Por Andrés Vera Q.
Yo soy de la generación
Que ve posible la vida
La que recuerda encendida
A aquel que un día cayó…
Formo parte de una generación de la cual, en estos tiempos, se habla poco. Somos como todos o quizás solo nombres que pocos conocen, pero fuimos muchos que confiados y decididos nos integramos a la lucha contra la dictadura y formamos parte de otro nombre que convocó a miles: el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR.
Quienes resistimos y militamos en los 80, lo hicimos guiados por la historia de lucha de quienes resistían y el ejemplo de las organizaciones de izquierda, en particular del MIR. Nuestras nociones elementales estaban regidas por el valor ético y digno de muchos caídos y la oposición consecuente a la Dictadura.
El amor a la libertad y a la justicia nos bastaba para sentirnos parte de la lucha de un pueblo. Por ello, en estos tiempos, en que muchos recuerdan, encontramos que son escasos los que se refieren a nuestra generación como parte de la historia popular y militante y más escasos aun los que abordan el tiempo de las protestas, las crisis internas y el advenimiento de los gobiernos “elegidos”.
Corrían los años 80, la experiencia en Neltume, pese a su aislamiento y aniquilación, se transformaba en un digno ejemplo para continuar la lucha. La seguidilla de acciones militares y milicianas entre el 79 y el 82 era un aliciente que demostraba que la lucha era posible La irrupción de vastos sectores populares a comienzos del 83, nos estimulaba a no decaer y a triplicar los esfuerzos dado que el triunfo de los sandinistas que, nos había ratificado que ninguna de sus tendencias tenía por sí sola la razón, nos señalaba los caminos futuros.
La muerte de hombres y mujeres que resistían y luchaban nos inspiraba para seguir su ejemplo amen del inmenso dolor que nos causaba. Esos caídos y las de muchos anónimos en las protestas populares que coreaban el “Pan, Trabajo, Justicia y Libertad” y el “Chile no se rinde caramba”, embargaban nuestras vidas para no separarse de nosotros y de nuestra acción.
Ese era el espíritu que nos guiaba y ese aliento determinaba nuestro quehacer en los liceos, en las poblaciones o en las universidades. No teníamos mucho que perder, pero con nuestra decisión y arrojo aspirábamos a alcanzar libertades y un mejor futuro. El sentimiento antidictadura teñía nuestras vidas de amor y rebeldía.
Quizás en la vorágine de los acontecimientos, guiados por nuestras rebeldías, con la certeza de que si no se lucha no se triunfa, no nos abocamos a la reflexión de los grandes problemas de la táctica y la estrategia.
Quizás, al estar armados de nuestras esperanzas no evaluamos las experiencias de Neltume, los levantamientos populares, los golpes represivos, los planes político-militares o las campañas. También es probable que ello lo delegáramos en los más experimentados, los más conocedores. Por ello, nos sorprendió la fragmentación, y seguramente ante el dolor provocado y como intento de aminorarlo, nos hicimos eco de prejuicios hacia quienes habían sido nuestros compañeros, que visto hoy con la distancia que otorga el tiempo, también nos duele.
Luego, fuimos actores y testigos de la desintegración; de la creciente disminución de la capacidad organizativa. Fuimos testigos de cómo un pueblo despliega enormes esfuerzos de lucha, aprende y persevera en su camino. Luego observamos, con impotencia, los acuerdos negociados entre la dictadura y sectores de la oposición “democrática”. Con impotencia vimos también, que nuestros vínculos sociales se debilitaban sin comprender las causas de fondo.
Eso es parte de nuestra historia como generación. Al igual que muchos, estamos orgullosos de nuestra historia, llena de pasión por cambiar el mundo. Quizás, podríamos ser los más duros críticos de los partidos políticos de entonces, de las organizaciones revolucionarias de ese tiempo y del MIR, en particular, pues nos correspondió “habitarlo” en medio de la más brutal represión, debilitadas, de alguna manera ya, sus capacidades de formación, con prácticas “verticales” y conspirativas como consecuencia de la política de exterminio desatada por la dictadura.
Percibimos, enormes esfuerzos de muchos, pero no suficientes para superar implementaciones artesanales de muchas políticas. También podríamos ser extremadamente duros con aquellos que entonces nos alentaban a seguir y hoy han renunciado a su propia historia, a nuestra historia. Podríamos criticar con rabia a las direcciones de todas las fracciones por su incapacidad para explicarnos los motivos de la división y sus consecuencias.
Pero creemos que no se trata de responsabilizar a otros por los errores de todos. La lucha social y política esta llena de requerimientos teóricos, políticos, materiales y también de experiencias y aprendizajes colectivos para confrontar escenarios en que los poderosos han acumulado no solo poder sino también conocimiento.
En cuanto a los errores propios, cierto es que unos tienen más responsabilidades, más historia, que en las militancias ocupábamos niveles orgánicos distintos. También es cierto, que muchos de nuestra generación fueron cooptados por el sistema, algunos andan en búsquedas de espacios donde transmitir su experiencia y los más, transitan los caminos de la apatía.
El mundo de hoy es distinto… el Chile de hoy es distinto, los pobres del campo y la ciudad se acrecientan. La construcción de alternativas para un Chile justo y solidario requerirá aprender de las lecciones que deja las experiencias de las luchas del pasado.
El camino es largo, la tarea por la cual cientos de militantes dieron sus vidas continúa vigente, las injusticias aún golpean sobre amplios sectores de nuestra sociedad. Los cambios registrados en el mundo y en nuestro país, imponen formular un nuevo paradigma para cumplir los sueños pendientes, ese es el desafío, hacia allá nos orienta el futuro.
La que persigue el calor
Que abraza y que da cobijo
La que renueva en sus hijos
Sus votos por algo mejor…
(Mi Generación, Pancho Villa)
Marzo del 2018