Cristian Cottet
Usted duda. Si, duda de ese extraño sentimiento, de esa extrañeza que le hace dormir poco y aumentar los cigarrillos. No le hablo de la asesina duda que hace ver todo oscuro, no, le hablo de ese cosquilleo en las manos, de un gustito salado en los labios.
Usted está pasadito de años, piensa mientras carga el mate. Despierta invadido de una tranquilidad que no conocía, se levanta, toma un abrigo para el frío, es invierno, piensa, es noche, extraña aquella voz, la risa, ese rechinar en la puerta de entrada a su casa.
Acéptelo, teme, si, teme a la dependencia y a la espera. Esto no se soporta, vuelve a sus pensamientos. Ahora Serrat le molesta, le aburre y busca algo de Metallica que lo despierte, parece una jaqueca, pero no, no es jaqueca ni es Serrat lo que le molesta, no es tampoco el frío ni el perro que se refriega en sus piernas mientras fuma el tercer cigarrillo. Si se duerme, cosa que le cuesta, puede no despertar, piensa y enciende el cuarto cigarrillo.
Yo le observo desde la muralla, percibo deseos de hablarle, proponerle mandar a buena parte esa muchacha, tomarnos un vino, reír. Le observo y me veo sentado melancólico en la terraza. Usted no lo sabe, pero estamos enamorados de la misma mujer y, permítame un consejo, no vale la pena intentar el olvido, se lo dice un amigo, un vecino, uno que habita en medio de su insomnio.
Ni usted ni yo somos una mariposa ni conocimos a Chuang Tse.
Usted duda… yo también.