Septiembre es un mes de memoria.
Se conmemora el triunfo electoral de Salvador Allende. Triunfo que se inscribe en un proceso de alza de la organización social, la conciencia y las luchas populares. Dinámicas que le otorgan un sentido transformador socialista al proceso histórico en marcha.
También en septiembre se vivió el golpe empresario-militar que dejó en evidencia que el poder económico, el capital, las grandes corporaciones siempre recurren a todos las herramientas que poseen, incluida la violencia, cuando sienten o imaginan que sus intereses son amenazados por el campo popular.
Septiembre, es un mes en el cual se pueden concentrar los homenajes a todos nuestros detenidos desaparecidos y ejecutados. Todos nuestros caídos en la larga lucha de resistencia antidictatorial.
De allí que septiembre sea el mes de la memoria.
Ciertamente podemos hacer de septiembre un sentido y extenso momento de conmemoraciones que permitan no olvidar nuestra historia, y recordar a los nuestros. Pero no es suficiente. La memoria no puede circunscribirse a esa noble, necesaria e imprescindible tarea.
Más aún, cuando la memoria, ayer y hoy, es un campo en disputa. Por un lado, las memorias de los poderosos que en todos sus matices responsabilizan al campo popular «del clima de confrontación y violencia» de aquellos años y que habría alcanzado su clímax en el gobierno de la Unidad Popular.
Por otro, las memorias populares, diversas, pero que recuerdan aquellos años como aquel momento en que se sintieron haciendo la historia, o al menos de fragmentos de ella.
De allí que las memorias populares, sus portadores, las izquierdas, en reflexión y diálogo debieran encontrar razones que expliquen sus aciertos y con mirada crítica observar los errores y aprendizajes de aquellos años de cara a los desafíos actuales.
Aprendizajes que desnuden algunos de los errores del campo popular, como aquel casi infantil acerca de la excepcionalidad institucional, que permitiría realizar los cambios sociopolíticos y económicos que el pueblo quisiese sin derramamiento de sangre: mitología difundida por la historia oficial.
Otra constatación, dado que la historia no se detiene, sería asumir que, desde comienzos del siglo pasado, se vivió en Chile un fenómeno de subversión del orden de clases, que buscaba romper con la total apropiación del poder por parte de las clases dominantes. Tal es así, que los mismos sectores dominantes asumieron o debieron asumir a lo largo del siglo una serie de ajustes tendientes a otorgar a los trabajadores y postergados determinados beneficios que calmaran y neutralizaran la presión que ejercían en pos de transformaciones estructurales. Y en los setenta se planteó, decididamente, el problema del poder.
Y de ahí la ira, la reacción desesperada y brutal del capital representado por los grandes empresarios y sus aliados internacionales. Quienes no estaban dispuestos a aceptar que se pusiera en cuestión su poder de clase. Esa fue la osadía del campo popular. Osadía, necesaria e histórica, que también deja lecciones. Más aún cuando las desigualdades sociales, la concentración excesiva y abusiva de la riqueza son una constatación cotidiana en el Chile de hoy.
Por ello desentrañar los nuevos desafíos de la memoria se torna urgente, dado que, como señaló Eduardo Galeano, la memoria, cuando de veras está viva, no contempla la historia, sino que invita a hacerla.