Por Cristian Cottet
Bastó que un ¿ex? pinochetista sacara la voz y se nos vino encima toda las debilidad que puede contener una propuesta política de país, que a la fecha ha priorizado por lo mediático más que por la solidez de contenido, dándole espacio a quién quiera ponerse a la foto y así sacar beneficios de los que no están en la foto.
Fue tal el golpe que la derecha le dio al Frente Amplio que desde las más diversas corrientes que convergen a este referente de izquierda no tardaron en rechazar la inclusión de Eduardo Díaz Herrera en sus filas.
Aquellos que creyeron que solamente con convocar a un referente nuevo estaba resuelto el tema de las alianzas, debieron repensar y salir al paso de una “diversidad suicida”. El aprendiz de mago, ese sujeto que no oculta sus intenciones de gobernar las fuerzas del universo con viejas pócimas de la unidad por la unidad, se delata y tensa en cada uno de sus pasos. Hasta hoy el ingreso al Frente Amplio está definido por volátiles entusiasmos que no permiten otear más allá de lo inmediato, de lo eleccionario, sin siquiera proponer algún tipo de proyecto de cambio.
Por otro lado, Díaz Herrera, que no es ningún ingenuo, se engolosina paseando por los pasillos del nuevo referente a cuestas de cambios de camisa o volteretas políticas. Es, en verdad, un campeón de la provocación y si las orgánicas que dan forma al Frente Amplio no consideraron esta posibilidad de tensión, simplemente pecaron de ingenuidad. En tanto no existen límites para ingresar al Frente Amplio, cuestión que obliga replantearse la concepción de democracia que busca y, en el corto plazo, reformular lo que entenderán como “condiciones de ingreso”.
Si al Partido Comunista lo hemos hecho pebre por insistir en la Nueva Mayoría y compartir con sectores derechistas, no sé qué queda para las orgánicas de izquierda reunidas en el Frente Amplio. Si ya los liberales sonaban un tanto extraños, el ingreso de la ultraderecha es una mala broma. Pero no es esta la disyuntiva más importante que se debe resolver, lo gravitante está instalado en la posibilidad de encontrar puntos de referencia que encaminen a una izquierda hecha de objetivos y propuestas que a la derecha (cualquiera sea ésta) les moleste, les incomode y definitivamente le dañe. No se hacen tortillas sin quebrar los huevos, decía mi abuela, y esto es una verdad profundamente demostrada.
¿Qué es la izquierda cuando los que se dicen de izquierda no les da el ancho a la hora de proponer, diría más, imponer un marco social y doctrinario que no permita hoyos negros desde donde puede colarse un fascista o un descarado oportunista que repita los vicios de la precaria democracia que construimos?
Visto así, el Frente Amplio con Gabriel Boric intentando ordenar y acotar este desorden, no tiene más salida y factibilidad que “despejar” algunas definiciones técnicas y doctrinarias. Ese es el punto, el resto es lo mismo de siempre. Si el Frente Amplio pretende ser una referencia política de masas, debería serlo desde la izquierda, debería serlo desde la tradición de lucha que ha mostrado el pueblo organizado, pero antes de todo debe instalarse más a la izquierda que el Partido Comunista, o por lo menos disputarle la representatividad que este propone hegemonizar. De otra forma, podemos deducir que no se aspira más de lo que ya existe y se consolida desde el ambiguo territorio de lo “progresista” este nuevo referente.
¿Es un aporte? No, no lo es ni en su mínima expresión. Como está planteado el Frente Amplio no sirve para enfrentar el periodo, no tiene Programa, no tiene (claramente) militantes, no está proponiendo una táctica política. En corto, no es novedad y para colmo, insiste en que el sujeto de cambio es el estudiantado y no ofrece más que migajas a los trabajadores, a los pobladores, a los empleados públicos. Hoy, el Frente Amplio no supera las expectativas que se pueden tener en una fogata playera… eso si… falta Charly y ¡ponerle rock and roll!
Febrero 2017