Ha sido el aire, la brisa que trajo el mes de octubre, la primavera, memorias soñadas de la infancia, recuerdos del mañana, anhelos de adolescencia, añoranzas de la vejez, o tal vez un perfume raro a fraternidad, a energía venida del mar que sigue ahí, a la vera, contemplándonos, sintiéndonos, percibiendo los pasos de la multitud como un oleaje amoroso.
Ha sido la carencia de poesía durante tantos años, el peso terrible de una normalidad ajena a la naturaleza humana, el peso de una noche larga, la oscuridad que implantaron siempre los poderosos.
Ha sido la memoria de pueblos ancestrales que hemos llevado durante siglos, la sangre indígena corriendo por nuestra vena mestiza, la visión fueguina del tiempo y las estrellas, el aura andina bajándonos al poso de la sangre. No todo hay que cargarlo a la cuenta del hambre, del resentimiento, la miseria, la sed, las carencias gigantescas, el desamor. Dolía también un tiempo perverso donde la mano del amo alzaba la huasca y se jactaba de su poder.
Pero sobre todo ha sido un eco distante, otros pasos remotos, pisadas de otro tiempo, ahora lo intuimos con certeza, las huellas quemantes del ayer. Y esos ojos observándonos, las pupilas de fuego y sombra de los nuestros.
¡¡¡Por fin hemos aprendido a sostener la mirada de los caídos!!!
Pueden llamarlo alegría, y entonces es una rabiosa alegría. Mezcla de tristeza y contento. Tristeza porque ciertamente hemos sido miserables.
Hemos sido empujados a la pobreza de un modo u otro. Nos empujaron, abusaron de nosotros, estuvimos en los corrales de la urbe, habitamos los rancheríos y la penumbra, la luz solo nos llegaba apenas, nuestra tragedia estuvo en los mares australes donde nos exterminaron, o en la pampa, o en las tierras indómitas más allá de la frontera. Claro, fuimos los de abajo, los condenados, los que no tenían nada que perder, salvo la paciencia.
Pero no solamente. También ha habido otra pobreza y miseria, y esa nos alcanzó a todos, incluso a los poderosos, pobres miserables de alma.
Ha sido el viento corriendo montaña abajo. El viento que sopla como una quena desde el filo de la piedra. Y ese eco insistente como una ráfaga, un silbido, un soplido sigiloso.
Es que queríamos hallar la felicidad acá, en este mundo. Al menos estas semanas de libertad, de igualdad en la calle, en los pueblos, en las ciudades, en los caminos.
Lo dicen los rayados en las murallas de estos días: “Rebeldía”, “Me rendí para el 73, ahora no”, “Mis abuelos no tuvieron miedo, yo tampoco”, “Cuando grande quiero ser secundario”, “Las revoluciones se producen en los callejones sin salida”, “Negra, avisa cuando llegues a la casa”, “Somos el río que retoma su cauce”, “Chile despertó”, “Por ti, por mí y por todos mis compañeros”, “Hasta que la dignidad se haga costumbre”, “Si te hubieran atendido a tiempo, hoy marcharías junto a mí”, “Chile, no te duermas nunca más”. “Porqué callar si nací gritando”.
Hemos abierto los ojos. Dejamos de mirar la televisión, el opio del pueblo de nuestros días.
El topo de la historia cruzó los subterráneos de los días y las horas y volvió a la superficie en estas semanas de octubre.
Ahora, sépanlo, un fantasma recorre el territorio.
¡¡¡¡Tiemblen poderosos!!!!
Estas habrán sido solo las primeras escaramuzas. En horas hemos aprendido lo que no aprendimos en años.
Los poderosos y sus servidores quieren engañarnos una y otra vez. Ya no es posible.
Nos arrancamos la venda que nos había dejado la dictadura militar y vemos ahora que la tiranía no se había terminado, está aquí, cegándonos, persiguiéndonos, impidiéndonos avanzar.
Es la tiranía de los dueños del poder y la riqueza, y su remedo de democracia.
No queremos migajas, exigiremos el todo o nada.
Chile será para todos o no será para ninguno. ¡¡Sépanlo!!
Ha sido el aire, el viento que vino del norte y del sur, del sudeste, ha sido un temblor de tierra que subió hasta el alma.
Ha sido la ansiedad de amor, de ternura, de comunicación, de solidaridad. Hemos vuelto a ser compañeros y compañeras. Nuevamente somos pueblo. Estamos de pie, andando hacia el mañana.
Ha sido un sueño que anidaba en nosotros. Un coraje. Una certidumbre. Un deseo abriéndose paso contra las telarañas de la costumbre.
Hemos llegado a otro Chile.
Y todas las fuerzas de la historia nos empujan a seguir avanzando.
Ahora es cuando hay que abrir para siempre las anchas alamedas para dejar nuestro paso libre y libertario hasta alcanzar la humanidad.
Ha sido la brisa del tiempo, el aleteo leve de una mariposa, una mariposa de fuego, y ahora es una tormenta que nada ni nadie detendrá.
Christian Guadiana
Chile. Noviembre 12, 2019