Por Carlos Romeo
La coincidencia de que el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York y el golpe de estado de Pinochet en Chile ocurrieran un 11 de septiembre, no es más que eso, una coincidencia. Pero ello no significa que ambos hechos no estén vinculados, aunque sea solamente por una relación que hay que buscar en cómo y por qué han ocurrido esos dos hechos históricos.
Para el estadounidense corriente, y son la gran mayoría, lo que sucedió en Nueva York fue un acto terrorista vengativo, perpetrado por una agrupación de creencia religiosa islámica que quería hacer sufrir a ciudadanos norteamericanos por las acciones de su gobierno en el Medio Oriente. En cambio, para esos estadounidenses, lo acontecido en Chile el 11 de septiembre de 1973 fue un acontecimiento de significación estrictamente local, caso propio de latinos subdesarrollados. Obviamente, el que se haya logrado probar que evitar y posteriormente acabar con la Presidencia del socialista y amigo de Fidel Castro, Salvador Allende, era una obsesión del Presidente Nixon, instrumentada por su consejero político y Secretario de Estado Henry Kissinger, ni la conocen y ni siquiera les pasa por la cabeza.
La vinculación no reconocida entre ambos hechos por la mayoría de los ciudadanos del país norteamericano radica en su visión de la realidad histórica. Para ellos, las acciones emprendidas por sus gobiernos han sido consideradas como reacciones lógicas y racionales ante las coyunturas geopolíticas y económicas acaecidas en el mundo, en su deber, obviamente indiscutido, de proteger lo que ellos llaman los intereses estadounidenses, estén en donde estén y afecten a quienes sea. Lo inquietante y peligroso de esta manera de ver la realidad, es que les concede “carta blanca” a sus representantes en el poder en materia de que hacer fuera de los EE.UU., por lo cual puede decirse que el verdadero lema de la política exterior del país del norte es “nada humano me es ajeno, en la medida en que toque mis intereses”. Los estadounidenses corrientes solamente reaccionan críticamente cuando esas acciones “les duelen” y hay que agradecerles a los vietnamitas el habérselo hecho comprender.
Lo dicho no pretende justificar el derribo de la Torres Gemelas, como tampoco se puede justificar el haber arrasado ciudades alemanas enteras mediante bombardeos estratégicos y los genocidios de Hiroshima y Nagasaki durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Por qué tuvieron que pagar por decisiones de las cuales no eran directamente responsables, un niño alemán, o japonés, o vietnamita, iraquí, afgano, o un chileno?
La Habana, septiembre del 2016