Comentario Aníbal Ricci
The Fallout, la vida después. dirigida por Megan Park, 2021
Existen películas concebidas desde la simpleza, con personajes bien dibujados y que rehúyen de la pretensión.
The Fallout es una revisión de un tema importante en Estados Unidos: los atentados de armas automáticas al interior de las escuelas. La cinta inicia con el ruido de un fusil de asalto, que ocurre cuando las dos protagonistas se encuentran en el baño. Se refugian en una cabina y sus emociones de vida o muerte transcurrirán en un metro cuadrado.
Resulta muy inteligente no mostrar los tiros, ni los cuerpos caídos, sino enfocarse en el descalabro interior que deberán abordar las dos quinceañeras.
Es tan potente el crash en sus vidas, que la directora se enfocará principalmente en una de las chicas, que queda enganchada a los videos de baile que sube su nueva amiga a las redes sociales. La situación las unió para siempre, aun cuando Vada es mucho menos popular que la perfecta Mía. Megan Park simplifica el punto de vista, debido a que se toma en serio el conflicto: la mente de la chica ha estallado y sólo se expresará a través del ostracismo.
La familia está muy preocupada. Vada ahora percibe el mundo como Mía, ellas estuvieron juntas durante ese evento extremo, la experiencia más angustiosa de sus vidas.
La protagonista se refugia en su cuarto y se ausentará varios días del colegio, sólo se comunica a través del celular con su nueva amiga y acude a su casa de máximas comodidades. Percibe nuevas sensaciones en ese ambiente higiénico, de alguna forma suprimiendo el dolor. Los padres han contratado una terapeuta, que la ayudará en este proceso que no debiera ocurrirle a ningún adolescente.
Vada está descolocada. Se drogará durante una clase y se tomará la vida de forma liviana, mientras su mejor amigo se transforma en un activista por el derecho a vivir sin violencia. Mía no abandona la confortable casa de sus padres que están de viaje. Acoge a Vada sin pedirle nada a cambio. Se zambullen en la piscina, beben vino y se relajan en el jacuzzi.
No es la típica película de adolescentes rebeldes que van a fiestas, sino que afrontan su realidad de acuerdo a lo que les dicta su imaginación. La primera experiencia sexual será sólo un ingrediente para hacer surgir esa angustia que permaneció congelada desde el día del tiroteo.
La protagonista no siente nada, tampoco empatía por los que fallecieron. Se vuelve una extraña para sus padres y hermana menor, mientras la psicóloga le indica que debe dejar aflorar las emociones para darle sentido a esa violencia encapsulada.
Los diálogos son muy simples, la ausencia de conversaciones rebuscadas le da mayor densidad al proceso que están viviendo las amigas. Es una búsqueda interior, la directora recurre a gestos más que a palabras y la joven actriz Jenna Ortega se transforma en la vía de comunicación con el espectador. Es difícil modular un proceso introspectivo y Megan Park, con un montaje simple, nos sumerge en la comprensión del conflicto.
El espectador agradece esta lúcida hora y media de reflexión.