Comentario de Aníbal Ricci
Capilar, 2018, De Lilian Elphick
Juan y Laura, la historia de un Chile fracturado. Esos amantes de amores incompletos que buscaban refugiarse tras la puerta, pero en este país no había puertas. El derecho a la intimidad era custodiado por los agentes, los verdaderos dueños de las llaves. Los amantes eran meras siluetas, una ilusión, la idealización de una pareja. «Escríbeme, dame forma», para que seas testigo de mis sueños, mientras huimos de los gases y los guanacos, escríbeme antes de que me arrojen al mar. El tiempo no era propiedad de los amantes.
¿Los enterrarían juntos, después de eludir a la muerte por las calles de la dictadura? «Amé a ese perdido», recuerda Laura, la palabra amar valía sangre. La palabra no dicha recordaba los silencios de las salas de tortura. Esa historia fue olvidada en los salones de los idiotas, los caballos del carrusel no se liberaron de sus rieles, los cuerpos seguían amarrados con alambre y antes de llegar al fondo, un hombre pesca a orillas del lago. Su sueño victimario oculta el olvido y lava la sangre que revive la historia de Juan y Laura.
«Yo no esperaba a nadie y te vi», cantaba Fito Páez… apareciste y yo escribí, recordaba Laura sus impresiones sobre servilletas de una fuente de soda. «Basta la palabra amor para llorar a la salida del cine porno», el amor no está en ninguna parte, fue desaparecido mientras las palabras lloraban su ausencia.
Lilian Elphick nos regala musicalidad en sus textos, la primera lectura es una delicia, cada frase queda resonando en el dormitorio en que los amantes, la poetisa y el lector, pueden dormir juntos sobre almohadas que aún no han sido robadas (todavía queda tiempo antes de que el ladrón comience a soñar). Estoy leyendo un libro donde los espacios entre palabras son infinitos, donde se recrean las historias de Julio César, uno moderno derribado por una bala loca. El Ulises sindicalista también será arrojado al mar, mientras los torturadores (alemanes) buscan refugio en Colonia Dignidad o en Tierra del Fuego. Las aristas del tiempo serán repetidas hasta el cansancio durante los años de Pinochet.
El mundo de «Capilar» está compuesto por palabras que avanzan por el continente de nuestro sistema nervioso. Cada palabra es una gota de sangre, pero los espacios entre los glóbulos rojos están llenos de silencio, de tortura y ausencia de plaquetas que nos protejan de esa violencia desatada. Cada gota de sangre bombeada al corazón, se vuelve sensual a pesar del poco tiempo que les queda a los personajes. Yacen exhaustos, escapando de sus verdugos. «Me gusta» es una opción, pero prefiero «Me seduce», no soy un lector que elija por miedo. Toda la primera parte del libro será abrochada por los últimos tres relatos. El olvido es un acto caníbal. «No es lícito callar», nos refresca Primo Levi en el epígrafe de un superviviente del Holocausto.
Lilian Elphick recuerda, cada historia es un acto de memoria construido a través de palabras y silencios. El amante muere bajo el reflejo del espejo de un motel, va a comprar cigarrillos, está cansado de esa mujer, ella quiere darle hijos y él huye durante la noche, para luego girar la llave de la habitación y llorar en silencio. «Obstinado por esa manía de cerrar puertas…», de leer libros que no tienen cerradura.
La segunda lectura, más aleatoria, surca por los capilares que enhebró la autora. Descubro la razón de ser de cada pequeño relato y me siento un «pequeño inútil» ante los espacios en blanco de las páginas. Me reconozco como lector y evoco todos los instantes que sobreviví leyendo libros. Estoy orgulloso de entender este libro de pasajes crípticos, pero Lilian me recuerda que soy otro personaje, un simple lector egocéntrico buscando encontrarme entre líneas.
«El vecino no regresó nunca más», el amante que la autora recuerda, no pudo quedarse a su lado. A su memoria regresan las protestas, cuando iban disfrazados de enamorados besándose bajo la lluvia de los carros policiales.
La tercera lectura es para recordar los personajes, las anécdotas, sobre todo las imágenes. Hay pesadumbre ante los horrores vividos durante la dictadura, pero también subsiste la esperanza de los amantes. No importa si alguno desapareció o si la clandestinidad los separó. Quizás ambos murieron atados a las vías de la muerte, separados al momento de los apremios ilegítimos. Ese amor clandestino los unió en la eternidad, ese amor explica que todo valió la pena.
«Nos jugamos la muerte», afuera llovía y el ruido de los extractores los enmudecía de miedo. «Yo escribía», mientras el amante observa expectante por la ventana. Las palabras fueron desapareciendo y esas dos siluetas se transformaron en fantasmas.