Por Aníbal Ricci
Ladrón de bicicletas (Vittorio De Sica; 1948), gran exponente del neorrealismo italiano, compuesta por memorables tomas en blanco y negro, fiel reflejo de la grandeza del cine italiano de antaño, filmada en ausencia de actores profesionales, con tal carga emotiva en los planos y la música, que desemboca en una historia que a ratos se torna efectista, un retrato melodramático de lo que significaba la pobreza en la Roma de posguerra.
En cambio, Niños del cielo, cincuenta años después, utiliza los mismos paradigmas (actores no profesionales y otra visión de la pobreza), pero dota a su película de una honestidad sin par, que hace dudar profundamente de la visión que tiene Estados Unidos de los países del Medio Oriente, en este caso de Irán.
El director simplemente recurre a la fuerza de su guion para dejar fluir la dignidad de los protagonistas: un par de hermanos que comparten un par de zapatillas para asistir a la escuela.
El punto de vista está centrado en los niños, que no se atreven a confesar que Ali, el hermano mayor, ha perdido los zapatos de su hermana. La complicidad y lealtad entre hermanos no tiene como objeto escapar de la golpiza, sino evitar un nuevo problema al padre (que todo lo discute en voz alta) para que no tenga que endeudarse en unos zapatos nuevos.
La familia funciona alrededor de una pieza, la madre enferma, el padre regaña fuertemente a Ali por no ayudarla, la niña sirve el té al padre y cuida al bebé. Nadie alega y la única solución que vislumbran los niños es compartir las zapatillas. El padre muele el azúcar para las ceremonias religiosas y con la misma rudeza es incapaz de sustraer un grano de azúcar para la familia.
Hay varias danzas en la película, de una simpleza conmovedora. Los niños lavan las zapatillas para que Zahra, la hermana menor, no se avergüence. La música los acompaña mientras juegan con las burbujas de jabón. A Zahra le quedan grandes las zapatillas y una de ellas cae a un canal. Son las protagonistas del relato y nuevamente la música sigue sus huellas a través del agua que simboliza el fluir de la vida. En otra ocasión, Zahra reconocerá sus zapatos en los pies de otra niña y comienza otra danza de distintos colores que conducirá a los hermanos a seguir corriendo en esta posta interminable de zapatos. Una simple música de flauta es todo lo que requiere la historia para que nosotros descubramos su potencia y la grandeza del espíritu humano.
Los zapatos funcionan como un símbolo de dignidad y se dejan fuera del templo. Cuando Ali y su padre viajan en bicicleta (homenaje a De Sica) a la ciudad de las autopistas y grandes edificios, ellos nunca pierden su humanidad y luego de realizar un trabajo de jardinería en una mansión, Ali intuye la alegría del padre y le propone que compre zapatos nuevos a Zahra.
Todas estas sincronizaciones para cambiar de zapatos han convertido a Ali en un atleta que deberá salir tercero en una carrera de larga distancia, otra simbología de la vida. De esta forma obtendrá las zapatillas para su hermana, pero ante el fragor de la carrera, cae empujado por otro corredor, se levanta y casi sin darse cuenta obtiene el primer lugar.
Ali llora porque el primer premio no le devolverá la sonrisa a su hermana, apenas la puede enfrentar de vuelta a casa. Se saca las zapatillas frente a una pileta y lava sus pies cubiertos de ampollas. El agua brilla y los peces de colores son testigos de la bondad del niño. Parecen besarle los pies. Nada de realismo, sólo la magia de vivir.
OBRA MAESTRA.
Ficha Técnica
Título original Bacheha-Ye aseman (Children of Heaven)
Año 1997
Duración 90 min.
País Irán
Dirección Majid Majidi
Guión Majid Majidi
Música Keivan Jahanshahi
Fotografía Parviz Malekzade
Reparto Mohammad Amir Naji, Amir Farrokh Hashemian, Bahare Seddiqi,
Fereshte Sarabandi, Kamal Mirkarimi, Behzad Rafi