Por Cristian Cottet
Todo iba bien hasta que apareció un señor de barba rasa y hablar cautivante. Hasta ahí, como dije, todo iba bien, porque resulta que ese señor era el candidato a la presidencia de la República por el Partido Radical, Alejandro Guillier. En su discurso de proclamación anunció que en su gobierno tendremos matrimonio igualitario, reconocimiento constitucional de los pueblos originarios, especialmente el pueblo mapuche, y de pasada le rinde homenaje a Radomiro Tomic, al Cardenal Raúl Silva Enríquez y a Pedro Aguirre Cerda, pero no nombra al Presidente Salvador Allende (tal vez por los compromisos que aún tiene con el Partido Demócrata Cristiano). El público aplaude, las cámaras muestran a connotados dirigentes de los partidos radicales, socialistas y comunistas y el candidato proclamado bromea con el público y con los dirigentes del Partido Radical. Finalmente, insistió en que su gobierno será de corte “progresista”, palabra que repite recurrentemente. Un discurso cautivante de casi una hora, un discurso donde deja por el suelo las AFP, la lógica mercantil de gobierno y cierra con un llamado a trabajar con la ciudadanía por el objetivo de “ser felices”. La vara, en tanto discurso de proclamación, quedó alta.
Verano, corrupción, elecciones… esos son los parámetros que la política chilena debe salvar a la hora de cualquier evaluación venida de palacio o del pueblo. En el caso de presentarnos hoy a votar por un Presidente de la República, las decisiones estarán difíciles de tomar.
Pero no todo es un discurso. Mientras Guillier consolidaba su camino a ser el candidato de la Nueva Mayoría, hasta un café santiaguino llegaron cuatro dirigentes políticos de orgánicas “progresistas”: el presidente de Pais, Gonzalo Martner; el coordinador político de Izquierda Autónoma, Sebastián Aylwin; el coordinador político del Partido Poder, Andrés Hidalgo, y el coordinador político del Partido Ecologista Verde, Pablo Riveros. El objetivo del encuentro era trazar las primeras directrices de una nueva plataforma política alternativa a la Nueva Mayoría y específicamente a la candidatura de Ricardo Lagos. A este esfuerzo le nominaron Frente Amplio, nombre que a poco andar otra agrupación de “orgánicas progresistas” les disputa el nombre.
Sin siquiera resolver este conflicto de nombres, doce “movimientos y partidos progresistas” integrarían el definitivo Frente Amplio, bloque político en el que se incluyen Revolución Democrática, Movimiento Autonomista y Partido Liberal, y a los que se suman los partidos Poder, Igualdad, Ecologista, Humanista, País, Convergencia, Izquierda Autónoma, Nueva Democracia e Izquierda Libertaria.
Así las cosas, el sociólogo Carlos Ruiz (Izquierda Autónoma), el dirigente sindical y ex PC Cristian Cuevas, el senador Alejandro Navarro y otros(as) se apresuran en aclarar que están disponible para participar en esta definición presidencial. Pero el asunto de fondo está en el reconocimiento de carencias y la necesidad de buscar referencias y proyectos para el país. En este contexto, ¿qué es lo “progresista”? Insisto, en tanto la mayoría de las orgánicas que forman el Frente Amplio se reconocen con este apelativo, ¿no podemos esperar más? ¿Es una forma de gobierno el “progresismo”? ¿Es lo que en algún momento definimos como reformista o revisionismo? Lo que no logro entender de esta propuesta “progresista” es la facilidad para saltar por sobre siglos de luchas sin el menor sentido de la realidad.
En verdad esto huele a una entelequia verbal para no comprometerse más allá de lo que cada uno pueda entender por “progresista”. Para mi gusto es una propuesta que sirve para un lavado y un trapeo, donde se puede contener desde la derecha hasta la más radical de las izquierdas. La presidenta del Partido Poder, integrante del Frente Amplio, señala para no dejarnos con dudas: “Nos planteamos como una alternativa a los dos bloques gobernantes, pero también a la izquierda tradicional, pues entendíamos que las dicotomías del siglo XX entre izquierda y derecha, no daban respuestas a las necesidades de la gente.” (Karina Oliva. launión.com, 26 de enero 2017).
¿Verdaderamente alguien está en condiciones de proponer que se puede aspirar a un mejor país desde “lo progresista”?
Si algo apura en este Frente Amplio es asirse de un manojo de propuestas de cambio que se sostengan sobre un mínimo de disciplina y desde ahí debatir, debatir y debatir, para con ello entender lo “progresista” como un algo asible y comprometedor.
No es solo cuestión del candidato o pre-candidato que se levante desde estas orgánicas, es mucho más. El compañero Allende no solo se preocupó de consolidar una referencia orgánica para su gobierno, la Unidad Popular, luego agregó una sólida propuesta de cambio, las 40 Medidas Básicas, y de remate un horizonte que le diera continuidad a este proceso, el Socialismo.
Hasta lo que resta de este mes de enero, el Frente Amplio solo tiene nombre y un entusiasta contingente de militantes, autodefinidos como “progresista”. En cierta forma este “progresismo” semeja a un mayúsculo enmascaramiento que se propone gobernar sin la izquierda “tradicional” o renovada pero debe apelar a esa izquierda tradicional a la hora de enfrentar las urnas. Guillier ocultó la figura de Salvador Allende en su potente discurso, ¡Dios mediante no pase lo mismo con el Frente Amplio!
ENERO 2016