Por Max Oñate Brandstetter
“Al fascismo no se le discute, se le destruye”
(Buenaventura Durruti)
El último gobierno del viejo periodo democrático en Chile, encarnado la figura de Allende y la Unidad popular; es desenvuelto en un contexto histórico donde se aplicó “la alianza para el progreso”, programa norteamericano de industrialización y desarrollo de América Latina, con el fin de impedir el ascenso del comunismo, que como régimen que en lo formal desafiaba al capitalismo, logró instalarse en alrededor del 50% de la población mundial de entonces.
La caída de la democracia y el ascenso del régimen autoritario militar, tiene 3 grandes causas explicativas –contradictorias entre sí- según lo expuesto en las ciencias sociales.
1) La “extrema izquierda”: el mapa cognitivo (interpretación de la realidad que está en juego) que opera en ésta lógica, es la que contemplando un gobierno profundamente transformador en materia de reformas sociales y económicas, se vio presionado por los movimientos sociales de derecha (camioneros), pero con mayor complicación aún, con aquellos grupos que “sin formar parte de la coalición de gobierno”, apuntaban hacia una “aplicación relámpago del programa de gobierno” –que no debía ser acelerado, sino paulatino según esta lógica- y radicalizarlo en algunos aspectos, lo que causó el quiebre al interior de la izquierda y del gobierno, generando finalmente el levantamiento militar, con responsabilidad exclusiva de los “termo céfalos” de extrema izquierda.
2) Las mujeres: desde que la mujer obtiene el derecho a voto, ha sido muestra y medida en las ciencias sociales –específicamente en la ciencia política- para justificar ciertos cuerpos teóricos, lo que oficializa o academiza determinadas ideologías.
El sujeto “mujer” que se respalda en este relato, es aquella que “cacerolea contra el gobierno que trae miseria, pobreza e inestabilidad política”, como si “las madres de Chile” salen en defensa de la patria y fueron el principal sustento de la defensa del gobierno militar. Esta explicación no solo responsabiliza “a la mujer” de la existencia de dictaduras, sino que además se obvia el hecho del sector social de esas “mujeres”, su filiación partidaria, su posición ideológica, condición religiosa, etc. Esta visión se ampara en “el dato duro” de que la mujer vota mucho más por la derecha que el hombre.
3) El capital financiero: tras el término de la segunda guerra mundial, Milton Friedman elabora una construcción teórica neoliberal, que rompiendo los cimientos de Keynes (que promovía el “proteccionismo económico nacional”, desarrollo industrial y mejorías relevantes en la distribución del ingreso, para impedir estallidos sociales a gran escala, que derivaran en “dictaduras comunistas”) trasplanta el “dejar pasar, dejar hacer” (economía desregulada sin intervención estatal; o dicho de otro modo, el mercado como guía y constructor de la sociedad, con las facultades del mercado auto regulado), pero posicionando un nuevo actor dominante en el proceso productivo: el capital financiero.
En la década de los 60, los “Chicago boys” construyen su libro-receta neoliberal llamado “el ladrillo”, construido en la universidad de Chicago, tras las revisiones de Thatcher y Reagan, se exporta el modelo teórico (no había sido aplicado en ninguna república democrática ni en alguna dictadura en el mundo) de la transformación económica que ya no necesitaba industrias, ni el “estatismo que no es más que un sinónimo de dictadura bolchevique”, solo se necesitaba dinero virtual y financiamiento monetario, cuentas corrientes, crédito, etc.
El programa económico viajó en nuestra historia nacional -como carta de sugerencia hacia el presidente en torno al “progreso económico”- por el gobierno de Alessandri, Frei y Allende, siendo rechazado en todos los gobiernos, y en la última etapa republicana, con un gobierno indispuesto a traicionar a sus bases políticas, a su programa “socialista” y comprometido con la equidad social, que ya había rechazado “al ladrillo”, y que entusiasmaba a la ciudadanía electoral –que se expresa en las últimas elecciones parlamentarias de 1973- era posible solo una opción: romper el proceso de equidad por la fuerza y no por sucesión de gobiernos, pues el ciudadano medio, se encontraba “bajo la brujería bolchevique de la mejoría social”.
La única forma de salvar el gobierno de la unidad popular, era llevar a cabo las transformaciones “sugeridas” en el ladrillo y dar paso a la modernidad –lo que supondría a Chile como país vanguardia de modernización y crecimiento económico- aunque eso rompiera al programa, la confianza ciudadana y quedara en evidencia que la democracia participativa, fuera percibida como algo nocivo a la “voluntad popular”.
Es decir, que la forma de salvar a la unidad popular, era convertirla en lo que es la “nueva mayoría” –o concertación- con exactamente los mismos resultados: sin confianza ciudadana, sin participación electoral, con mucho descontento y amplios movimientos sociales en contra de los resultados administrativos del capital financiero.
Las catastróficas consecuencias del capital financiero arrojan los siguientes resultados:
El 71% del Producto Interno Bruto (PIB) de Chile está concentrado en 6 grandes AFP -Plan vital, modelo, CUPRUM, Habitat, Provida y Capital- de las cuales la mitad son empresas extranjeras (1).
Esto moldea no solo la concepción y organización del trabajo, sino también la distribución del ingreso, e incluso el poder (tras la ley de herencia) tanto económico como político y que Allende en su calidad de presidente no estuvo dispuesto a construir, por lo que su proyecto cívico socialista, fue derribado por las armas, atemorizando a la población nacional –tras secuestros y asesinatos- por un gobierno de fato de 17 años de duración, en el cual se implementó una transformación económica que fue rechazada en la vieja democracia.
El autor es Cientista Político, licenciado de la Universidad Academia Humanismo Cristiano.
(1) Estos datos fueron publicados en el New York Times” publicado en 13 de septiembre del 2016.