Por Cristian Cottet
El poeta camina atado de un cordel para que no huya, le vigila un par de gendarmes cargando metralleta, otro preso se cruza en el camino de los gendarmes y el prisionero, el poeta observa de reojo el despliegue de fusiles y consulta si puede ir a un servicio y le responden que no. La gente se quiere se besa se palmotea la espalda la gente se saluda a la salida de un cine la gente observa los novios de la plaza se viste se desviste y de golpe como si nada sucediera aún se quiere.
Pero usted duda, si, duda de ese extraño sentimiento, de esa extrañeza que le hace dormir poco y aumentar los cigarrillos, no le hablo de la asesina duda que hace ver todo oscuro, no, le hablo de ese cosquilleo en las manos, de un gustito salado en los labios, usted está pasadito de años, piensa mientras carga el mate, despierta invadido de una tranquilidad que no conocía, se levanta, toma un abrigo para el frío, es invierno, piensa, también es noche, por eso extraña aquella voz, la risa, ese rechinar en la puerta de entrada a su casa, acéptelo, teme, si, teme a la dependencia y a la espera. Esto no se soporta, vuelve a sus pensamientos, ahora Serrat le molesta, le aburre y busca algo de Metallica que lo despierte, parece una jaqueca, pero no, no es jaqueca ni es Serrat lo que le molesta, no es tampoco el frío ni el perro que se refriega en sus piernas mientras fuma el tercer cigarrillo, si se duerme, cosa que le cuesta, puede no despertar, piensa y enciende el cuarto cigarrillo, yo le observo desde la muralla, percibo deseos de hablarle, proponerle mandar a buena parte esa muchacha, tomarnos un vino, reír, le observo y me veo sentado melancólico en la terraza, usted no lo sabe, pero estamos enamorados de la misma mujer, y permítame un consejo, no vale la pena intentar el olvido, se lo dice un amigo, un vecino, uno que habita en medio de su insomnio, ni usted ni yo somos una mariposa ni conocimos a Chuang Tse, usted duda… yo también.
Te vengo a matar, dijo mirándome a los ojos con una mano en el bolsillo del abrigo, lo sé, no esperaba otra cosa, hace mucho que debiste presentarte, no entiendo qué te retuvo, tenemos una hija, me dijo, eso me retuvo, ¿sospechas siquiera que me haces daño con esta decisión?, ella bajó la vista mientras movía una pequeña piedra con su pié derecho, no importa, no me importa, no lo hago por ti, lo haré por nosotros, por este amor que no me deja dormir, por los sueños, por lo que me dijiste la primera noche, por eso vine y por eso te vengo a matar, ¿cómo está la niña? pregunté, ¿te ha importado alguna vez? no me saques del tema, no me engatuses, vengo a matarte y nada lo impedirá.
No sé si fue un disparo o un sollozo lo que me despertó, lo cierto es que de golpe sentí su cuerpo entre mis brazos y un líquido tibio se escurría entre su pecho y la perforación del mío. El poeta no pudo terminar el texto que versaba acerca de lo miserable del acto escritural. No pudo detenerse, no pudo administrar su mano, no pudo contener las ideas hasta que después de cinco días escribiendo, descubrió con cierto pecaminoso placer que por fin había terminado su novela.
Se busca alguna estrategia para explicar.
Grabado: obra del Alejandro Albornoz