Por Carlos Romeo
Hace apenas uno días, al comentar el acuerdo de paz en Colombia, escribimos para Dilemas: “Ese movimiento guerrillero existió durante 52 años por que en Colombia existieron durante todo ese tiempo las condiciones que permitieron su creación, su consolidación y su permanencia…. Pero la lógica implica que, si la paz persigue eliminarlas, eso significa la voluntad del Gobierno y la aceptación por la guerrilla, de emprender la eliminación de sus causas…. Pero la realidad existente hoy en día en la sociedad, en la economía y en la política, se corresponde con los intereses de las clases dominantes, particularmente de quienes concentran la propiedad de la tierra y de los recursos naturales.
Desgraciadamente el resultado del plebiscito de ayer en Colombia en que gano el No al Acuerdo de Paz por apenas menos del 1%, ratifica nuestro análisis. Se impuso en esa votación el No a esos cambios y por consiguiente surge la pregunta ¿porque la mitad de los electores se manifestaron por no cambiar como fue pactado, las causas que provocaron la guerra de guerrillas que ha durado 52 años?
No hace falta demostrar que los grandes terratenientes, los grandes capitalistas dueños de fábricas y cadenas comerciales y sobre todo de la prensa, la televisión y las radios, buena parte de la clase política tradicional, en particular los de derecha, no constituyen la mitad de los electores colombianos, o sea que los que controlan los medios y los recursos productivos y los medios que conforman la versión que se da de la realidad y de las ideas que hay que tener en ese país, constituyen solamente una pequeña minoría de los colombianos. Sin embargo, impusieron, por poco, pero lograron imponerlo, su rechazo a cambiar las condiciones que generaron la guerra de guerrillas en ese país.
En síntesis, el electorado se dividió en dos mitades, más o menos lo mismo que hemos observado durante este siglo en elecciones definitorias en Venezuela, en Bolivia y en Ecuador, países en los cuales se desenvuelven procesos de cambios significativos de su realidad económica, social y política. Tal pareciera que las sociedades latinoamericanas están divididas en dos mitades, una en favor de cambios profundos de la realidad y la otra decididamente opuesta a esos cambios.
La reiteración implacable en las escuelas y centros de enseñanza, en todos los medios de comunicación, en la publicidad comercial, así como en la política, de que se vive en el mejor de los mundos posibles, que, si bien se puede mejorar según promesas y expresiones públicas de sus manifestaciones, y es inconcebible el que pueda ser cambiado por algo mejor, se impone hasta conformar, al menos para la mitad de los electores, la manera de contemplar y sobre todo de pensar la realidad cotidiana, la del pasado y sobre todo la del futuro.
Es cierto el viejo dicho nihilista de que los pueblos se merecen los gobiernos que tienen, pero lo que ese dicho no aclara es que esos gobiernos y quienes verdaderamente son representados por ellos, se encargan de “venderles” la ilusión de esos gobiernos, tanto en términos metafóricos como muy reales.
La reciente encuesta de la CEP, tan demoledora para la clase política como para el sistema político en Chile, pareciera indicar que, en este país, ya hay conciencia del gigantesco engaño que se repite en cada elección presidencial como en las parlamentarias. ¡Ojalá así sea! Eso ya sería un gran paso de avance.
Pero regresando a la cuestión de la paz en Colombia, ese virtual empate, el verdadero sentido del resultado del plebiscito, ha logrado cuantificar la expresión de la contradicción política colombiana con relación a los cambios que se proponen, y por consiguiente la batalla que se inicia ahora en ese país, al parecer sin la utilización de las armas. Esperemos que así sea.
La Habana, 3 de octubre del 2016