CUANDO CONOCÍ A FIDEL

Transcurría el mes de julio de 1959. Pino Santos, Director de Producción del recién creado Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) me había pedido que, como economista enviado por la CEPAL a Cuba, colaborara con él.

Fue mi primera sesión de trabajo con Fidel. Waldo Medina, el llamado ¨Juez Justo” por su actitud durante la dictadura de Batista, era el director jurídico del INRA y como la Ley de Reforma Agraria contemplaba el pago de las tierras que serían expropiadas con bonos que devengaban el 4% anual de interés, Waldo había preparado para esa reunión unas fotos aéreas observables mediante unos prismáticos especiales a fin de determinar “exactamente” los linderos de las fincas a expropiar. Ante los requerimientos de Waldo, Fidel observó ese despliegue, miró a través de los anteojos especiales, todo ello mostrando visiblemente su impaciencia y poco entusiasmo al respecto. Posteriormente se dirigió a los presentes y dijo más o menos lo siguiente:
¨ ¡Vamos a tumbar todas las cercas de este país, vamos a hacer lo que tenemos que hacer, y después vamos a legislar!! ¡Pero no nos llevamos una luz roja en la calle!”. Al escuchar esas palabras tan gráficas y sencillas y a la par tan llenas de contenido revolucionario, pensé “Lenin, El Estado y la Revolución”, obra que acababa de leer, y al contemplar a Fidel lo vi, o mejor dicho lo sentí de otra manera al captar ese espíritu revolucionario que emanaba de él. Fidel adquirió para mí una mayor dimensión política e intelectual y pensé “es verdad, estoy metido de lleno en una verdadera Revolución”.
Pero quizás el episodio más significativo que me mostró un Fidel muy por encima de convencionalismos patrioteros y de falsos sentimientos nacionales ocurrió cuando un jefe de zona de Camagüey le preguntó cómo debían ser tratados los campesinos haitianos, miles de ellos que habían venido en el pasado a Cuba a cortar caña de azúcar y que se habían quedado a vivir en el país, a la hora de repartir los latifundios y conceder un título de propiedad a los aparceros, precaristas y en general a los campesinos sin tierra. Fidel le respondió: “¿Viven en Cuba? ¿Han sido explotados en Cuba? Entonces tienen los mismos derechos que todos los demás”. Muchos años después, al escuchar nombres franceses de “pichones de haitianos” como se les dice en Cuba a los descendientes de haitianos, entre los campeones olímpicos y mundiales cubanos, recordaría ese episodio. Porque el padre del tricampeón olímpico de boxeo Teófilo Stevenson hablaba el español con acento inglés, como uno de los tantos isleños caribeños radicados en Cuba por las mismas razones que los haitianos, y a quienes se les dio el mismo tratamiento.
Y también muchos años después vine a comprender las razones del comportamiento de Fidel. Haitianos y caribeños son seres humanos como lo son los cubanos y lo que estaba sucediendo día a día en esos tiempos era un proceso revolucionario para cambiar las relaciones bajo las cuales los hombres vivirían en Cuba. Ya lo había dicho Carlos Marx: ““Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales.”
¡Felicidades Fidel, al cumplir 90 años!

Carlos Romeo
La Habana, 13 de agosto del 2016