Carlos Romeo, desde La Habana
Hoy en día todo revolucionario o integrante de uno de los procesos de cambio que transcurren en la América Latina y en el Caribe, está preocupado por las consecuencias de lo que sucede en Venezuela, en Argentina o en Brasil, países en los cuales las fuerzas políticas reaccionarias han pasado a la ofensiva e, inclusive, han logrado reconquistar nuevamente el poder ejecutivo como ha sucedido en Argentina y el legislativo en Venezuela. Vivo en Cuba y sin perjuicio de considerarme uno más de los que están preocupados por los acontecimientos políticos mencionados anteriormente, no tengo la menor inquietud con respecto a lo que sucederá en Cuba a pesar de los cambios ocurridos, tanto en su entorno exterior como en su interior. Conjuntamente con una profundo procesos de reformulación de lo que se entiende y se debe practicar como socialismo surgida en el interior de Cuba, tanto por sus dirigentes como por sus ciudadanos, el restablecimiento de relaciones diplomáticas y de otro tipo con los EE.UU. que sintomáticamente coinciden con una normalización de las relaciones con la Unión Europea, rompen el aislamiento relativo en que Cuba ha vivido durante más de medio siglo y auguran el inicio de un nuevo periodo para el proceso revolucionario cubano, con respecto al cual, reitero, no tengo ninguna preocupación, pero si la excitación correspondiente a poder vivir nuevamente un avance significativo de este proceso.
Un aspecto de la mayor importancia que ha caracterizado al proceso revolucionario cubano ha sido la profunda y sentida confianza mutua, tanto por parte de sus principales dirigentes como por el pueblo cubano, surgida, aprendida y practicada durante toda su duración. Esto, que puede sonar a slogan propagandístico, ha quedado demostrado por los hechos durante más de sesenta años.
Los asaltantes de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes en 1953 que no murieron en combate o posteriormente asesinados, y fueron encarcelados en Isla de Pinos, pudieron recuperar su libertad en 1955 dos años más tarde, gracias al movimiento popular de solidaridad de los cubanos con este nuevo tipo de políticos que se jugaban la vida por sus ideas inspirados por el pensamiento de José Martí. Nuevamente en diciembre de 1956 los doce únicos sobrevivientes de la expedición desembarcada el día 2 de ese mes que fue sorprendida y casi aniquilados por el ejército del dictador Batista, se salvaron y pudieron emprender la guerra de guerrillas gracias al apoyo desinteresado de campesinos de las montañas de la Sierra Maestra. Más aun, fueron campesinos y jóvenes venidos de la ciudad quienes integraron el Ejército Rebelde que, a los 25 meses del referido desembarco, derrotaron a las fuerzas armadas regulares y conquistaron el poder político con un apoyo abrumador del pueblo de Cuba. Las realizaciones de estos nuevos dirigentes políticos del país fue hacer lo que habían prometido durante la lucha, lo que se llamaba el Programa del Moncada, y mucho más aún.
Ningún gobierno habría aguantado más de medio siglo de agresiones militares, abiertas y subversivas, el riesgo de sucumbir en una deflagración atómica, un bloqueo económico, financiero y comercial de más de medio siglo y hasta la caída en un 40% del nivel del ingreso nacional a raíz de la desaparición de los países socialista de Europa, sin la existencia de una profunda confianza mutua como la que ha habido entre dirigentes políticos y pueblo cubano. Todo lo que se diga para negarlo no puede tapar la realidad histórica de la Revolución Cubana. Más bien recuerda el dicho árabe, “los perros ladran y la caravana sigue su marcha”.
Sobre esta base se inicia en Cuba una nueva etapa de su proceso revolucionario, ahora que, a mi juicio, se ha comprendido que, si bien en todo proceso de este tipo hay un momento de “la libertad de”, el siguiente, el de “la libertad para” se renueva inevitablemente por las propias leyes de su movimiento interno.
La dialéctica o el modo como se desenvuelven las coyunturas en el proceso de desarrollo de la vida social de un país a raíz de las condiciones internas y externas que las conforman es, a mi juicio predecible en el futuro inmediato, pero cada vez más impredecible en la medida en que pretendemos ampliar el horizonte temporal. En estos momentos podemos decir que nuevas condiciones internas y externas se conjugan en esta etapa del proceso cubano.
En su interior, la definición de un socialismo en el cual coexistirán relaciones sociales de producción basadas en la propiedad estatal con las que se derivan de la propiedad cooperativa y de la privada, incluyendo en estas últimas las del capital extranjero, y una economía mercantil, pero con una planificación nacional simultánea. El Estado ira desprendiéndose de obligaciones hacia su pueblo que un día pretendió asegurar de manera exclusiva, pero sin poder hacerlo a cabalidad, dando lugar a una restricción del surtido y de las cantidades de bienes y servicios disponibles para su población, pero asegurándole a toda ella lo que se consideró como básicamente indispensable y necesario, definiendo así de hecho lo que es el humanismo cubano. Eso se mantendrá. Lo demás, será el campo de la actividad económica privada.
Esta nueva configuración económica interna ira desenvolviéndose en un contexto internacional favorable por la apertura de relaciones económicas con los Estados Unidos después de 54 años de bloqueo económico, comercial y financiero por su parte, y la normalización de las relaciones de todo tipo de Cuba con los países de la Unión Europea. La inyección de capital a la economía cubana proveniente de esas fuentes ira modificando en su interior el desarrollo del “mapa” de sus diferentes relaciones sociales de producción, configurando una economía “mixta” de composición en evolución, pero en el futuro mediato bajo la autoridad indiscutida de un poder político central, a su vez en manos de un solo partido político. Hasta ahí, y a mi juicio, la prognosis.
Y la conclusión final: ¡hay Cuba Revolucionaria para rato!
30 de marzo del 2016