El conjunto de actores sociales, el campo popular, la ciudadanía, la minoría dominante que goza de privilegios, en fin, todo el mundo tras el estallido social tiene la sensación y convicción de que Chile es otro.
La masiva participación en las jornadas de descontento que se prolongan ya por más de casi 72 horas es significativa demostración de que Chile resiste, se cansó de los abusos, la desigualdad, resultado de un modelo político y económico que solo beneficia a los más poderosos. Por eso incluso desde esos sectores se insinúa qué algo hay que hacer. Unos proponen más represión, otros señalan que habrá que ayudar a pagar la cuenta para solucionar algunos temas como salud, pensiones, educación.
El gobierno ha tomado conocimiento de que su base social de apoyo se redujo al mínimo. Su promesa de tiempos mejores solo han sido tiempos peores para la gran mayoría de los chilenos. De allí que la protesta social iniciada primero en Santiago se extendiera rápidamente al resto del país. La acción política del gobierno ha sido de una falta de previsión absoluta, y su campo de acción tremendamente limitada. El estado de emergencia, el toque de queda y el despliegue militar han sido contraproducentes para su gestión y no ha significado una disminución del descontento. Tardíamente anuncia una ley para frenar el alza y evaluar su impacto.
La eventual reversión del alza, a estas alturas es insuficiente. Las élites dominantes intuyen que deben enfrentar numerosos problemas que vienen desde tiempos dictatoriales y que ningún gobierno posterior enfrentó con la seriedad y profundidad requerida. Todos administraron, en lo esencial el modelo, y las políticas publicas solo se focalizaron en aristas especificas sin cuestionar el eje central: la enorme desigualdad social que produce.
Las elites dominantes se disponen a articular acuerdos y tejer soluciones por arriba, pero saben que están cuestionados como interlocutores. De allí que Chile hoy es otro. Los tiempos se aceleran. Las clases dominantes suelen eludir consultar en serio a los sectores populares , tampoco generan las instancias de participación efectivas y reales.
Por su parte, el campo popular, sus organizaciones sociales y populares deberán profundizar en organización, unidad y gestar una propuesta de largo alcance. Cuestión que no es fácil y requiere tiempo. Pero es en los procesos de luchas concretas donde se gestan proyectos, propuestas, alianzas y todos los instrumentos que el campo popular requiere para avanzar.
Lo que, si es cierto es que ésta es la crisis de las instituciones -que se expresa social y políticamente- más relevante desde la dictadura. Las desconfianzas de la ciudadanía y por supuesto del campo popular hacia todas las instituciones es profunda. Y las demandas sociales son muchas tras años de abuso y desigualdades
En todo caso, las esperanzas asoman y se fortalecen.
Raúl Flores Castillo