Por Cristian Cottet
Hoy desperté en un campamento o toma en puente alto, dormí en una cama junto a tres compañeros que compartían el miedo, la inseguridad y los sueños. Hoy es un día muy especial, prendimos la radio como a las once de la mañana y escuchamos al presidente Allende haciendo un llamado a no arriesgar nuestras vidas. Con mis compañeros, de los cuales dos eran menor de edad y el resto en el filo de los dieciocho, decidimos caminar hacia la ciudad, pero mejor volvimos a la casa desde donde salimos. Discutimos nuevamente sentados el suelo mientras el cielo de cubría de sonidos extraños, disparos, aviones, gritos. In poblador que no había visto nos dijo “Compañeros, yo sé dónde podemos hacernos de algunos fierros. Si quieren los voy a buscar”. Nuevamente tomamos la decisión de discutirlo. Unos dijeron que no y otros que sí. Definitivamente partimos yo y Rubén rumbo a una población donde nos recibió un poblador con un fusile AK, pertrechos y tres pistolas con carga. Nos pasó un bolso para llevarlo, nos ofrecieron un vaso con vino, “Pál camino, compañeros”.Caminamos a la avenida más cercana, cosa extraña pasó un microbús… “Suban, suban”, nos indicó el chofer. Rubén tomó el asiento de ventana y yo al pasillo. Metimos el bolso abajo del asiento. La micro avanzaba al sur recogiendo trabajadores y estudiantes, todos con miedo, todos silenciosos. Nosotros mirando a la ventana. A mitad de camino la micro se detuvo, subieron tres militares y al azar bajaron a tres personas, nos miraron, nos preguntaron de donde veníamos, a donde íbamos. En ese momento no temía, una sensación de impunidad me llenó el cuerpo. Los sondados nos tiraron al suelo, preguntaron nuestros nombres, requisaron los carné de identidad, se los llevaron a un oficial, volvieron. “Ya cabritos, suban al bus y vállense a la casa… ¡No quiero volver a verlos!” Subimos silenciosos a nuestros asientos. El bus continuó su camino. Bajamos, caminamos, caminamos silenciosos con el bolso en las manos. Llegamos al campamento, entramos a la casa de seguridad, subimos al entretecho el bolso. Era ya la tarde y se acercaba la noche. Volvimos a debatir qué hacer. Uno dijo que debíamos ir a La Moneda, otro que mejor nos quedábamos en la casa esperando “instrucciones”. Esta última propuesta se impuso…. “Mañana veremos” Se escuchaban disparos, nos subimos al entretecho, escuchamos sonidos de motores, gritos, disparos. Rubén,yo y el bolso nos abrazamosen silencio, sentimos como echaban abajo la puerta, escuchamos los gritos, dispararon al cielo, las balas pasaron a milímetros de nosotros, escuchamos los gritos del oficial. “Ya, ya…. Estos güeones nunca estuvieron aquí o se fueron… Tráeme a la vieja que dijo que estaban en esta casa”. Rubén, me cerró un ojo, los dos cerramos los ojos. Amanece en silencio el campamento. En la casa que estábamos con Rubén nos reunimos nuevamente a debatir qué hacer. “Crucemos el Río”. Propuso otro compañero que vivía cerca del lugar. Estuvimos todos de acuerdo en cruzar el río antes que amaneciera. Nos abrazamos, nos palmotearon la espalda. “¿Listo?” Pregunté. “¡Listo!” respondieron. En la punta iría yo, luego otro compañero, hasta cerrar con Rubén. El agua estaba helada como hielo, el contenido del bolso lo repartimos, llegamos al otro borde no solo mojados sino congelados. Nos tiramos en las piedras. Los primeros rayos de Sol nos entibiaron, nos miramos, estábamos todos. Volvimos a mirarnos y en un silencio triunfal reímos, reímos como locos, reímos como hermanos, como compañeros, como un tropel de niños jugando a los vaqueros. Enterramos el contenido del bolso y partimos cada uno a sus casas.