UNA LECTURA DEL TERRITORIO PLAZA ITALIA DE SANTIAGO

Por Cristian Cottet

Uno de los aspectos del territorio denominado como Plaza Italia que mejor le define es ser un territorio de encuentro y de combinación cultural. Es allí donde converge la ritualidad política, la festividad popular, el desenfreno lúdico. Todo evento que se produce y/o reproduce en la ciudad de Santiago posee una expresión material y simbólica en este acotado territorio. Aspiramos leer lo que nos dice, lo que podemos atrapar de sus quietudes y petrificadas vivencias, tomarle como una fotografía y develar de allí lo que creemos se vive y respira, la fotografía lleva siempre su referente consigo, asegura Roland Barthes, y encontrado eso que le hace fotografía sucede la puesta en escena de lo no visto, dado que una foto es siempre invisible: no es a ella a quien vemos, vuelve a asegurar Barthes, sino el tenue discurso visual que se desliza entre las quietas figuras que le hacen y que entre ellas, siempre, encontraremos lo que entregue significación a esa fotografía. Miramos detenidamente las manchas, el borde de cada una, pero sólo aparece la exclusiva tentación de lo reconocido.

El mismo Barthes logra atrapar este tránsito en dos conceptos de raíz latina, a saber, el studium (inclinación, deseo, afición; celo, aplicación, esfuerzo, empeño; interés; afecto; interés propio) y el punctum (punzada, picadura; punto; instante; voto). Una inclinación que nos lleva hasta “algo” para el que observa destaca entre sus iguales y a la vez una punzada que arranca de entre las imágenes elegidas, pero a la vez concentra esa punzada en un aspecto, en un detalle que viene a revelar lo velado, lo vívido del momento fotográfico.

Este es el sentido de este trabajo: el punctum, pero esta vez no en una imagen fija, como sería la fotografía, si no expresado en un espacio donde lo “fijo” se combina con lo “móvil”, donde pululan simbolismos ocultos en un sistema estructurado para una funcionalidad explícita, en el píe forzado de una plaza. ¿Por qué una plaza? ¿Qué es, en definitiva, una plaza? La lectura que haremos se detendrá en la significación de algunos fenómenos que constituyen este territorio, fenómenos que identificamos como punctum que nos permite develar las nemas de algunos signos expuestos a la interpretación pública.

Cultura ya no será una rígida estructura, si no que se desenvolverá en un “tejido” de significaciones creando nuevas particularidades y cuya exclusiva posibilidad de acercamiento está dado por la interpretación de estos signos; de otro lado la antropología ya no será una fábrica de sentencias absolutas, si no un espacio desde donde “buscar significaciones”, establecer esta nueva mirada que termina con algunos absolutos que se creyeron inamovibles. Ahora el antropólogo, y en especial el etnógrafo, pierde toda neutralidad y distancia respecto al sujeto estudiado; pierde también la posibilidad de exponerse a la “comprobación científica” dada por la aplicación rigurosa de planos culturales comparativos, la verificación pierde la exclusividad sobre lo que se puede entender como “verdad”. La vida, como sistema abierto, no es posible asirla como un todo acabado y es nuestra propia capacidad de comprensión lo que hace que la “realidad” cobre forma.

Cada día es más común en Chile trasladar el concepto “plaza” al de “área verde”, entendido éste último como una definición jurídica y reglamentaria. ¿En qué momento se deja de hablar de “plaza” y comenzamos a denominar este espacio como “áreas verdes”? Existen dos entradas a este problema: Sea como una definición o como una cuestión de sentido social y humano. Al enfrentar las áreas verdes sólo como una cuestión técnica y de sentido legislativo puro, nos encontramos que su definición está atravesada y condicionada por cuestiones como: el tamaño, el tiempo o relación que el “usuario” hace de ésta y el impacto que produce. Por este camino (necesario, pero no exclusivo) tenemos una categorización estrictamente urbanista y técnica, con lo que pierde el profundo sentido humano, de encuentro y de bienestar. Podemos incluso categorizar este fenómeno, pero no podemos olvidar su intrínseca raíz social y cultural. En verdad, cabría preguntarse si estas definiciones (que no incorporan el sentido humano y de relación con la naturaleza) pueden diferenciar el área verde de otros espacios socioculturales.

La importancia de este espacio público, la plaza, es de larga data en la historia de Chile, y por qué no decirlo, de todas las sociedades, por lo relevante que significa el lugar en si en la ciudad, sino además por la distribución y ocupación simbólica al interior de la ciudad. Para Sergio Villalobos, historiador vastamente debatido, pero no por esto menos certero en alcanzar la certeza del resumen en algunos de sus textos, la plaza no se explica si no es desde “la ciudad.

Siendo ésta una definición pone atención en cuanto a la funcionalidad política de la plaza, carece de un aspecto que creemos fundamental que es el hecho de que este “orden humano” se desarrolla en medio de la naturaleza y se da en cuanto a un “encuentro” entre personas y éstas con la naturaleza. Cierto es que el autor se refiere a una época donde el roce con natura es de carácter cotidiano e instantáneo en cuanto el borde de la ciudad aún no se extiende más allá de “un par de manzanas”, pero creemos de profunda importancia este elemento a la hora de configurar una actualizada interpretación de estos espacios. Creemos que hoy no es un encuentro meramente urbano y fortuito el que se desarrolla en una plaza, ni es un encuentro sólo político: es un encuentro en un espacio donde se cultiva el acercamiento a lo más básico de la naturaleza, esto es, el árbol, el césped, el arbusto, es una rica síntesis de la conciencia de vida en común, hoy esa vida en común se proyecta también en un reencuentro citadino con lo rural, con el traslado social y cultural del ancestro agrícola y campestre al espacio urbano. En definitiva, esto se condensa en simbolismos que agregan significantes a la trama material de la vida en ciudad.

Amparados por esta definición podemos recorrer ciertas señales que en el espacio aquí estudiado dan cuenta del principal fenómeno constitutivo del encuentro. Nos interesa aclarar que al referirnos al encuentro en el territorio Plaza Italia, estamos acercándonos a la manifestación de éste en un sentido mucho más amplio y continuo dado que es desde la cercanía y la administración de ésta (política) que constituimos nuestra sociabilidad y reconocimiento de otredad.

A la Plaza Italia se puede llegar, fundamentalmente, por cuatro arterias que convergen en estricta formación de cruz, lo que hace de ella un permanente recipiente de energías que devendrán de toda la ciudad de Santiago. Estas arterias son:
Avenida Vicuña Mackenna de sur a norte
Avenida Bernardo O’Higgins de poniente a oriente
Pío Nono de norte a sur
Avenida Providencia de oriente a poniente

Estas cuatro vertientes llevan al territorio denominado Plaza Italia, lo que permite cierta distribución y organización de las movilidades humanas. El ser humano requiere de estos espacios ordenadores y es desde la constitución de la ciudad que este objetivo se manifiesta tanto de manera explícita o simbólica.

Esta cruz vial, que es cruzada y ocupada, establece cierta frontera social que, tanto física como simbólicamente, permite el compartimento ciudadano, estorbando la invasión desmedida de aquellos que habitan la ciudad en distintas zonas, presentándose como señal de intercambio más que de convivencia. Intercambio en cuanto al funcionamiento de una economía del desplazamiento entre una zona y otra, aquello que Leroi-Gouhan denomina como “un universo equilibrado” donde la sobrevida se resuelve en cuanto al respeto de ésta y muchas otras fronteras que a la manera de un eje resuelven la instalación ciudadana. Así, no resulta casual y más bien puede leerse como una señal de distribución, que no exista locomoción colectiva que produzca el encuentro negado por este ordenamiento. Mientras la locomoción que proviene del sur continúa sólo hacia el poniente (nunca al oriente económicamente más poderoso), la que proviene del oriente no gira ni “entra” a la zona sur. Pareciera producirse un amoroso roce que en el movimiento de autobuses nunca se transgrede si no es sólo para confundirse en el territorio posterior, que es el centro político de la ciudad.

Este mismo cruce de desplazamientos humanos nos puede a la vez entregar nuevas señales de simbolización cuando revisamos la nomenclatura de las avenidas que convergen hasta Plaza Italia.

De una parte, las vías que derivan a la zona geográfica alta de la ciudad, zona donde habitan aquellos sectores sociales con mayores recursos económicos, están nominadas con referencias religiosos (Avenida Providencia y Pío Nono), haciendo clara relación a la pureza y sublime espíritu de aquellos que le habitan. Si bien Avenida Providencia en lo inmediato deriva en zonas de comercio, es desde esa avenida que nacen las que llevan, incluso, hasta las zonas más “altas” de la ciudad. Por otra parte, si bien Pío Nono no resulta ser una vía tan extensa como las otras, su destino inmediato no es otro que el Cerro San Cristóbal con la Virgen María en su cúspide.

Por otro lado, las vías que derivan a la zona geográfica donde habitan los sectores sociales de menores recursos económicos están referidos sus nombres al rol paterno y regulador del Estado y el Poder político (Bernardo O’Higgins y Benjamín Vicuña Mackenna), con lo cual el desplazamiento por ellas no puede si no referirnos a lo heroico de las instituciones que estos dos personajes ayudaron a dar forma. Mientras Avenida Bernardo O’Higgins deriva inmediatamente al centro político de la ciudad, Avenida Benjamín Vicuña Mackenna lo hace hacia una de las zonas más extensas de la ciudad y que resguarda el sueño de una masa laboral poderosa.

Plaza Italia entonces se lee como ese encuentro entre lo sacro y lo profano, entre la vulgaridad y la elegancia, entre la masividad y lo individual, entre los más altos principios y “las bajas pasiones”. Lugar de acercamiento, pero a la vez de marcas territoriales que duramente se castiga de ser transgredida. Entre los cinco monumentos que contiene el territorio estudiado destacan dos que hacen mención a la incorporación de europeos a la construcción social, económica, política y militar de Chile: la Fuente Alemana y el tributo de la comunidad italiana, reconocida como Plaza Italia.

La Fuente Alemana fue donada por “la comunidad chileno-alemana” con motivo del primer centenario de la Independencia de Chile. Es obra del escultor Agustín Eberline y en su estructura contiene: un hombre con una bandera (irreconocible nacionalidad) que simboliza el esfuerzo y (por su cabeza indicando al cielo) pujanza, una mujer con serpiente en la mano denotando el dominio de la naturaleza, una mujer con frutos ofreciéndolos al resto, un hombre con señales de conocimiento, y una mujer con la pluma representativa de la literatura. Todos ellos sobre una embarcación que ademán contiene referencias a la industrialización (lingotes de metal) y desarrollo agrícola (sacos). Tras ellos, que miran todos al poniente, se instala un cóndor en “actitud” de vigilia y compañía.

El tributo de la Comunidad Italiana está representado con un león que, según algunos representaría la indomable chilenidad, y un ángel con una antorcha en su mano izquierda. Sobre este monumento no existe referencia en cuanto a su construcción y data de instalación, pero si acerca de su reposición sobre un soporte de mármol, el cual fue donado por el Instituto Italiano para el Comercio Exterior.

Estos homenajes a Chile, de igual número de “colonias”, pueden entenderse sólo si revisamos en origen de la instalación de europeos en el sur del país.
El proceso de instalación de inmigrantes europeos (alemanes, italianos, suizos, franceses) se desarrolla a partir de una disposición presidencial a mediados del siglo XIX y con razón de poblar el territorio denominado como “frontera”, en cual aún se mantenía en estado de conflicto bélico entre los chilenos y los mapuches. Es a partir de este hecho que se cuenta con un mayor acopamiento del territorio geográfico y social del sur de Chile, por lo que el fin de la “Guerra de Arauco” se logra consolidar. Un papel fundamental en la implementación de este poblamiento del sur de Chile lo jugó don Vicente Pérez Rosales.

De esta forma el “encuentro” que estas migraciones significaron para la consolidación de la república, viene a simbolizarse en estas monumentalidades instaladas en la zona de mayor verdor y forestación del territorio estudiado y vienen a ser señales no sólo del “aporte” europea a la consolidación republicana de Chile, si no que al hecho de ser este país un lugar de encuentro haciendo de la chilenidad un asunto aún de mayor complejidad étnica.

Interesante es destacar en este discurso de encuentro de dos elementos que se conjugan además en las monumentalidades instaladas en Plaza Italia: el cobijo territorial (patria y familia) y el destino de acumulación de riquezas (laboriosos e intereses). Estos dos instrumentos de integración pueden reconocerse en la Fuente Alemana en las invocaciones a la riqueza (lingotes, frutos) y en la dedicatoria del monumento italiano (restaurado por el Instituto Italiano para el Comercio Exterior).

Tres son los conflictos de mayor relevancia simbólica y militar en lo que significó el asentamiento de la República de Chile: la Independencia, la Guerra del Pacífico y la Guerra Civil de 1891. Estos tres eventos político-militares representan las instancias de quiebre de mayor envergadura y por lo mismo los que convocan mayores resentimientos en el espíritu de los ciudadanos de este país.

Si bien el proceso de Independencia se ve en su triunfo como una conmemoración, es en su seno y desarrollo donde se expresan las mezquindades y contradicciones personales que todo conflicto de este tipo contiene. El caso de Chile no escapa a esta regla. En pleno conflicto entre Patriotas y Realistas se exterioriza una antigua disputa entre dos fracciones de chilenos, que no son si no las dos corrientes políticas y económicas que se expresan en el contexto de liberación. Ambas fracciones a poco andar se ven representadas por líderes que le guían: de un lado Bernardo O’Higgins y del otro los hermanos Carrera y Manuel Rodríguez. Aún hoy se pueden escuchar las reivindicaciones de cada una de estas fracciones dado que finalmente fue resuelta con la muerte de los Carrera y de Manuel Rodríguez.

Destaquemos por el momento que uno de los cinco monumentos instalados en el territorio Plaza Italia es el de homenaje a Manuel Rodríguez.
Por otro lado, el crecimiento económico de las clases adineradas llevó a extender sus dominios hasta el norte del territorio nacional, chocando con los intereses bolivianos y peruanos, que ya estaban asentados en él. Esta contradicción derivó en la cruel y despiadada Guerra del Pacífico, la cual fue ganada por Chile con Manuel Baquedano como General en Jefe de sus fuerzas militares. Lo sangriento de esta guerra aún mantiene abiertas las heridas tanto de chilenos como de los peruanos y bolivianos.

Digamos por el momento que otro de los monumentos instalado en el territorio Plaza Italia es en homenaje al General Manuel Baquedano.

Finalmente debemos referirnos al conflicto interno que dirimió las disputas de intereses entre intereses económicos y políticos de las capas gobernantes de Chile a fines del siglo XIX, que derivó en una Guerra Civil y en el posterior suicidio del Presidente derrocado, José Balmaceda. Si bien Balmaceda representaba a un sector de esas clases, el proyecto de desarrollo que estaba contenido en su gobierno distaba mucho de convocar a todas las fuerzas que en un principio le apoyaron y uno de los principales elementos que desató este conflicto es la relación que la “oposición parlamentaria” mantenía con el imperialismo inglés. Este conflicto dividió por más de un siglo a los chilenos.

Cierra el triángulo de monumentos del territorio Plaza Italia el del Presidente José Balmaceda.

Estos tres conflictos que pusieron en la mesa la cuestión de la unidad territorial y humana de Chile, que cuestionaron el “encuentro” difícilmente sostenido en ese entonces (siglo XIX) están hoy representados y compartiendo homenaje en el territorio estudiado en un “encuentro” simbólico que aspira como destino reunificar y sellar antiguas disputas internas. El conflicto al ser contenido en un mismo territorio se resuelve por la vía de la convivencia y la instalación del “héroe” que distrae las veladas motivaciones de cada uno de estos eventos, se simboliza como acabado para momificar el proceso que le diera vida. Esta triada de representaciones monumentales puede ser completada con el “busto” a José Martí, que si bien su instalación se remonta a más de treinta años, su permanencia en medio de esta triada heroica (Rodríguez-Balmaceda-Baquedano) también nos instala en el conflicto mayor del siglo XX, conflicto que, de alguna manera cierra los otros tres: el golpe de estado de 1973.

José Martí, más allá de su innegable inteligencia, patriotismo, destreza de pluma, oratoria, erudición y honestidad, viene a convocar aquel sector desplazado y reprimido en el evento militar del ’73, viene a saldar esa cuenta con casi la mitad del país que viera su vida truncada y transformada en desperdicio. La sociedad así nos instala frete al edificio de la mayor compañía española instalada en Chile (Telefónica), frente a una de las salidas del tren subterráneo, el monumento a uno de los héroes de Cuba, país que representa, a la vez, los ideales de esa mitad desplazada.

Hemos distinguido cuatro aspectos de lo que denominamos el fenómeno del “encuentro” materializado y/o simbolizado en el territorio Plaza Italia. Hemos recorrido su geografía para distinguir las señales, íconos e incluso algunos índices que nos orienten en la lectura “densa” que nos invita Geertz. Esta lectura que apela a los datos etnográficos que el propio territorio nos entrega, que recurre a la información histórica y que descompartimente los significados que constituyen lo observado, este acercamiento etnográfico que no acaba en la primera mirada, es ante todo un instrumento incompleto y su resultado, por la esencia misma de su ser, no puede sino también dar señales de inexactitud e infinitud. La “interpretación”, la hermenéutica que se ha impuesto desde Europa, puede llevarnos a ese suicidio interpretativo de que en algún momento señalara Michel Foucault, un suicidio que se expresa al momento en que la misma interpretación debe (por consecuencia consigo misma) interpretarse a sí misma y al que interpreta.

Por nuestra parte hemos preferido tomar la entrada de Geertz en cuanto a su lectura cultural y etnográfica y atender al llamado de atención que el filósofo norteamericano Richard Rorty hiciera en cuanto a que el cierre de la interpretación está dado por una comunidad que hace ella “su” interpretación y, por lo tanto, “su” realidad. De alguna manera los santiaguinos hemos hechos del territorio Plaza Italia un espacio múltiple, de entradas convergentes y divergentes, un territorio multirracial y racista, de recreación y represivo, de manifestación y recogimiento. Hemos construido ese consenso rortiano que nos permite convivir con ese territorio sin mayor culpa, sin mayor ansiedad y siempre transformándole a nuestro antojo.

Porque el territorio Plaza Italia es por esencia un espacio de cambio y contención: de cambio en cuanto se travesti cotidianamente y de contención porque cada uno de estos cambios siempre encuentra la forma de establecerse (aunque sea transitoriamente) en el territorio. Desde esta perspectiva el encuentro creemos que le define de mejor manera que el tránsito, dado que ese encuentro, sea en la expresión que sea, como hemos comenzado a demostrar con estas líneas, no es sino una propuesta de contención en cuanto a la funcional hermenéutica de sus espacios.

El encuentro como cruce redistribuye ese mundo circundante por la vía de la “toma de conciencia” de él, la plaza (como espacio de sociabilidad) viene a detallar esta percepción en la ciudad, viene a reafirmar una naturaleza salvaje del ser humano que le proyecta en cuanto otro y un tiempo. Andre Leroi-Gourhan le apunta bien al hacer esa distinción espacial, que lleva a un encuentro con el tiempo como objeto de dominación. Tiempo y espacio dominado vienen a materializarse en este cruce del territorio Plaza Italia.

De la misma forma el encuentro como expresión de lo sacro y lo profano, de la etnicidad y de la contención del conflicto vienen a ser el mismo proceso donde ese espacio se pierde en la función local y cobra revenidas energías al desplazarse en cada localización simbólica. El re-cubrir estos signos y así lograr que su manifestación se vele en un tránsito inadvertido, es labor el Estado, del poder y la policía. Son ellos los interesados en el no reconocimiento de lo que de manera densa podemos “des-cubrir” en cada lectura que hacemos de estos elementos, estos punctum, al decir de Barthes.

Bibliografía
Barthes, Roland; La cámara lúcida: Nota sobre la fotografía; Paidós Comunicaciones; Barcelona, España; 1998.
Clifford Geertz; La interpretación de las culturas; Gedisa Editorial; Barcelona, España; 1997.
Villalobos, Sergio; Para una meditación de la conquista; Editorial Universitaria, Colección Imagen de Chile; decimotercera edición; mayo de 1997; Santiago de Chile.
Andre Leroi-Gourhan; El gesto y la palabra; Ediciones de La Biblioteca, Universidad Central de Venezuela.
Vicente Pérez Rosales; Recuerdos del pasado; Editado por Casa de las Américas, Colección Literatura Latinoamericana; La Habana, Cuba; marzo de 1972; pág. 524. Los destacados son míos