Por Aníbal Ricci
La leyenda del pianista en el océano
Dirigida por Giuseppe Tornatore, 1998
¿Qué puede salir mal en una película dirigida por Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso), basada en el monólogo teatral Novecento escrito por Alessandro Baricco (Seda), con la partitura a cargo de Ennio Morricone?
La literatura es la principal fuente de inspiración del cine, en este caso el guion también corre por cuenta de Guiseppe Tornatore, un artesano que por lo general busca la emoción en el espectador, es cierto que a veces se mueve al borde del sentimentalismo, pero Tornatore se encarga de darle contenido a las imágenes y el sustrato de Baricco le aporta profundidad.
Los travellings por la cubierta del Virginian sitúan al espectador en la realidad de comienzos del siglo XX y retratan la emoción de los inmigrantes al avistar “América”. La historia de Novecento (el pianista) será narrada por su amigo Max (trompetista) a través de largos raccontos que dan cuenta de la improbable historia de un pianista prodigio que nació a bordo de un barco y nunca pisó tierra firme.
El bebé fue hallado sobre un piano y el maquinista Danny lo crío lo mejor que pudo. Quedó huérfano y los pasajeros descubrieron que el niño tocaba el piano como los dioses. Por largos pasajes vemos a Novecento tocando piezas sublimes, de alguna manera sustrayendo a los pasajeros del temor a navegar por alta mar. Ya adulto creará historias a través de su música, acerca de lo que le cuentan los pasajeros, lo que observa de sus comportamientos, incluso imaginará lugares que nunca ha visitado sacados de llamados telefónicos aleatorios al otro lado del océano.
«No estás acabado mientras tengas una buena historia y alguien a quien contársela», le dice Novecento a Max, este último admirador del talentoso pianista, continuamente lo insta a que descienda del barco y comparta su música con el resto del mundo.
La historia está contada con los ojos de Max, destila un cariño genuino, la cinta es un homenaje a la amistad incondicional, a esa confianza depositada en otro ser humano que sabrá respetar incluso las determinaciones más radicales. Será doloroso, pero valdrá la pena honrar los deseos de su amigo pianista.
La cámara de Tornatore nos conmueve cuando Novecento está componiendo su mejor obra, mirando por la ventana a la mujer de sus sueños, interpretando el viento en su rostro de ensoñación, con el mar a sus espaldas, inspirándose a través de su ventana al mundo, esos ojos de buey del barco que enmarcan la belleza, esa eternidad que sólo los ojos enamorados pueden percibir, el piano es su mundo y en esa claraboya se refleja el exterior que lo conmueve, la fuente de inspiración de ese mundo finito al que el pianista le otorga eternidad.
Hay un monólogo al final donde Novecento revela a Max su temor más oculto. En este punto, la película se interna en temas profundos y Baricco expone su tesis acerca del secreto del artista. El pianista estuvo a punto de descender por las escalerillas del barco, deseaba tocar tierra firme para oír la voz del mar y buscar a la mujer de lo había hechizado. Observa la ciudad inmensa con calles interminables, un mundo sin fin que lo asusta. Le dice a Max que esa ciudad representa un teclado infinito con millones de teclas, el piano de Dios, pero le insiste que él sólo es un hombre y ese piano tiene demasiadas teclas, una música que no sabrá tocar, prefiere sus ochenta y ocho posibilidades, ese teclado finito que él puede convertir en infinitas partituras. Novecento es su música y no tiene el valor de abandonar el barco.
«No existo para nadie… Max, tú eres la excepción». Recalca la importancia de la amistad, de tener a alguien que escuche nuestra historia, ese otro donde poder reflejar virtudes y defectos. Encontrar ese lugar donde se comprende y no se juzga.
A Novecento le basta con que lo escuchen doscientas personas cada vez, regalarles esa eternidad que impone el océano, el pianista desea abrazar el cielo y dibujar notas hasta el fin de sus días. Una explosión no terminará con sus creaciones, el amigo las recordará e incluso Dios podrá hacerle ese lugar en el cielo.
Tornatore recurre a un contrapicado para registrar ese abrazo eterno antes de que la dinamita lo haga desaparecer de la faz del océano, mueve los dedos en su piano imaginario y la música resuena en su cabeza por última vez.
Antes el piano deambulaba por el barco en medio de la tormenta y viajaba por los pasillos de ese Macondo que era el Virginian. La anécdota no tendrá cien años, pero con el tiempo sólo ha quedado el esqueleto del barco y el piano ha dejado de tocar.
Ahora Max apenas tiene unos minutos para contar esta historia prodigiosa, no para recobrar su trompeta, sino para encontrar otro alguien que mantenga viva su amistad con el pianista.