Comentario de Aníbal Ricci
Dostoievski escribió esta novela cincuenta años antes de la caída de los zares (febrero de 1917), que marcaría el fin de la monarquía absoluta y el advenimiento del régimen bolchevique (grupo radical al interior del Partido Obrero, dirigido por Vladimir Lenin). Tras la Revolución de Octubre acceden al poder para más adelante formar el Partido Comunista de la Unión Soviética. Perseguían mejoras en las condiciones de vida de la clase obrera, el reparto de tierras para los campesinos y el reconocimiento de las minorías nacionales, en otras palabras, construir un partido para el proletariado que terminara con los privilegios de la antigua burguesía. La época que retrata Dostoievski manifiesta una decadencia de los valores rusos que da paso a una modernidad pragmática fundada en el personalismo. “Trabajando para mí, trabajo para todo el mundo”, dice Lujin, abogado y prometido de Dunia (hermana de Raskolnikov), cuya moral deja mucho que desear. A ese pensamiento se oponen los socialistas, que consideran al crimen como una “protesta contra el orden social mal organizado”. Porfirio Petrovich, juez que sigue la causa del crimen cometido en un distrito de San Petersburgo, profesa nuevas ideas psicológicas en el campo de las leyes, que se contraponen a las meras “pruebas materiales”. Estos dos personajes resumen posturas de los hombres de negocio y de los magistrados en esos tiempos de transición, en cambio, Alena Ivanovna, la usurera asesinada, representa a los miembros de la sociedad que se enriquecen a costa de la miseria. Raskolnikov, estudiante de Derecho que ha congelado sus estudios por falta de medios económicos, será el personaje central sobre el cual se articula la novela. Él ha asesinado a la vieja prestamista (y a su hermana) cuyo móvil aparente ha sido el robo, con el objeto de salir de la pobreza y ayudar a su familia. El pensamiento del joven estudiante representa la turbulencia de los cambios sociales, donde él se considera un “hombre extraordinario”. Cree ser un hombre que promoverá cambios en el futuro, por lo cual tiene derecho a cometer cualquier crimen debido a que considera que sobre él no aplica la ley. En el transcurso de la novela se relata la enfermedad e inquietud mental del protagonista: la pugna entre huir y entregarse, la soledad del hombre sin certidumbres, las pesadillas y delirios de persecución, la confesión sin arrepentimiento, y su cobardía al entregarse. Dostoievski nos ofrece un abanico de emociones que castigan a Raskolnikov, mediante la voz de su “pensamiento oculto”, un prisma sicológico que nos muestra el sufrimiento interno del personaje ante el crimen, evidenciando lo que él considera una “debilidad de su espíritu” y que le hacen entender que no es un hombre extraordinario, sino un simple mortal que enfrenta las fuerzas de la naturaleza humana. El autor asienta la teoría moderna de la “locura temporal” para darle un escape al personaje. Sonia, muchacha que se prostituye para sacar adelante a otra familia, es la persona a quien Raskolnikov se atreve a contar su secreto, representa el amor incondicional y el apego al pensamiento religioso, único capaz de transformar a Raskolnikov en un nuevo ser humano. Dostoiesvski vislumbra a la religión (y por extensión al amor) como una fuerza poderosa que permitirá la expiación del acto criminal. Svidrigailov, hombre disoluto entregado a los placeres mundanos, es el observador neutral de los eventos, personaje ruin que encuentra en el suicidio el único camino para enfrentar los nuevos tiempos, y único que está en posición de ayudar al asesino, a la prostituta y a todos los que estén en condiciones peores a la suya. La idea de que los seres necesitados son los únicos capaces de comprender el sufrimiento ajeno cruza toda la novela: Svidrigailov es un ateo perdido, en cambio Sonia abraza la religión; el primero (el más desgraciado) ayuda Sonia a salir de la prostitución, y ésta a su vez perdona al asesino. Las fuerzas redentoras que influyen sobre el personaje principal provienen de los ámbitos oscuros de la sociedad, y el amor de Sonia por Raskolnikov será la fuerza regeneradora de su moralidad.