Por Carlos Romeo
Revolución Francesa de 1789, Revolución de 1848, Comuna de Paris en 1871, todos ellos momentos de la historia de Francia en que el pueblo francés se levantó espontáneamente en contra del sistema vigente. Creíamos que esos eran ya únicamente acontecimientos de la historia. Es sorprendente por tanto, que la Francia del siglo XXI, rica e integrada a la Unisón Europea, más bien preocupada por la incesante invasión de habitantes de sus ex colonias y protectorados (eufemismo para decir lo mismo) con el fin de usufructuar un poco de su alto nivel de vida material del cual solamente conocieron una imagen cuando fueron colonia, está experimentando una insurrección espontanea en contra de lo establecido que recuerda lo que sucedió el 14 de julio de 1789. En vez de “sans culotte” y de mujeres con el gorro frigio, se trata ahora de individuos con “chalecos amarillos”, de esos que obligatoriamente deben poseer quienes manejan un vehículo en caso de que tengan que detenerlo y salir de él en medio de la carretera haciéndose claramente visibles para otros conductores, a los cuales se les han unido los estudiantes secundarios y ahora la Confederación General del Trabajo, la CGT francesa, que ha llamado a una huelga general. Insurrección sin liderazgo de partido político alguno ni de algún ideólogo, insurrección popular “pura” cuya unidad de acción se explica por la protesta en contra de muchas y varias cosas que van desde el precio de los combustibles, los impuestos considerado exagerados, los salarios demasiado bajos, un sistema educativo centrado en la competitividad, y otras características insatisfactorias de la sociedad francesas. En breve, los franceses protestan por que no están de acuerdo ni con su modo ni con su nivel de vida. Han errado el camino y quieren cambiar. ¿Cómo? ¿De qué manera? No está claro y mucho menos claro para el Gobierno que claudica y hace ofertas que no calman el estado de ánimo de la gente. Y eso está sucediendo nada menos que en Francia, corazón de la culta y democrática Europa del siglo XXI, no en un país del Tercer Mundo en que se pasa hambre, ni bajo el liderazgo de un partido revolucionario, que de haberlos han quedado tan sorprendidos como los del centro y los de la derecha y de la extrema derecha.
De la misma manera que se demostró la imposibilidad de la generación espontánea de la vida, las doctrinas políticas también habían creído que se había demostrado la imposibilidad de un movimiento revolucionario sin vanguardia política revolucionaria. Lo que está sucediendo hoy en Francia, que de paso recuerda lo sucedido en mayo de 1968, aunque en ese caso el movimiento fue más intelectual y encabezado por el estudiantado, lleva a reconsiderar las teorías de que cosas pueden ser un detonador que a su vez pueda lograr hacer estallar una carga explosiva latente en la sociedad.
La Habana, Diciembre del 2018