Por Andrés Vera Quiroz
«Yo no escribo para agradar ni tampoco para desagradar. Escribo para desasosegar»
(José Saramago)
En la ética, el (los) dilema (s) se presentan cuando debemos elegir entre dos u más alternativas, sin que haya elementos claros para decidirse por una u otra, al observar en ambas opciones aspectos positivos y negativos. Y según nuestros valores adquiridos en la vida escogeremos una de ellas, más allá sí es correcto y/o incorrecto incluso, más allá, si es verdadero y/o falso.
En ese sentido descrito anteriormente, la memoria durante el siglo XX se ha venido trabajando desde dos perspectivas más o menos definidas pero contrapuestas entre sí, una de ellas, la individualidad y otra, colectiva.
Nos referiremos a la visión de la memoria colectiva pues la individual cada persona a partir de sus experiencias, enseñanzas y recuerdos la puede traer al presente.
La memoria se ha estudiado desde la Grecia clásica pues con ellos se inaugura el “arte de la memoria” a partir de relatos de los poetas y filósofos, por tanto, era una transmisión, oral con lo cual, ya estamos dejando algo establecido, el lenguaje es la función fundamental y constructor para acometer dicho acto.
El relato de la memoria siguió profundizando con el devenir de la historia de la humanidad, por aquel, pasaron las hazañas de los romanos, la resistencia de los pueblos contra la opresión en todas las guerras y conflictos que hubo en la historia.
Además del lenguaje, existen dos complementos que vienen a reforzar lo anterior, como son las fechas y los lugares. En ese sentido, cuando se reúnen las sociedades van construyendo sus recuerdos. Dado lo anterior, Pierre Nora habla de “lugares de la memoria”, porque en esos lugares se configuran y almacenan los recuerdos (2009).
Según Nora, la memoria es vida encarnada en grupos, cambiante, pendular entre el recuerdo y la amnesia, desatenta o más bien inconsciente de las deformaciones y manipulaciones, siempre aprovechable, particular y mágica por su efectividad.
Por lo planteado hasta ahora, para que exista memoria también debe existir olvido, por tanto, ambas se relacionan y tienden a configurar las sociedades, en el sentido de que en la medida que una avanza el otro tiende a retroceder, cuando la memoria se incrementa el olvido se minimiza y viceversa.
Acá ya tenemos un buen desafío, y una tarea fundamental para el presente siglo, avanzar en la memoria para que el olvido retroceda lo más posible. Necesitamos memorias que comuniquen y narren los acontecimientos pasados y que no sólo se transmite el hecho, la hazaña y/u la gesta épica, muy por el contrario, necesitamos rescatar el significado de esos hechos, los por qué. Es decir, menos exactitud y más reconstrucción de significante para el grupo, para el colectivo, pues la comunicación de los significados y sus contenidos permiten dar una cierta continuidad al pasado, permitiendo que lo de ayer tenga permanencia en la actualidad y por tanto, aprehender del pasado, algo que todas las sociedades están en deuda.
El conflicto claramente es y será entre memoria y olvido. Este último se forja a partir del poder de los grupos dominantes y que por cuya presencia van modificando procesos, acuerdos, compromisos incluso, obligaciones institucionales. Por tanto, es un olvido impuesto desde los grupos que generalmente dominan abierta o secretamente las sociedades, pueden ser gubernamentales, académicas, políticas u eclesiales, en donde a través de las cuales imponen su punto de vista pues gozan de credibilidad y de poder. Cuando dicho olvido es impuesto silentemente, el mismo es aceptado y asumido por la sociedad, aparece la desmemoria y se transita lentamente hacia el olvido social.
Lo anterior, dos grandes pensadores ya lo plantearon Nietzsche (1874), “es necesario el olvido” y Todorov (1995), “es necesario olvidar”. No olvidemos que en Grecia se llegó a legalizar a través de decretos, el olvido. Dicho lo anterior, el olvido social lo utiliza el poder como mecanismo de control para narrar el pasado, relatar la historia de manera tal, que ellos son los únicos herederos reales del pasado.
En dicha perspectiva, el olvido es una desmemoria. Por tanto, nuevamente la tarea es avanzar sobre las enseñanzas de la memoria. Por tanto, afirmamos, sí el recuerdo se erige sobre el lenguaje y el lenguaje es parte de la memoria… el olvido se apoya en el silencio.
Seguramente a esta manera de pensar, reflexionar se refería Orwell cuando planteaba, “quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado”.
Pero ¿qué sucede con la memoria en la actualidad? Donde residen las grandes batallas por la memoria? Una respuesta a la rápida podría ser la solicitud de cierre del penal de Punta Peuco y/o en el nombramiento a lugares como Sitios de la Memoria, pero sin recursos ni política de conservación.
Pero no cabe duda, aun sigue en forma transversal la ausencia de debate, conversación y/o acuerdo sobre el NUNCA MÁS y todo lo que implica aquello. Mientras en la espera se siguen vulnerando los DERECHOS de la infancia, del pueblo mapuche, de los migrantes, de los trabajadores, de las mujeres y aparecen casos de personas retenidas y desaparecidas por agentes del Estado en tiempos de Democracia.
Cito a Elizabeth Jelin que plantea lo siguiente “En el plano personal, últimamente digo que “estoy aburrida de la memoria”, o que “me quiero ir de la memoria”, porque no me gusta lo que se está haciendo. Las cuestiones de memoria han invadido el espacio público y el campo de las ciencias sociales y las humanidades, pero de maneras que no me satisfacen; hay una banalización del tema. Cualquier cosa puede llamarse memoria, aplicando una noción de sentido común más que analítica” (2014).
Ahí, el desafío por tercera vez, la memoria permite conocer, denunciar y atender los atropellos de la sociedad actual, para evitar su olvido y naturalización, pues recupera las voces silenciadas y las experiencias de colectivos humanos. Con ese caudal, nos habilita a abrirnos a otras formas de pensar, resolver problemas y salir de la enunciación en primera persona.
Para finalizar, “la memoria nace cada día, con lo que significamos del pasado construimos la realidad en la que nos movemos, y por la memoria tiene sentido. La memoria nos remite a los orígenes, a lo fundacional, a lo que se encuentra al inicio de nuestras intenciones, de las intenciones edificantes de una nación, de una sociedad. Hay que saber qué hay en la raíz, en el comienzo, para averiguar así si hemos desviado el desviado el camino, y entonces sabernos conducir, porque cuando se olvidan los principios se olvidan los fines. Cuando se olvida el pasado el único futuro que queda es el olvido, y el olvido es la única muerte que mata de verdad” (Mendoza, 2005).
Febrero 2018