El Banco Central de Chile en su informe de política monetaria de septiembre descartó en su escenario base la posibilidad de una recesión global. “El escenario base involucra un empeoramiento de las condiciones externas, -señaló-, no de recesión mundial”. Con esta afirmación debilitó profundizar en los peligros existentes en la economía global y su repercusión en el país, lo cual conduce a no propiciar medidas para que se enfrente adecuadamente el peligroso escenario existente mundialmente. La economía chilena es profundamente abierta tanto al intercambio comercial como al movimiento de capitales, en consecuencia, los impactos de los hechos externos, tanto positivos como negativos, son muy elevados.
“Los volúmenes de comercio internacional -constató el presidente del instituto emisor, Mario Marcel- han tenido un deterioro muy fuerte, incluso con cifras negativas de la mano de ajustes en la inversión y la producción industrial en las mayores economías. No obstante, aunque se ha ajustado a la baja el crecimiento de varios países, con un deterioro de las condiciones financieras y de las perspectivas comerciales -insistió- el escenario no es de recesión mundial”.
La dimensión de los hechos exige hacer un análisis profundo del curso futuro de los acontecimientos a partir de las señales que se van dando, teniendo presente que en economías de la importancia global de la germana se adelantó que entrará en el curso del presente año en recesión, como advirtió el Instituto de Economía Mundial de Kiel. Estimando que el deterioro de su situación se prolongará hasta 2021. O las provenientes de EE. UU.
La guerra comercial ya no es una amenaza para el crecimiento económico, sino que produce efectos concretos en esa dirección, como lo constató el Fondo Monetario Internacional. “En el pasado -señaló su vocero Gerry Rice- dijimos que las tensiones comerciales constituían una amenaza; lo que decimos ahora –puntualizó- es que no son solo una amenaza, sino que están comenzando a ralentizar el dinamismo de la economía mundial”.
En los mercados predomina claramente la aversión al riesgo y, en consecuencia, se van adoptando medidas de resguardo, lo que conduce a frenar aún más las inversiones, y a buscar refugios, los cuales tienen impactos macroeconómicos. Muy evidente, por ejemplo, cuando recurren al dólar estadounidense, lo cual tiene incidencia en la balanza de pagos y en el tipo de cambio de países como Chile. Variable esta última que en el esquema seguido por el Banco Central y las concepciones neoliberales se deja irracionalmente entregada al mercado.
Entre los escenarios externos, el IPoM proyecta un curso de los acontecimientos globales no recesivo y considera al tipo de cambio como “un amortiguador importante de los shocks externos para la economía chilena”, lo cual implica no tener política cambiaria, renunciando entonces a un mecanismo macroeconómico importantísimo. Sus herramientas se reducen, dejándolo todo entregado a las políticas monetarias, usando preferentemente las variaciones de la tasa de interés, cuyo efecto ha resultado marcadamente marginal, las cuales, además, se hace poniendo como centro unilateralmente, como afirmó Mario Marcel, “que en el horizonte de dos años la inflación esté en 3%”.
Más cauteloso fue en una exposición efectuada en la Universidad de Zurich (Suiza) el presidente de la Reserva Federal estadounidense, Jerome Powell, “No anticipamos –afirmó- una recesión en EE. UU. ni global”. Pero a continuación, constató la existencia de “riesgos significativos”, que se están siguiendo de cerca. Entre ellos mencionó la incertidumbre por la guerra arancelaria (que va mucho más allá de un conflicto únicamente en este plano), el Brexit, la moderación del crecimiento en Europa (donde en el segundo trimestre hubo economías tan importantes como Alemania, y el Reino Unido en abierta contracción e Italia con sucesivas cifras negativas en los últimos cinco trimestres) y de China; además de una inflación que continua globalmente baja, a pesar de las medidas de estímulo monetario adoptadas.
Powell mencionó en su intervención la debilidad existente en EE. UU. de los sectores industrial y agrícola, El último libro Beige de la Fed, calificó el crecimiento del país de “modesto”, teniendo en cuenta la incertidumbre por los aranceles en los sectores industrial y agrícola. En ese momento se conoció el indicador de actividad industrial de agosto consignando una contracción. The Wall Street Journal constataba en los mismos días que “la disputa comercial entre EE. UU. y China frena la actividad fabril global. (…) obstaculizando el crecimiento de los gigantes industriales asiáticos como Japón y Corea del Sur y afectando a fábricas que están tan lejos del frente de batalla como Alemania. La producción industrial global –agregó- cayó en el trimestre hasta junio, como también el flujo comercial, señales de que la economía está más lenta”.
Los impactos de fenómenos externos en la economía chilena se encuentran en pleno desarrollo y van más lejos de lo previsto en el IPoM. Un ejemplo de ello lo proporcionan las exportaciones del país, las cuales en los ocho primeros meses del año fueron un 7,5% inferiores a las efectuadas el año anterior, de acuerdo con los registros del Servicio Nacional de Aduanas. Y en agosto la caída en doce meses fue de elevado 18,7%, como consecuencia de menores envíos industriales y de la disminución en la cotización de rubros fundamentales del país de ventas al exterior, como son el cobre y la celulosa. Siendo un reflejo de la reducción experimentada en el comercio internacional y de los efectos de la guerra comercial. Las exportaciones en agosto a China fueron un 11% inferior en cifras interanuales y a EE. UU. de 10%. Obviamente en dicho mes la reducción fue muy acentuada en relación con Argentina, disminuyendo cerca de un 85%.
Ello también se reflejó en la actividad de los puertos. En el primer semestre, la carga de comercio exterior movilizado por los terminales marítimos descendieron en 7,1%, comparado con el mismo lapso del año anterior, de acuerdo con las cifras proporcionadas por la Cámara Marítima y Portuaria de Chile, la cual contabiliza 33 puertos. En dólares el descenso fue de 5,4%. Las exportaciones se redujeron en 11,4%, llegando a 29,4 millones de toneladas, como consecuencia de la caída el intercambio comercial global y de la guerra económica. Por su parte, las importaciones se redujeron en 2,2%, comparado con enero-junio de 2018, consecuencia ante todo de la desaceleración de la demanda interna.
La necesidad de políticas anticíclicas efectivas se hace en estas condiciones imprescindibles “Las medidas del gobierno (fiscales) –comentó Claudia Martínez, economista de Zahler & Co- tiene su mérito en la medida que focalizan los recursos en los sectores más afectados, pero no tendrán por si solos un efecto significativo sobre el crecimiento del PIB. (…) la experiencia internacional –añadió- donde las bajas tasas de política monetaria han tenido un efecto acotado en la demanda y la inflación, ha llevado a plantear el uso de la política fiscal como medida adicional para estimular sus economías. (…) no debería descartarse -finalizó- la opción de postergar la reducción del déficit fiscal en un escenario para el próximo año de deterioro económico mayor al considerado en el IPoM de septiembre”.
Efectuando una exposición sobre el IPoM, Rossana Costa, consejera del Banco Central, proporcionó un ordenamiento en la aplicación de políticas en el país para enfrentar la coyuntura, cuando se les debería considerar simultáneamente y evaluando su efectividad. La primera reacción, sostuvo, debe provenir del tipo de cambio, el cual como ya señalamos se le deja al mercado con el agravante de que la cuenta de capitales en la lógica neoliberal se encuentra absolutamente abierta, conduciendo a que muchos de sus efectos en el país queden entregados a lo que determinen actores externos y movimientos especulativos. En segundo lugar, coloca a las políticas monetarias, con un movimiento de la tasa de interés formalmente anticíclica pero que hasta ahora desciende paralelamente con la actividad económica. Colocando en último lugar a las fiscales fuertemente restringidas porque se les condiciona al objetivo central de reducir el déficit estructural, criterio que debería abandonarse en el actual escenario.
La reunión efectuada el 12 de septiembre por el Banco Central Europeo (BCE), todavía bajo la presidencia de Mario Draghi, constató el empeoramiento experimentado por las economías europeas, cuyo pronóstico de actividad para la eurozona 2019 nuevamente la redujo, intensificando las políticas de estímulo monetario reduciendo su tasa de interés en terreno negativo, de -0,4% a -0,5% volviendo a comprar activos financieros, adquiriendo deudas por 20.000 millones de euros mensuales a partir del primero de noviembre e incrementando los costos a la banca comercial en un esfuerzo para que la liquidez disponible se traslade al mercado y no se deposite en el BCE. Las tasas negativas ya se aplican varios bonos centrales, como los de Dinamarca (-0,75%) Suiza (-0,73%) Suecia (-0,25%) y Japón (-0,10%). El conjunto de medidas se adoptó teniendo la oposición de los bancos centrales de Alemania, Holanda y Austria.
“A partir de este momento –editorializó El País-, la política monetaria pasará a un segundo término y habrá de ser sustituida por la política fiscal y los programas de inversión pública (…)”. “Los gobiernos con margen fiscal -recalcó Mario Draghi- deben actuar de manera efectiva y a tiempo. Las tasas negativas son instrumentos necesarios en la política monetaria (…). Pero -se preguntó- ¿cómo aceleramos estos efectos para que suban otra vez? La respuesta, nuevamente, la política fiscal”. Exigencia que no está presente en el país al privilegiarse bajar el déficit estructural, por lo cual las decisiones adoptadas van en la dirección de reasignar el gasto e incentivar las concesiones, que se mueven ante todo en función de las rentabilidades que puedan obtener. Mario Draghi permanentemente, enfrentando resistencias internas, ha defendido la necesidad de que se utilicen políticas fiscales expansivas.
El tema fiscal es una de las grandes limitantes de la eurozona. “El mayor problema que tiene la eurozona -ha escrito en su último libro Guillermo de la Dehesa, presidente del Centro para la Investigación de Políticas Económicas de Londres – es que siendo una Unión Monetaria desde 1998, pero no ha alcanzado, todavía, una Unión Fiscal, lo que reduce, de forma muy notable, tanto su funcionamiento como su peso económico y político internacional. Toda Unión Monetaria -recalcó- necesita una Unión Fiscal, es decir una Hacienda común y una Política Fiscal Común o, al menos, un Presupuesto común mucho más grande que el actual o, como mínimo un gran Fondo Europeo Común (…) para poder abordar tanto los Choques Asimétricos comunes, como también los choques individuales”2.
Christine Lagarde, hablando en la misma dirección a comienzos de septiembre ante el Parlamento europeo en el contexto del proceso de su próxima nominación como presidenta del BCE, refiriéndose a la situación de la economía europea, llamó la atención al hecho que “los bancos no son el único instrumento a utilizar” sino debe tenerse en cuenta que aquellos países que tienen la capacidad de hacer uso del “espacio fiscal disponible”, refiriéndose sin mencionarlos específicamente a Alemania y Holanda, deberían gastarlos en proyectos, por ejemplo de infraestructura. En la misma dirección se pronunció el Consejo Fiscal Europeo, organismo asesor de la Comisión Europea, sugiriendo una regla de oro “limitada” que permite excluir gasto público de las medidas sectoriales para favorecer así el crecimiento.
Hugo Fazio
Septiembre 2019