Por Cristian Cottet
“…una cosa es lo que la gente dice
y otra lo que la gente hace”
Daniel Schávelzon
Cuando el Buda se sienta sobre la tierra lo cubre un cielo infinito y lo contiene un planeta completo y finito. El Buda no reza, no salva ni ayuda a pasar las penas. El Buda sólo está ahí, mirando en la frontera, en el límite de los tiempos. Su ejercicio está definido por el testimonio de lo que fue y lo que nadie sospecha que será. Sólo puede saber lo que fue, lo que le hizo y cómo ese pasado muta entre los avatares históricos.
La Memoria es una imagen del Buda. También el Buda es una proyección de la Memoria. Somos producto y consecuencia de la memoria. En base a lo recordado hacemos el presente y proyectamos lo que podría ser el futuro. Esos ejercicios memorialistas son automáticos, inmediatos y despiadados. Si vemos una imagen lo que buscamos es lo que nos instala dentro de ella, ese espacio donde existimos o fuimos parte.
En estos días hemos quedado sorprendidos por la película “Nostalgia de la luz”, del cineasta chileno Patricio Guzmán. La sorpresa viene de recordar dos pasados que hacen de la comunidad chilena un asunto siempre en el límite. Mientras los astrónomos buscan el pasado del planeta observando el cosmos, un pequeño grupo de mujeres busca su pasado en la profundidad de la Tierra. Unos miran hacia el cielo, las otras miran y excavan hacia el centro del planeta. Unos aspiran asirse de un pasado volátil y distante, las otras se desvelan en el ejercicio de una eterna exhumación de restos humanos, la de sus hijas e hijos, sus amigos y familiares. Unos son los astrónomos que insisten en volver al pasado, al infinito, las otras son las madres y abuelas de los detenidos desaparecidos.
Unos estudian y estudiaron las maravillas del cosmos, las otras debieron aprender en medio del dolor la certeza de la muerte. En medio de ese binario dilema estamos los que, al igual que el Buda, habitamos en la superficie ya que es en esa frontera donde se juegan ambos pasados y la memoria no puede transformarse en una entelequia. Es en esa plataforma de tierra y concreto donde la vida corre a disímiles velocidades.
Nacemos en la superficie y a esa hora recibimos un Patrimonio que jamás alcanzamos a dimensionar. Es el Patrimonio generado en nuestro personal pasado que recibimos para “uso y goce”. Pero es tan inmensamente grande que sólo alcanzamos a reconocer una pequeña zona. Es nuestro Patrimonio y cuando falta lo extrañamos, volvemos a buscarle. Esa cota, ese límite que permite definir lo nuestro es justamente un ejercicio de Memoria, ejercicio que permite asegurar nuestros apegos y extrañezas, que no es otra cosa que nuestra Identidad de comunidad.
Excavar suena a exhumar y exhumar es retornar a un pasado conocido y, en parte, olvidado. Exhumar es el territorio de lo que vuelve al límite. El arqueólogo argentino Daniel Schávelzon ha hecho de esta práctica una cuestión extraña y osada. En el trabajo de proteger una construcción colonial que derrumbarían, decidió rescatar lo que se pudiera en el corto tiempo que le dieron las inmobiliarias. Cavó lo que más pudo hasta que, por la magia de lo casual, se topó con el “basurero” de la casa, una cueva o pozo donde los coloniales habitantes tiraban sus “deshechos”. Platos, ropa, comida, trozos de mueble, etc. Todo enterrado, hasta algunos artificios eróticos salieron a la superficie. Con lo rescatado se pudo re-conocer, se logró recordar como sociedad aspectos insospechados de la vida cotidiana del Buenos Aires colonial. La basura como espacio de re-construcción patrimonial. Eso si que es aventurado, pero lo cierto es que de esta experiencia hoy se habla de Cultura de la Basura.
Nosotros, los chilenos, nos parecemos al Buda en nuestra insistencia de permanecer en el límite, en la superficie. En no excavar, no intrusear la basura, en olvidar, perdonar o aplastar… siempre, eso si, en el límite. Sobre nosotros pesa un cielo de proyectos y a nuestros pies se mueve la corteza. Hemos abierto un basurero de palabras, de encuentros, de afectos. Tiramos a ese tacho palabras y objetos. Palabras como “socialismo”, “clase”, “revolución”. Objetos como banderas, máquinas, cuadernos y libros. ¿Quién recuerda las 40 medidas del doctor Salvador Allende? ¿Quién podría reinstalar el mentado Programa de la Unidad Popular? Si, el mismo. Ese que habla de Socialismo, de Revolución, de Estatizar, de Reforma Agraria, de Educación de Calidad.
¿No será que el ejercicio memorialista de la izquierda (dije “izquierda”, no “progresista”) sea volver al basurero político y releer esos cachureos? Allende no es una estatua, es Patrimonio, por eso es Identidad.
Julio 2017