Carlos Romeo, desde La Habana
Creo que los acontecimientos del pasado día 6 de diciembre son claramente reveladores de que la continuidad de la revolución Bolivariana está en peligro. Si se computan nacionalmente los votos emitidos, el Gobierno obtuvo un 42% y la oposición el 58%, 16% de diferencia. Ya la primera señal de alerta había sonado a raíz de la elección de Maduro como Presidente con apenas el 1,5% de los votos a favor con relación a su contendor. Luego sucedió el derrumbe del precio del petróleo: desde los USD 100 en barril a lo USD 40 en la actualidad. A la constatación del hecho de que Maduro no es Chávez, se agregó la pérdida de más de la mitad de los recursos monetarios provenientes del exterior con los que el Gobierno Venezolano ha financiado su política económica y social en favor de los más desposeídos. A ello se ha sumado la falta de una clara, lucida y directa confrontación ideológica con la derecha y una política económica incomprensible ante las evidencias diarias.
En una revolución de verdad lo que se está jugando es el establecimiento de un nuevo humanismo, de nuevos valores y condiciones de vida para los que hasta entonces han sido los desheredados en esa sociedad, y de no lograrlo, habrá inevitablemente un regreso al pasado bien conocido. Esa disyuntiva debe ser el eje constante del mensaje ideológico de un Gobierno Revolucionario, particularmente en los momentos en que la coyuntura económica obliga a rebajar circunstancialmente las expectativas de consumo. Es lo que hicieron los cubanos quienes debieron aguantar todo tipo de privaciones y durante mucho tiempo, para conservar el humanismo que habían logrado.
Pero, además, hay que reconocer las verdaderas causas del cacareado caos económico que rige hoy en día en Venezuela.
Hay una inflación galopante que, en adición a una continua subida de los precios, se expresa como una situación de escases en los comercios de productos básicos de consumo. Ambos fenómenos tienen las mismas causas.
Por una parte, la sustancial reducción de divisas necesarias para importar, en particular las materias primas necesarias para la industria venezolana, con seguridad ha tenido un impacto en el volumen de la producción nacional.
Ningún industrial deja de fabricar lo que puede por razones políticas toda vez que ningún industrial actúa en contra de la racionalidad del capital que exige su continuo movimiento generador de ganancias. Ningún comerciante deja de vender para almacenar inventarios. Cuando más, puede retenerlos un tiempo buscando una mejor coyuntura para su venta por que inmovilizar el capital va en contra de la ley suprema del capital, que es tener que rotar sin parar para acrecentarse. Por lo tanto, más temprano que tarde todos los productos que han sido elaborados para su venta en Venezuela llegan a la tarima de venta.
Si se aceptan estas dos premisas hay que concluir que hoy por hoy en Venezuela la industria, que es mayoritariamente privada, produce todo lo que se puede vender a los comerciantes que también compran cuanto pueden para revenderlo. Entonces, ¿Cuál es el problema?
Lo mismo sucedió en Chile cuando Allende, porque también en ese país y en aquellos tiempos, el Gobierno logro rebajar el desempleo a un 3% y elevo los salarios monetarios de los trabajadores y, claro está, los capitalistas no se dedicaron a invertir ampliando sus fábricas en un país cuyo Gobierno dijo sin tapujos que quería preparar las condiciones para establecer el socialismo en Chile.
Esa película ya vista está nuevamente siendo proyectada en la Venezuela chavista. ¿En cuánto se ha reducido el desempleo en ese país desde 1999? ¿En qué medida ha aumentado el nivel de consumo de su pueblo después de haberse rebajado la pobreza general y la absoluta? Para ello inevitablemente debieron de subir los sueldos y salarios. La pregunta a hacerse es si los empresarios privados responsables de la producción de los artículos de consumo han incrementado mediante inversiones sus correspondientes capacidades productivas, al margen de limitaciones productivas derivadas de los menores ingresos de divisas. Y la respuesta es que difícilmente esos empresarios respondan a lo que les pide el mercado invirtiendo sus ganancias en sus propias fabricas cuando en Venezuela hay un Gobierno Revolucionario producto de una alianza civica-miitar. La reacción económica “normal, lógica y prudente” y acorde con el capitalismo, es enviar las ganancias a un banco en Miami a la espera de tiempos mejore, pasando por el mercado negro del dólar.
Por consiguiente, el problema económico número uno de Venezuela en este momento es elevar la capacidad productiva de los bienes que consume su pueblo. ¡Y el Gobierno de Venezuela no está ni preparado ni consciente para enfrentar esta tarea POLITICA! En efecto, esta no es una tarea para politólogos ni para simples políticos improvisados sin experiencia ni practica económica.
En medio de estos acontecimientos, a mi casa en La Habana llegan hombres de negocio europeos que no están solamente interesados en venderles productos faltantes a Venezuela, sino que, ante un mercado insatisfecho de tal proporción, proponen invertir en nuevas fábricas en ese país. ¿Por qué ellos y no los empresarios nativos? Sencillamente porque para estos últimos, capitalistas externos, la amenaza de una eventual expropiación en un país cuyo Gobierno Revolucionario no la practica como procedimiento revolucionario, el eventual riesgo país que representa Venezuela es únicamente el regreso al capitalismo “puro y duro” si fracasa ese Gobierno.
Es verdad que el tiempo apremia. Pero por ello es necesario cuanto antes abrir una ofensiva negociadora de representantes debidamente preparados del Gobierno Venezolano ante hombres de empresa europeos, asiáticos y americanos, proponiéndoles ventajosas condicione para que inviertan y fabriquen en el país los productos relativamente más escasos e importantes desde el punto de vista político.
¿Qué podrá decir el MUD ante ello, o el Universal o el Nacional, o FEDECAMARAS? ¿Amenazarlos con expropiarlos cuando lleguen al poder, si llegan al poder, por el delito de traición a sus hermanos capitalistas venezolanos? No lo creo. Hay ciertos principios inalienables en el mundo del capital.
Una política de este tipo de alianza táctica con el capital internacional privado no sería más que seguir las huellas que desde finales de los años setenta del pasado siglo lleva a cabo la República Popular China en materia de inversión extranjera, que también practica Vietnam y que los cubanos empiezan a instrumentar.
Lenin dio a entender que, para conservar el poder político, los revolucionarios deben estar preparados para pactar hasta con el Diablo! Porque perder el poder político es perder la Revolución.
8 de diciembre del 2015