin máscara y por recordarnos lo que todos sabemos pero callamos: ahora todos podemos matar. El baguette esta tibio recién salido del horno reclamado mantequilla.
En la fila para el café
Me levanto temprano, me doy una ducha, muelo los últimos granos que le quedan al tarro y me tomo un café y ya me quedo sin tener nada que hacer durante el resto del día. Las cortinas abiertas me regalan un breve vistazo al mundo de afuera. El capitalismo, que se pasea por mi calle de arriba para abajo, trata y trata pero no puede resolver el problema. Nadie decide su propia existencia, nadie opta por nacer, pero para el capitalismo es mas lucrativo repartir la muerte de una forma dispareja. Pero al parecer este bicho democrático no sabe nada del capitalismo pero si sabe de la censura, el microbio se mete en los pulmones porque no quiere que respiremos, porque respirar significa hablar y si podemos hablar entonces podemos protestar y organizar. Este bicho nos quiere mudos y después nos quiere muertos. Porque para hablar se requiere respirar, respirar profundo y alinear los pensamientos para ser elocuentes en el discurso. Voy, máscara en mano, camino a la fila para el café pensando que respirar puede ser un acto subversivo.
En la fila para despedirnos
Es humano que los muertos se despidan o que nosotros despidamos a nuestros muertos antes que la carne se pudra o se los lleve la furia caliente del fuego. Pero no siempre es así; muchas veces se llevan a las víctimas del corona-virus a sitios alejados y los entierran en fosas comunes, con tierra, con sal, sin funerales, sin flores, sin familiares, sin despedidas. Los militares ya hicieron esto en Calama. Son nuestros propios cuerpos enterrado en el anonimato; nuestros cuerpos son un peligro para nuestros cuerpos y nuestros muertos se van sin despedirse. La gente se queda en sus casas, bajo de los puentes, en los parques públicos, en los sitios eriazos, la gente duerme la pesadilla mientras la muerte ronda en cada fila para comprar no se que.
En una fila conocida
Pero esta pesadilla no es nada nuevo para mi. He vivido la escasez de todo, el mercado negro, el acaparamiento, el boicot económico y la dictadura militar que casi acaba con mi vida. Ahora todo me regresa al once de septiembre de 1973. Las calles vacías, nadie conoce a nadie, el aislamiento y la cuarentena pero política. No es un bicho, no es un virus, son los militares que junto a algunos civiles se tomaron sangrientamente el gobierno porque no les gustó el presidente. Algunos meses antes y apoyados por dineros que la CIA ingresó clandestinamente, los rico comenzaron a esconder los alimentos. Si. Al igual que ahora, no era fácil conseguir papel para el culo. Los camioneros comprados con dólares dejan de transportar productos básicos. Las cárceles se llenaron de gente, nacieron los campos de concentración y los tenebrosos centros de tortura. El virus o la muerte se dejo caer desde la majestuosa cordillera de los andes. Como un estornudo, bastaba la palabra de alguien para que te metieran preso y para que perdieras la vida no por falta de un respirador artificial sino por una bala o por las patadas que te destruían la entrañas. En este caso el capitalismo no pudo soportar un gobierno socialista de los obreros y los campesinos que abandonaban los campos para convertirse en los pobres de las ciudades y suburbios. Todo es un círculo y la historia se repite. El capitalismo no puede resolver el problema. Todos andamos en la búsqueda de papel para el baño como si todos hubiésemos cagado al unísono, a la misma vez.
En la fila de nunca acabar
Desperté parado en una fila esperando algo, en una linea de seres incógnitos o ¿acaso era la fila india? ¿acaso eran guerreros enfilados en un orden? Alguien aparecía desde las puertas del almacén vociferando órdenes que los enfilados aprobaban moviendo sus cabezas. ¡Si! Podrían ser los guerreros de todas las tribus, los guerreros forrados en cueros de mil batallas, dispuestos a obedecer en la tranquilidad de la obediencia. Entonces me di cuenta que los enfilados guerreros estaban todos enmascarados, cubriendo sus olfatos, cubriendo sus palabras; no eran guerreros y fue entonces que me di cuenta que la cara y sus expresiones eran tan necesarias como las palabras. Mi vecino me decía algo que no podía entender debido a sus inexpresivos ojos y no pude relacionarlos con aquellas palabras que brotaban por los costados de las máscaras. La muerte ha sido distribuida a todos por igual, nadie se salva y todos se salvan. Los viruses atacan a todos por igual; los ricos duran mas que los pobres pero al final mueren igual que todos. Medio metro menos, medio metro mas; en la tierra los muertos solo son abono. Los pseudo-guerreros no puedes quitarse las máscaras. No pueden contra el poder del sueño, contra el poder de la palabra y sus razones que aunque sean mentiras, aunque sean vulgares mentiras las palabras continúan siendo el poder omnipresente. Mis guerreros desaparecieron en el gran sueño ahora esperan su su turno de consumir; cientos de personas sin rostro; uno tras otro; en largas filas para consumir sumisos en silencio. En la fila estamos juntos pero mas solos que nunca. Con guerreros sin expresiones, sin inmutarse, sin rasgos, sin caras, no puedo enfrentarme a las máscaras, no puedo construir mi ejercito libertador. El monstruo se levanta del pantanal para convertirse en el consumismo y es este el que hace la fila para comprar y comprar. Primero porque se necesita y mas tarde por aburrimiento y luego … y luego por deporte. ##
abril 29 del 2020