Por Carlos Romeo
Donald Trump, político iconoclasta, “se dice de aquella persona que (por lo menos en sus palabras) va a contracorriente y cuyo comportamiento es contrario a los ideales, normas, modelos, estatutos de la sociedad actual o a la autoridad de maestros dentro de ésta, sin que implique una connotación negativa de su figura”, habló durante su campaña como si lo creyera de verdad o por conveniencia, en un tono como si la presidencia de los EE.UU. lo fuera a convertir en el árbitro de los destinos de su país y también, desgraciadamente por ser verdad, del mundo. Probablemente sin saberlo, imito a Luis XIV, el monarca absoluto de Francia en el siglo XVIII, quien dijo “el Estado soy yo”.
Creo que todos coinciden con la idea de que en los EE.UU. rige un sistema económico capitalista que ha alcanzado un enorme desarrollo debido al cual, desde el inicio del pasado siglo XX, desbordo los marcos de sus fronteras geográficas y se expandió por el mundo, especialmente en sus regiones económicamente menos desarrolladas, siguiendo su objetiva y compulsoria ley de comportamiento que consiste en acrecentarse “como sea y en donde sea”, para lo cual ha utilizado y utiliza no solamente su propia fuerza económica sino que además y cuando lo requiere, la fuerza del Estado, que incluye su diplomacia y desde luego también a sus fuerzas armadas. Es lo que Lenin denominó un imperio, a la usanza del de Roma en tiempos pasados, pero ahora con modernos métodos sofisticados que, están basados en unos hipotéticos derechos universales del hombre en un mundo del cual se dice que contiene a países y hombres libres e independientes.
Digamos, como hipótesis analítica, que la expansión del capital de origen estadounidense, entendiendo por ello que quienes lo controlan son estadounidenses, es un resultado para ellos satisfactorio, logrado por ese capital. Por consiguiente, el Estado Norteamericano no puede dejar de respetar esa realidad toda vez que en sí mismo, no es más que una expresión concreta de la superestructura de la sociedad en la cual se ha acumulado y radica la propiedad de ese capital. Dicho de manera más sencilla y directa, el Estado existe y funciona para los intereses del capital y no a la inversa.
Trump ha sido elegido Presidente por causas propias del estado de frustración que aqueja a buena parte de la población el país norteamericano que padece directamente las consecuencias de como se ha desarrollado y establecido el capital estadounidense en ese país y en el mundo. “El cinturón del óxido” como denominan la zona en la cual radicaban las desaparecidas industrias del acero y del automóvil, respaldo a Trump expresando así su desesperación por el hecho de que los capitales correspondientes se desplazaron por su conveniencia a otras zonas del mundo y sus habitantes se quedaron sin su trabajo. Porque no se debe olvidar que, en el capitalismo, directa e indirectamente, todos trabajan para el capital quien es el creador de la inmensa mayoría de las fuentes de trabajo.
La única manera de revertir la distribución geográfica del capital norteamericano es modificando las condiciones necesarias para que prospere. Pero resulta que el capital, “en su sabiduría”, ya eligió establecerse en donde esta y no en donde estuvo en el pasado, por considerar que las condiciones en su propio país no podían ser modificadas más a su conveniencia y eligió el derrotero más fácil y seguro. Por ello, resulta inconcebible que Trump, pese a su experiencia en inversiones inmobiliarias y en espectáculos, logre crear condiciones para que el capital regrese a los Estados Unidos. Nadie, salvo Don Quijote, lucha en contra de los molinos de viento y Trump no es un Don Quijote.
Dentro de este contexto general y global pasemos a examinar, o mejor dicho, a prever el futuro de las relaciones entre Cuba y los EE.UU. durante los próximos cuatro años.
Cuba no es un tema prioritario para el Gobierno estadounidense, aunque si rebasa dicho marco toda vez que es significativo como parte de la política de los EE.UU. hacia la América Latina. No obstante, el paso más significativo que había que dar lo dio el Presidente Obama al encarar abierta y valientemente a sus compatriotas al reconocer que 55 años de política concebida y ejecutada para acabar con la Revolución Cubana había fracasado y que su país no había logrado derrotar al “castrismo”. Ese momento político quedara marcado en la historia como una responsabilidad asumida por Obama.
Reconocido el error, ¿qué queda para los anticastristas de Miami, mayoritariamente miembros del partido Republicano y para los políticos confabulados con ellos en las maniobras politiqueras propias del Congreso estadounidense? Invocaciones a la condena de las características del regimen económico y político socialista cubano, o sea a lograr desde los EE.UU. y usando la fuerza de su Estado, cambios al interior de Cuba ajenos a la voluntad de su pueblo (aunque ellos dicen que lo representan). Pero también lo sucedido, la reanudación de relaciones diplomáticas con Cuba, lo que significa reconocer la legitimidad de su Gobierno, ha puesto en movimiento dos grandes fuerzas en el interior de ese país, a los ciudadanos estadounidenses curiosos por conocer esa “región prohibida” durante más de medio siglo, a la cual les estaba negado visitarla, y al capital estadounidense deseoso de llenar los “vacíos económicos” o negocios potenciales en Cuba, que son muchos, que le convendrá rellenar para acrecentarse a solo 90 millas de sus costas.
Más de 160.000 ciudadanos del país norteamericano han visitado Cuba después del restablecimiento de relaciones diplomáticas y como una expresión de lo que este campo depara en el futuro, las principales líneas aéreas norteamericanas solicitaron y obtuvieron los permisos para cien vuelos diarios desde ese país a Cuba. Por otra parte, las empresas hoteleras Marriot y Sheraton ya han firmado contratos de administración de varios hoteles cubanos.
¿Podrán los politiqueros anti castristas de Miami contrarrestar las fuerzas de la curiosidad de los ciudadanos y del capital estadounidenses? ¿Anteponer el poder del Estado por razones puramente ideológicas referidas a lo que pasa en un pequeño país, a los intereses del pueblo y de los capitales estadounidenses? Veremos.
Mientras tanto, y como conclusión repetimos el refrán árabe, “Los perros ladran y la caravana sigue su marcha”.
La Habana, 24 de noviembre del 2016