Por Carlos Romeo
Lo que voy a exponer puede que no sea muy relevante, pero expresa una idea sobre una experiencia vivida que en mi caso tomó mucho tiempo en aclararse, a pesar de que fui un simple protagonista de ella, pero protagonista al fin. Espero que no sea una “boutade”, como dicen los franceses, una simple expresión de ingenio y nada mas.
Cuando Fidel Castro, el 16 de abril de 1961, le dijo al pueblo cubano que lo que los estadounidenses, refiriéndose al gobierno de ese país, no les perdonaban a los cubanos era que habían hecho una revolución socialista a 90 millas de sus costas. De ese acontecimiento, lo que hoy se me revela como de trascendencia es que ese día Fidel caracterizó al proceso revolucionario de socialista ocho años después de haberlo iniciado y, sobre todo, como el mismo lo expreso, después de haberlo hecho, no antes, ni en sus inicios ni durante su desarrollo hasta ese momento. Era un hecho consumado y ante esa evidencia, los cubanos pensaron: “si ya lo hemos hecho, por que decidimos hacerlo y estamos contentos de haberlo hecho, entonces el denominarlo socialismo ya no tiene mayor relevancia que ponerle un nombre. Escribimos en prosa sin saberlo.” Y el corolario a lo pensado fue” ¿Cómo es posible que hayamos hecho voluntariamente y con entusiasmo algo que siempre nos dijeron que era una aberración política y social?” En esos días, un amigo ingeniero me había contado “estuve con unos soviéticos en un encuentro hace poco, ¡y descubrí que no muerden! “. Supongo que esa haya sido la misma experiencia de muchos latinoamericanos después de un encuentro con especialistas cubanos en misión en su país.
Quizás se ha cometido un error en la presentación de los objetivos políticos que persiguen los partidos políticos de inspiración marxistas anteponiendo como meta política lograr la conclusión a la que llego Carlos Marx después de unas seiscientas páginas de una lógica y sistemática demostración de que la contradicción fundamental inherente al sistema capitalista, la polarización de la riqueza en una cada vez menor cantidad de manos y de la no riqueza en una mayoría cada vez grande, llevara indeteniblemente más tarde o más temprano, a una revolución social que consistirá esencialmente en la expropiación de los ricos explotadores para reorganizar la manera de producir y de vivir de todos con mayor justicia. Hay un paralelismo entre la complejidad y duración del razonamiento de Marx y la dificultad de lograr convencer a las mayorías de una población de que semejante cambio es necesario. Dicho con otras palabras, el objetivo de una revolución social no debe presentarse como lo que se hará después de haber expropiado a los expropiadores, si no que, al revés, como la suma de trasformaciones parciales de la vida social sentidas y exigidas por las grandes mayorías, que logran cristalizar finalmente en ese objetivo final aparentemente tan difícil y distante, que es reordenar completamente a la sociedad. José Martí había descubierto este principio de como conjugar la táctica con la estrategia, cuando dijo que para lograr un objetivo final “en silencio ha tenido que ser”.
La necesidad de acabar con el capitalismo en un país no es evidente para todos pero si es evidente el desempleo que existe, el analfabetismo, la ausencia de una educación y de la atención médica gratuita, la concentración de la tierra y del agua en pocas manos, las enormes diferencias en la forma de vida de una minoría rica y los demás, en la cantidad de pobres que así y todo existen, en reglas electorales que garantizan si no el control político a la minoría rica, al menos la capacidad de neutralizar reformas que los afecten, la existencia de fuerzas armadas represivas que mantienen el regimen político, económico y social existente, etc.
Suma de objetivos puntuales con los que concuerda la mayoría de los ciudadanos conforman un programa político. El nombre que lo caracterice es lo de menos, no estamos concibiendo una marca comercial para que tenga éxito.
La Habana, junio del 2017