Hace ya casi 2.600 años atrás Leónidas, rey de Esparta, con solo trecientos hombres aguanto la embestida de todo el ejército persa en el desfiladero de Las Termopilas hasta que fueron aniquilados. Hoy en día todavía los recordamos con admiración y así será en los siglos que vendrán.
En las conferencias de Teherán en 1943 y de Yalta en 1945 los aliados vencedores en la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos, la URSS y el Reino Unido establecieron la frontera entre el futuro campo socialista europeo y el resto de Europa por los ríos Oder-Neise que corren de sur a Norte de Europa y marcaban la frontera de Polonia con Alemania. Sobre esa división territorial se empezó a desenvolver con posterioridad la denominada Guerra Fría entre los países socialistas y los capitalistas.
Este acuerdo de las Grandes Potencias duro hasta 1961 cuando unos seis millones de habitantes de una pequeña isla del caribe llamada Cuba decidieron por si mismos cambiar ese acuerdo y hacer pasar esa línea divisoria de los ríos Oder y Neise prolongándola por el estrecho de La Florida a solo unas decenas de millas de distancia del Sur de los Estados Unidos, proclamando que habían hecho en su territorio una Revolución Socialista. La pequeña Cuba se enfrentaba cara a cara con el inmenso gigante armado hasta los dientes y sus habitantes se prepararon militarmente para resistir una invasión, que se produjo y fracaso por haber sido mal calculada por el gigante que no supo aquilatar debidamente a su contrincante. Pero prepararon una segunda invasión, esta vez con todo lo necesario a su juicio para triunfar. Sabedor de ello, los cubanos aceptaron el armamento disuasivo que les proporcionaron sus ahora camaradas soviéticos, con lo cual, por si no se habían dado cuenta en los EE.UU., se confirmaba que la línea divisoria entre socialismo y capitalismo pasaba ahora por el Estrecho de La Florida.
Se vivieron en 1962 los días de la Crisis del Caribe cuando el mundo estuvo al borde de una guerra termonuclear que por la cordura de los dirigentes de los EE.UU. y de la URSS no se produjo toda vez que llegaron a un acuerdo, pero sin consultar a los cubanos al respecto, aunque garantizando su independencia como socialistas.
No se viola impunemente un acuerdo geopolítico de las grandes potencias mundiales. Por menos que eso han comenzado guerras en el pasado. Pero en este caso y a diferencia de lo que sucedió con Leónidas y sus espartanos, los cubanos no fueron aniquilados.
Así y todo, con un desparpajo difícil de concebir y de aceptar, esos mismos cubanos, ya siendo casi 10 millones, decidieron por su cuenta en 1975 nuevamente modificar líneas geopolíticas existentes en el mundo, en este caso en África, e intervinieron en el Sur de ese continente ayudando a cambiar la historia en Angola, Namibia y hasta en Sudáfrica.
Algún día y muy probablemente en un futuro todavía lejano, los historiadores examinaran sin prejuicio esos hechos que ya forman parte de la historia, y se preguntaran de donde les vino a los cubanos ese afán de modificar las divisiones geopolíticas existentes en el mundo y deberán reconocer que fue debido a un cubano que los convenció de ello y que hizo suya una idea de su maestro José Martí que dice que “Patria es humanidad” y que de la misma manera, porque que se trajeron por la fuerza miles y miles de africanos como esclavos a Cuba, ese hecho determino que cubanos negros, mestizos y blancos consideraran en el siglo XX que tenían todo el derecho moral de regresar a África y desempeñar un rol en su historia. Aparente ironía histórica. Y si habían decidido ser socialistas, fue por que ese cubano los convenció de ello.
Sumergidos en los problemas de la vida diaria en un socialismo aun imperfecto, pareciera que a veces los propios cubanos no se dan cuenta de lo que han hecho como pueblo caribeño, si no las nuevas generaciones, sí sus padres y abuelos.
En este continente americano, solamente los venezolanos hace dos siglos y bajo el liderazgo de Simón Bolívar, llevaron a cabo una gesta semejante.
Fidel se los dijo una vez, “Hemos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos”.
Carlos Romeo
Desde La Habana, agosto de 5018