Max Oñate Brandstetter
“¿Por qué no debería interesarme en la política?
Es decir, qué ceguera, qué sordera, qué densidad de ideología debería cargar
para evitar el interés por lo que probablemente sea
el tema más crucial de nuestra existencia, esto es, la sociedad en la que vivimos…”
(Michel Foucault)
El 1° de Mayo es una fecha de reivindicación, establecida por la segunda internacional socialista (encabezada por Federico Engels) en conmemoración de los mártires de Chicago de Estados Unidos de Norte América.
El lenguaje político tras este hecho, tiene una diversidad de significados e interpretaciones en Chile, sobretodo en un marco de aparente ruptura entre los trabajadores y sus dirigentes.
El sábado treinta de abril, ocurrió una expresión política callejera, diametralmente opuesta a la vereda reivindicadora; puesto que se trató de una marcha “a favor del control de identidad preventivo”, bajo consignas como “el que nada hace, nada teme”, con un lenguaje político nostálgico del régimen autoritario burocrático-militar, que señala que los opositores a la medida “son los terroristas y delincuentes de siempre”, y que la ciudadanía completa debería ser controlada para evitar el crimen, la delincuencia y el terrorismo, con un evidente sesgo pinochetista, que suele confundirse entre un fanatismo religioso y convicción ideológica.
Lo controversial de aquella movilización no es la cantidad de gente que podría haber asistido ni el sello “ideológico” de los movilizados, sino a quien le pertenece la soberanía política.
No cabe duda que esta forma de mirar la política es superior a la treintena de asistentes, y que además goza de representación parlamentaria, incluso a tal punto que en su momento el parlamento se había declarado a favor de esta práctica de control preventivo.
Sin embargo al ser derogada esta atribución policial, al dejar sin efecto el control de identidad preventivo, automáticamente se realiza una movilización contra el gobierno, contra las fuerzas que recompusieron la democracia, contra la delincuencia, contra el crimen, contra el terrorismo, contra la capucha, contra la izquierda, contra la gente pobre, que potencialmente es delincuente.
¿En qué pensarán aquellos parlamentarios que representan esta forma de pensar, para aprobar (por tanto reflejar la decisión política para la que fue elegido) una medida de esa categoría y luego deshacer la decisión política?
Es una demostración de que la soberanía política (sobre todo en tiempo de parcial inmovilidad social) reside en el parlamento y no en los electores, que incluso movilizados no influyen en la consecuencia política de sus candidatos electos.
Toda movilización cuenta con un equilibrio político que debe inestabilizar para irrumpir en el escenario político, ser tomada en serio como una amenaza, y desde ahí con seguir cambios y negociaciones.
La teatralidad política que presenta el congreso hoy en día, es que por medidas como ésta, se observa un constante “quiero, ahora no quiero”, lo que demuestra el espíritu pleno de la democracia representativa y la falta de seriedad, que aleja cada vez más a los electores y a la ciudadanía indecisa que se desencanta de la democracia sumergida en crisis.
Este es un indicador, que –en medio del proceso constituyente- señala que continuar con ese tipo de democracia delegativa, representativa, “enajenada”, solo envolverá a largo plazo una crisis constante e irrefrenable, con nueva constitución o sin ella; dado que si bien la soberanía política reside en los candidatos electos (al menos en la teoría democrática), por “mandarse sin el consentimiento ciudadano, sin tipo de control alguno”, es esa misma soberanía la que no solo es cuestionada, sino totalmente desplazada en tiempos de aguda movilización social, como ocurrió, por ejemplo, en el año 2011 entre los estudiantes e HidroAysén.
Mayo 2016
El autor es Cientista Político, licenciado de la Universidad Academia Humanismo Cristiano.