Por Carlos Romeo
Desde el plebiscito de 1988 es una clara realidad que la opinión publica en Chile está dividida a la mitad entre quienes quieren conservar el orden socio económico liberal y la otra mitad que lo critica por ser injusto, pero que no lo repudia. Una parte no quiere una revolución que cambie el sistema vigente en Chile, o sea el capitalista, basado en la propiedad privada de las empresas que son las que crean la oportunidad de trabajar y determinan el nivel de vida para la mayoría de los chilenos que no están en condiciones de trabajar por su cuenta para ellos mismos, lo que quiere decir en estricta lógica, que consideran a los empresarios como necesarios e indispensables para conseguir un trabajo en Chile, en adición a la posibilidad de ser un empleado estatal. En ese orden de cosas, para la mayoría de los chilenos que únicamente pueden llegar a ser en su vida asalariados de empresarios o del Estado, hace falta un ente regulador de las relaciones que tienen con sus empleadores que evite el despotismo y la arbitrariedad por naturaleza propia de los propietarios del capital que les proporciona trabajo.
Si lo dicho hasta aquí es verdad, entonces hay que tener una tendencia al masoquismo para entregarle el poder del Estado a un Gobierno encabezado por un empresario líder de todos los de su clase a quienes representa y en este caso destacado como tal por la magnitud de su fortuna personal que lo acredita como empresario muy exitoso. ¡El poder regulador de las relaciones entre empresarios y trabajadores (aunque los que se visten de traje y corbata se consideren “empleados”), en manos de un empresario! Han sucumbido al sonido de la “flauta de Hamelin” que les dice “les aseguramos que habrá para todos” pero que no dice “como hasta ahora, mucho para nosotros y lo que queda para todos ustedes”. ¡La vida es así! O mejor dicho, el capitalismo es así.
La disyuntiva electoral que enfrentan los chilenos para elegir su próximo Presidente es entre un representante de los empresarios capitalistas y un político también partidario del capitalismo, pero bajo una modalidad “light” es decir, “más suave” para los que no son empresarios, perpetuando el régimen real que impera en Chile desde 1990. Ante esta realidad, no hay duda en que quienes no son empresarios no tienen otra alternativa que votar por el candidato que ofrece al mal menor, tal como lo expresa la realidad del régimen democrático a la chilena. Sea cual sea la definición, será un “deja vu”, o sea algo ya visto, conocido y experimentado durante los últimos 27 años.
Y este sketch político, representado una y otra vez por los integrantes de la clase política chilena, se repetirá en Chile hasta que los que no tienen capital, los más, logren unirse a los efectos de elegir un gobierno de verdad de su conveniencia, para lo cual deberán dejar de prestar atención a los sonidos encantadores del flautista de turno que representa a los que sí tienen en sus manos a las empresas del país o a quienes les ofrecen un capitalismo edulcorado.
La Habana, 30 de noviembre del 2017