Por Carlos Romeo
Un viejo chiste chileno relata la ejecución de un cristiano en el Coliseo cuando la Roma Imperial. ¡Enterrado hasta el pescuezo, es agredido por un león y cuando este se acerca al condenado para atacarlo, el pobre sujeto no tiene otra posibilidad que morderle la oreja al león para defenderse, lo cual provoca que el público le grite “! ¡Cobarde! ¡Pelea como un hombre!”
Muchos años después, en la España monárquica y católica, el Santo Oficio, también conocido como la Santa Inquisición, mandaba detener a cualquiera que fuera considerado un falso cristiano, brujo o estar poseído por el demonio, y después de torturarlo hasta hacerlo confesar cualquier cosa que satisfacía a los santos padres que lo interrogaban, lo quemaban después de perdonarle sus pecados y enviarlo por correo certificado al Paraíso.
Hoy en día es cierto que hay libertad para practicar o no practicar una religión, con la salvedad de los miembros del Estado Islámico, pero en un contexto en el cual impera de hecho como ley que cualquiera puede y debe “matar su propio chancho” y si no puede, como le sucede a varios cientos de millones de habitantes de este planeta, peor para el toda vez que es un incapaz de sobrevivir en un mundo considerado libre y conformado por seres con los mismos derechos según dice un documento de las Naciones Unidas.
Tres momentos de la historia humana y tres expresiones correspondientes de los derechos humanos en cada uno de ellos. Lo único común en esos tres casos es que se trata de seres pertenecientes a la especie animal homo sapiens con prácticamente el mismo nivel de evolución biológica, pero que vivieron en distintas realidades sociales con lo cual, el carácter de lo humano, si bien se corresponde a la especie homo sapiens se manifiesta concretamente como el resultado de las reglas derivadas de las relaciones sociales que los hombres han establecido para vivir colectivamente.
Sin ir tan lejos, en el propio Chile y con una diferencia temporal del orden de medio siglo, los derechos humanos concretos vigentes, no los del bla, bla, bla de los políticos, han sido diferentes. Me consta que nunca tuve que pagar por mi educación en Chile, ni siquiera durante los 5 años de educación universitaria en la Facultad de Economía de la Universidad de Chile. Y cuando tuve que acudir a un médico y hasta someterme a una operación, los servicios asistenciales me lo brindaron gratuitamente. Claro está que en esos años no habían más de unos 100.000 automóviles en todo Chile, no como ahora cuando hay como tres millones y tenía que viajar en una “micro”, en una “liebre”, o en unos silenciosos y ecológicamente eficientes medios de transporte eléctricos llamados troleybuses. Los pescadores artesanales podían faenar en cualquier parte del mar, no como ahora en que están condenados a no salir de una estrecha banda costera, toda vez que “ese mar que tranquilo nos baña” ha sido privatizado, y la lista de espera para una consulta médica gratis es de 1.600.000 y de 360.000 para una intervención quirúrgica. Estas son manifestaciones concretas de algunos derechos humanos en Chile actual, además de la vigencia de una multiplicidad de partidos políticos representados por profesionales de esa profesión, porque hay que llamarla por su nombre, que viven, con sus excepciones, en el Monte Olimpo de la política muy por encima de los mortales a los cuales dicen representar y efectivamente dirigen.
Yo vivo en otra realidad social que aquí llamamos socialismo a la cubana, con sus defectos y problemas, con un solo partido político, pero en donde rigen efectivamente y para todos ciertos derechos humanos que son
– Asegurarle gratuitamente al feto a través de la madre las condiciones necesarias para un buen desarrollo y parto
– Alimentación asegurada durante su vida
– Vivienda con los servicios básicos necesarios
– Servicios de salud gratis durante toda su vida
– Educación gratuita hasta el nivel que pueda alcanzar
– Trabajo en el campo para el cual se preparó y un retiro a cierta edad
– Derecho a la entretención cultural y deportiva y a una vida segura
– Asistencia a toda su familia
– Respeto de su individualidad y de su participación en la política nacional
– Asegurar gratuitamente su sepelio al finalizar su vida
– Defender su Revolución
Mentiría si dijera que ello se logra perfectamente, pero se logra.
La sociedad cubana tiene un modo de vida espartano en comparación con la chilena. Hay pocos automóviles. Las tiendas tienen un restringido surtido de productos. Pero durante su vida, los cubanos lograron alterar los acuerdos de Potsdam de las grandes potencias al terminar la Segunda Guerra Mundial, al decidir por su cuenta que la línea Oder-Neise en Europa que separaba el mundo capitalista del socialista también pasaba por el Estrecho de la Florida en el Caribe y cambiaron la historia de África Austral al derrotar militarmente a los Sudafricanos racistas y lograr salvaguardar la independencia de Angola, obtener la independencia de Namibia y coadyuvar al fin del régimen del apartheid en Sudáfrica. No lo digo yo, sino que lo dijo Nelson Mandela.
Resumiendo, en Cuba no solamente todos tienen asegurado su pedazo de “chancho” sino que, además, compartieron con otros lo poco que tenían. Son humanos a su manera. Y hasta los norteamericanos debieron reconocerlo, aunque no han dejado, ni dejarán, de actuar para que cambien su sentido de lo humano por el que ellos tienen en su país, el único que conciben, el mundo de los vencedores y de los perdedores, que desconoce la solidaridad.
La Habana, 12 de mayo del 2016