ARTE ÍNTIMO Y EXISTENCIAL

Voy a hablar de arte aunque reconozco que no tengo nada de artista salvo, quizás, el haber vivido practicando lo que denomino una “creación existencial”, que quiere decir para mí, el haber vivido de manera espontánea una ya larga aventura.

No entiendo a los artistas, seres capaces de ver, de sentir y de imaginar lo que en general no podemos hacer los mortales corrientes y que quieren dar a conocer a la mayor cantidad posible de seres. Gracias al interés de una de mis hijas por “pulir” culturalmente a su padre, pude leer “Historia del arte” de Gombrich y me convenció de que el arte no existe, lo que existe son esos seres que denominamos artistas.

Yo no soy capaz de concebir como Beethoven pudo imaginar mentalmente su Novena Sinfonía, coro del cuarto acto incluido, ni como El Bosco pudo concebir un cuadro ante el cual mi amigo Michael Standard al contemplarlo en el Museo del Prado en Madrid dijo “It´s a drug bad trip”, o sea es un mal sueño provocado por la droga. Aunque me parece que pude entender los Conciertos Brandeburgueses de Bach gracias a que un compañero que estaba escuchando conmigo uno de ellos, dijo exaltado “Es una ecuación matemática”.

Confieso que tengo debilidad por los “amates” mexicanos, llenos de brillantes colores y de pequeños personajes en sus vidas campesinas, que me permiten vislumbrar, creo yo, lo que fueron las expresiones artísticas de los habitantes del México precolombino, así como por dos acuarelas, que son básicamente dibujos con algunos toques de pintura, del maestro Servando Cabrera. Porque en cuestión de pintura mi “cultura” no pasa de “me gusta o no lo entiendo”, con momentos de vacilación cuando veo una reproducción del “Guernica” de Picasso y creo captar vagamente el genocidio cometido pero sin comprender sus formas.

En música los románticos me llevaron primeramente a Bach y este a los maestros italianos barrocos del renacimiento para finalmente hacerme gustar, sin que verdaderamente las entienda, “La consagración de la primavera” de Stravinski y la Quinta Sinfonía de Shostakóvich. Pero soy también sensible a la música buena, porque estoy de acuerdo con el maestro Leo Brouwer quien dice que únicamente hay música buena y música mala, la de los trovadores cubanos y en particular a una canción que despierta la nostalgia de todo habanero que la escuche fuera de Cuba, “Sábanas Blancas”. Y sin olvidar a Carlos Puebla con el que tuve la suerte de establecer una relación de amistad, y que como nadie logró captar lo que estaba sucediendo en Cuba en 1959 en sus canciones tan típicamente cubanas, que escuchábamos embelesados tomando mojitos en la Bodeguita del Medio después de los despachos nocturnos con el Che en las oficinas de la calle Cuba, cuando era presidente del Banco Nacional.

A pesar de mis limitaciones para entenderlos, los artistas han embellecido mi vida con momentos difíciles de explicar por lo que me hicieron sentir y se los agradezco. Y con modestia y petulancia a la vez, digo que no entiendo a los llamados críticos del arte y muchísimo menos a quienes desde la supuesta altura de un pedestal político han pretendido decirnos qué expresión artística es buena y cuál no lo es, lo cual es ridículo porque se trata de algo íntimo y personal. Para muestra, el repudio por los críticos de arte franceses del momento en pintura del impresionismo y los intentos de dirigir el arte desde el poder político en la antigua URSS. Sentir una expresión artística es como el sexo, absolutamente íntima y personal.

Carlos Romeo

La Habana, 18 de julio del 2018