Otrora se consideraba un mérito de los obreros lo que se presentaba cada Primero de Mayo, las marchas con overoles azules y casco, los estudiantes volteando microbuses por unas chauchas más o chauchas menos. Era la izquierda. Sea el Frente Popular, sea la Unidad Popular, era la izquierda, eran los socialistas, los comunistas, los miristas. Eran las negociaciones de la Central Única de Trabajadores, CUT, con el Presidente de la República. Eran tiempos donde nadie le “mandaba a decir nada a nadie”, se discutía golpeando la mesa. Se convocaba a un paro nacional o local y nadie se asustaba más de lo necesario. Era una izquierda que se sabía empoderada.
En cierta forma depositamos todo tipo de requerimientos en esta figura simbólica que reunía como clase. La izquierda no era un frente popular, ni una agrupación política. La izquierda es y era una forma de vida que disputaba la conducción política del país. La izquierda estaba entre los estudiantes, la izquierda estaba en las casas, en las fábricas, en las reuniones sindicales. La izquierda era un proyecto, una estrategia, una táctica del periodo, un acecho y un sueño hecho realidad. Los “viejos” sindicalistas eran de la política de que “si no se gana, se empata”. Nunca perdían.
Esta izquierda resistió dictaduras, más bien derrotó dictaduras en el siglo veinte una y otra vez. Dio muestras de ser democrática. Por ello la derecha le temía y le respetaba. Un paro nacional era justamente eso… un paro del país. En nuestra memoria están miles o decenas de miles los muertos en las calles, luchando por condiciones dignas de vida. La izquierda enfrentó con heroísmo la dictadura de Pinochet y sus lacayos. Derramó su sangre en defensa de la Democracia.
Hoy la izquierda chilena en un oscuro ostracismo, está derrotada, silenciosa, enfrascada en alianzas espurias. Desde hace ya algunos años o décadas esta derrota se filtró en los espacios más íntimos de nuestros deseos. Los sueños (tanto los simbólicos como los materiales), mutaron a un discurso recargado de modismos y estados de ánimo que nadie sospechaba. Hoy la izquierda, o lo que queda de ella, se refiere al “modelo” o al “neoliberalismo”. “Capitalismo” es una palabra que no se usa.
Esto es una derrota, no tenemos fuerzas siquiera para respirar. Seamos claros, recuperar la Democracia cobró su costo en vidas y en calidad de vida, en combatividad y esto no es producto de traidores, es el rechazo de los pobres que no vieron más que los discursos mesiánicos, migajas que en verdad resolvieron reivindicaciones materiales e inmediatas, que resolvían deseos de sobrevida. Después de frenar la matanza de la derecha y las fuerzas militares, no se pudo más que tomar un aire, salir (por lo menos) a la calle, volver a reconocer al vecino y al traidor.
La izquierda está derrotada y el soporte material del cambio no es otra cosa que elegir cada palabra y con ellas reconstruir lo que dejamos. El «modelo», por ejemplo, no es una figura que desenmascare la base material del capitalismo. El denominado «neoliberalismo» es un ejemplo de lecturas que no van directo al corazón del proceso de acumulación capitalista. En este sentido es más llano hablar directamente de Capitalismo Financiero, o distribución mundial de la riqueza o cualquier sinónimo que desnude las transformaciones del Capital y la distribución del planeta en tres o cuatro zonas. La derrota de la izquierda no es el resultado de la mala suerte, si no el resultado de nuevas estrategias de acumulación capitalista. He tratado de incorporar estas diferencias, pero es tan profunda la crisis que finalmente se diluye en el “neoliberalismo” como moda. Es un fantasma, eso si, una entelequia para evitar las palabras “Capitalismo” y “Explotación”. Lo que ignoro, es si esta fantasmal figura se distancia o no del fantasma de Marx.
Cada día, cada movilización da cuenta de esta derrota política, social y militar. Como ejemplo cercano. En las últimas elecciones nacionales lo único que podía revertir el descalabro electoral era la izquierda, pero los resultados confirmaron la profunda crisis que atraviesa esta izquierda chilena y no fue a votar. La pasarela de candidatos decidió tomar un año sabático y olvidar tanta promesa y basura electoral.
Después de todo se trata de algo muy sencillo, simplificar la lectura de los cambios que se han producido en el escenario político de nuestro Chile. La pregunta más básica y extendida en el proceso de vida del ser humano es, “¿por qué?”. Tanto es su potencia de esta pregunta que incluso con solo convocarle se instala la duda existencial, la diversidad, el torpe caminar, la relación con otros animales, y lo más importante, crear comunidad. Todo se define desde esta pregunta. Entonces, ¿por qué está derrotada la izquierda?
No cabe duda que la búsqueda de una estrategia de desarrollo que beneficie al conjunto de los seres humanos es un objetivo de antigua data, sin poder aún alcanzar ese tipo de ordenamiento donde la pobreza no sea nuestro fantasma. En lo referido a la evaluación que se hace desde el capitalismo, éste responde más a desarrollos condicionados por un contexto internacional, económico, militar, cultural, etc. y se presenta como un salto adelante, pero no puede sino ser esa estrategia burgués de acumulación. Si aceptamos que la izquierda chilena no fue a votar en las elecciones del 2017, tenemos como hipótesis tres posibilidades: o bien pocos creen en la representación de la izquierda; o la izquierda es una minoría ínfima; o la izquierda atraviesa por una profunda derrota.
Una de éstas posibilidades… o las tres.
Aún así, no es engañoso creer que este proceso de centralidad global ha sido el punto final del proceso de crecimiento sustitutivo, pero lo cierto es que el proceso de agotamiento del sistema fue aparejado con otro de mayor envergadura y proyección y que tiene que ver más con el fin de la Guerra Fría y la consecuente unilateralidad política e ideológica a nivel mundial. El término de los sistemas productivos nacionales no fueron sólo reemplazados por mejores y mayores ventajas comparativas, sino que abrieron espacio a una nueva forma de integración mundial. Se presenta así un nuevo período de desarrollo para Chile y el planeta, ligado a la centralidad, al montaje de aparatos políticos funcionales y al desperfilamiento de toda alternativa de crecimiento nacional. Pero, ¿de qué sirve tanto número, porcentaje y expectativas si no tenemos, como izquierda, pocas posibilidades de intervenir?
Así, de una parte se visibiliza el disciplinamiento social desplegado en formas ni siquiera sospechadas y por otra el administrador político buscará nuevas inversiones y desarrollo de políticas de subsidios que permitan enfrentar el quiebre económico (cesantía, quiebre de empresas, etc.). Se parte del supuesto que al adoptar esta nueva estrategia se consolidaría una economía de libre mercado, el cual era el mejor camino hacia una distribución territorial más equilibrada de la producción, de la población y del bienestar. En este marco nacional e internacional, los capitalismos más diversos se alienaron en la concentración económica y en lo que podemos reconocer como un nuevo ordenamiento del capitalismo mundial. Es aún un proyecto capitalista que comienza a crecer, que se sostiene en un frágil proyecto y que no considera una izquierda política activa y proponiendo instrumentos de cambio.
Por el momento el capitalismo campea y se despliega en toda su grandeza, mientras el socialismo y la izquierda son palabras en desuso. La izquierda está derrotada… pero no muerta.
Cristian Cottet Villalobos
Marzo del 2018