Comentario Aníbal Ricci
Mank, dirigida por David Fincher, 2020
«Estoy acabado», confiesa Herman Mankiewicz (Mank, para sus amigos y enemigos). Recién terminó de escribir el guion de «Ciudadano Kane» (1941), tras treinta días de reclusión en un motel solitario, donde Orson Welles corrió con los gastos, contratándole una dactilógrafa y una enfermera, esta última para asistirlo luego de un accidente carretero que lo dejó con movilidad reducida.
No está acabado por sus heridas físicas, tampoco por el alcoholismo que arrastra desde hace años, sino que está destruido porque él mismo se ha encargado de convertir su vida en un infierno. Su hermano Joseph le reprocha su papel de cínico portavoz de la sinceridad en el mundillo de Hollywood. «Tú mismo te pusiste el sombrero de bufón», le dice, e intenta convencerlo de que su guion no vea la luz pública. ¿Por qué lo haces?; Mank le responde que para pasar a la posteridad. «Es tu mejor trabajo», agregará el hermano, y el guionista intuye que no podrá escapar de la ratonera que construyó.
Su ego ha vencido, prefiere traicionar a los suyos a costa de destruir su entorno social. El alcohol ha ido mermando su vitalidad. Sabe que no vivirá demasiados años, quedará solo y desempleado, pero decide no traicionar sus principios.
Mankiewicz está desilusionado de Hollywood: el famoso productor Louis Mayer (de la Metro-Goldwyn-Mayer) ha encargado un cortometraje falso, donde entrevistan a actores haciéndose pasar por gente común. Representa el nacimiento de las fake news, allá por la década del 30 (saliendo de la Gran Depresión), mostrando la influencia que podían tener los estudios en la política de Estados Unidos. El candidato republicano terminará venciendo en los comicios al escritor socialista Upton Sinclair, gracias a representar como mendigos a sus partidarios (una amenaza al derecho de propiedad privada) y a los republicanos como representantes del estilo de vida estadounidense.
David Fincher se vale del talento de Gary Oldman para interpretar a un sujeto difícil como Mank, de gran talento como escritor, pero que tras el alcohol oculta a un sujeto cínico e irreverente, que los estudios mantienen cerca, ya sea por miedo o admiración. Sus contrincantes también son complicados: un magnate y este nuevo director que lo contrata para escribir un guion.
«Ciudadano Kane» se inspiró en la vida del editor periodístico William Randolph Hearst, con paralelismos sin cabida a interpretaciones, razón por la que el propio empresario, su pareja Marion Davies y otras personas del círculo de Mankiewicz, trataron de persuadirlo para que la película no se estrenara. El mismo Louis Mayer intentó comprar el corte final, pero Orson Welles (de veinticuatro años) hizo prevalecer su incipiente fama de enfant terrible.
William Randolph Hearst mantenía un imperio periodístico, fue quien originó el término «prensa amarilla» (sensacionalista), pero tras la fachada de hombre público, Mank sabía que anidaba pensamientos muy acordes al fascismo. Hearst era el financista de Louis Mayer, presumiblemente también apoyó su intervencionismo político.
Mankiewicz también participaba de esos círculos aristocráticos, frecuentemente fue invitado a la mansión de Hearst en San Simeón (California). Pero Mank era un intelectual al que molestaba el poder del dinero. Para Fincher, la película resulta un ajuste de cuentas tras el verdadero artífice de «Ciudadano Kane». Resalta la valentía que tuvo el guionista para el logro del corte final.
David Fincher ofrece un retrato de época memorable, gracias a la fotografía en blanco y negro de Erik Messerschmidt, encuadres prolijos y un montaje que utiliza los flashbacks como si se tratasen de piezas de un guion. Detrás del entramado hay un homenaje al sustrato del cine: los guionistas.
Gran parte del metraje se refiere al proceso creativo que llevó a Mankiewicz a obtener el único Oscar de la cinta por guion original. Orson Welles lo contrató como ghost writer; tan desmesurado era el ego del joven director que prefería pagar generosamente a Mank (quizás el mejor guionista de la época), con la condición de que no apareciera en los créditos. En un punto álgido, Mankiewicz se da cuenta del alcance de la historia: quiere pasar a la posteridad, desnudando al mayor magnate de la prensa. No le importa que sea de su círculo cercano, sino desenmascarar la hipocresía que representa.
El guionista plasma a Hearst como un rey absoluto, pero que no cuenta con el apoyo del pueblo. Lo retrata como un ser solitario que se va esconder a su mansión en Xanadú, que se queda solo cuando su pareja lo abandona, pero Fincher lo dibuja (con mayor realismo) como un hombre poderoso que siempre contó con el cariño de la actriz Marion Davies.
David Fincher nos brinda una versión de claroscuros acerca de la personalidad de Mankiewicz. No eran tanto los principios de sus ideas los que defendía (aunque a la postre eso prevaleció), sino simplemente quería algo de la gloria que recaía en la gente que lo rodeaba. El guion de «Ciudadano Kane» fue su máximo logro y pagó un precio altísimo por enfrentarse a los poderosos. Pero no era valentía, simplemente se le acababa el tiempo. Sus excesos lo llevarían tempranamente a la muerte a la edad de 55 años.
La película da cuenta de una despiadada lucha de egos. Nunca queda del todo claro si es el monito quien hace tocar al organillero o es el organillero el que hace bailar al monito. Supuestamente, el intelecto de Mank es el que vence a los poderosos. Pero a qué costo. El escritor quedará solo y Fincher no es un maniqueísta. Hay una historia de grises, donde los millonarios del cine y los medios probablemente siguieron al frente de sus empresas. Pero la estocada a sus egos fue obra de Mankiewicz, aunque Fincher no elude retratarlo (a veces) como un bufón.
Hearst, por asociación del guion, operó como alter ego de Welles, debido a que este joven director creía estar por encima de los grandes estudios, siendo comunes los costosos rodajes y queriendo imponer su propio montaje sobre las sugerencias de los productores. Welles también quería conquistar el mundo.
Al igual que en «Ciudadano Kane», Fincher se vale de los múltiples puntos de vista para abordar a sus personajes principales. Los créditos iniciales y la música también nos introducen en la ambientación de la célebre cinta.
El padre de Fincher (el fallecido Jack Fincher) escribió un guion acerca de otro guion, una especie de estructura de matrioshkas. El visionado es interesantísimo, debido a que propone que la ficción crea el mito del magnate. El espectador podría pensar lo contrario, quizás la vida de Hearst fue la que originó el fantástico guion.
Pero esas matrioshkas son mucho más de dos. Cada ego contiene al otro, en un juego sin fin, pero el ego de Mank, luego de ochenta años, es rescatado por Jack Fincher y llevado a la pantalla por su hijo. Un homenaje emotivo que da cuenta del gran trabajo de David Fincher, engrandeciendo al rubro de los escritores, dándole un cauce tan alejado de los delirios de grandeza de Orson Welles. Sólo un artesano humilde es capaz de tocar las teclas finas de esta película.
El director también rinde homenaje a los tiros de cámara de Welles (un Mank borracho deja caer la botella, tal como Kane dejaba caer una esfera de cristal al morir), pero Fincher no se nos aparece como un tirano dispuesto a imponer su punto de vista.
Ver esta película es entender por qué vamos al cine. A ver buenas historias, con magníficas puestas en escena, diálogos agudos, montaje preciso y sobre todo basadas en guiones que dan cuenta perfecta de una época.
Pretender que una palabra resuma toda una vida podía sonar sobredimensionado: «Rosebud era apenas la pieza de un rompecabezas», escribía Mankiewicz para Orson Welles. Pero para Fincher tenía otra interpretación: «No puedes capturar la vida de un hombre en dos horas de película», palabras puestas en la boca de Mank por otro guionista (su padre).
David Fincher lo ha logrado con creces. No sólo ha rescatado la memoria de Herman Mankiewicz, nos ha hecho disfrutar de la magia de hacer cine, un cine de excepción.