EL FRACASO DE EE.UU. EN AFGANISTÁN

“El fracaso de Afganistán – escribió Lluis Bassets en El País- ha demostrado la irrelevancia de EE. UU. en la región y evidencia el fracaso de su intento de modelar el mundo a su imagen y semejanza. Los talibanes -agregó- tenían razón, Ashraf Ghani presidia un régimen títere, organizado y dirigido por los extranjeros occidentales. Antes parecía propaganda, pero ahora lo han demostrado los hechos, cuando el ejército afgano se ha deshecho como azucarilla, sin ni siquiera combatir y el propio presidente ha huido al exilio sin llamar a la resistencia ni ofrecer más alternativa que el reconocimiento asignado por la victoria talibana”.

El presidente de EE. UU., Joe Biden, en sus pronunciamientos sobre lo sucedido culpó a los afganos del fracaso, manifestando que “les dimos todas lo posibilidades para determinar su futuro”. De esta manera se intenta justificar el no cumplimiento de los objetivos de la intervención. Cuatro presidentes estadounidenses figuran en el listado de quienes dirigieron el país desde la intervención en el año 2001. Las responsabilidades son, por ello, amplias. George W. Bush declaró la “guerra total contra el terror”. Donald Trump suscribió la “paz en Doha” con los talibanes en febrero de 2020, como un paso que le significaría a su juicio un punto a favor en las elecciones presidenciales que perdió. Obama, que llegó a la presidencia “como un candidato antiguerra”, según escribió en sus memorias, fue sobrepasado por los responsables militares que pedían, al contrario, aumentar los efectivos en Afganistán con el objetivo de lograr su “estabilización”.
Obama declaró terminada la guerra en 2014, destinando los esfuerzos y los fondos posteriormente en asesorar y sostener a unidades armadas afganas. Su rápido derrumbe, a pesar de los ingentes recursos que se le destinaron, muestran el total fracaso de esta orientación. Biden y los altos mandos militares de EE. UU. responsables del accionar en Afganistán efectuaron sucesivas declaraciones sobre la capacidad de acción que tendrían las fuerzas que apoyaron y organizaron, las cuales sostuvieron superaban en número y armamentos a los talibanes. Su derrumbe fue generalizado, proporcionando a los talibanes un gran arsenal militar adicional.

“Desde luego. Si yo tuviera una crítica grande a la empresa estadounidense en Afganistán -declaró Jon Lee Anderson, corresponsal de guerra del semanario The New Yorker-, diría que el problema de la concepción mínima del conflicto viene de los presidentes de turno del país. Nunca se molestaron en conocer una sociedad compleja, con muchos líderes de muchos tipos, que en muchos casos eran más poderosos que el presidente. Cuando Biden dice que los afganos no pelearon es insultante. Ellos ponen los muertos, y cuando hablamos del billón de dólares que EE. UU. se ha gastado en la guerra, y ¿cuánto fue a los afganos y cuanto fue a Boeing, a DynCorp, a Halliburton, a KBR o a las demás empresas involucradas en el conflicto?”.

Un factor muy poderoso en la derrota fueron los altos niveles de corrupción que se desarrollaron aprovechando la cantidad de recursos económicos utilizados. “La corrupción endémica en el Gobierno del depuesto presidente Ashraf Ghani -señaló Financial Times- dio a los talibanes la oportunidad de ganarse la simpatía de muchos afganos hartos de pagar sobornos”. John Sopko, el inspector general nominado por Barack Obama en 2012 entregó un informe el 31 de julio de su gestión. “Tras veinte años y US$145 mil millones intentando reordenar Afganistán, el Gobierno de EE. UU. tiene muchas lecciones que aprender (…) para salvar vidas y evitar despilfarros, fondos y abusos en Afganistán y un fuerte costo en vidas…)”. Los países de la OTAN comprometieron en la intervención US$2,2 billones.

Para el Archivo de Seguridad Nacional, ONG vinculada a la Universidad George Washington, se mantuvo una campaña “engañosa”. “El Gobierno de EE. UU. -señaló- engañó a la población durante casi dos décadas sobre el progreso en Afganistán mientras ocultaba en canales confidenciales los atentados”. “Se ha hablado mucho de los beneficios que los talibanes obtienen del comercio de opio y la heroína -señaló, por su parte, Financial Times- pero las cantidades que se recaudan de otras actividades son muy superiores, en especial de los impuestos a productos como combustibles y cigarrillos que transitan por las carreteras del país de cuarenta millones de habitantes sin salida al mar. Afganistán sigue siendo – añadió – el mayor productor de opio del mundo, a pesar de los US$9.000 millones dedicados a operaciones antidrogas en los años transcurridos en la invasión liderada por EE. UU. en 2001. Los talibanes cobran impuestos sobre las cosechas de droga, aunque los analistas debaten el grado en el que participan activamente en su comercio”.

De acuerdo a cifras del Banco Mundial, Afganistán, un país de 38,9 millones de habitantes, produce un 70% del opio mundial, unas 3.300 toneladas anuales, que en 2020 le proporcionaron ingresos por €393 millones en su comercialización. Dispone, además, de una gran riqueza minera. En 2010, una prospección minera efectuada por EE. UU. lo comprobó. Dispone de enormes depósitos de litio Se estima que un 47% de la población se encuentra en situación de pobreza.

Desde luego el fracaso no es solo estadounidense. El candidato en Alemania para suceder en la cancillería a Ángela Merkel, Armin Laschet, calificó la derrota en Afganistán “como la mayor debacle para la OTAN desde su fundación” (22/08/21). La intervención se efectuó utilizando por primera vez el Tratado del Atlántico Norte para ayudar a EEUU como respuesta ante los ataques del 11 de septiembre de 2001. “(…) invocamos -constató Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN- el artículo 5 en 2001. Pero no lo invocamos para proteger a Afganistán. El motivo para ir a Afganistán era impedir ataques contra EE. UU., que es miembro de la OTAN. Pero, al mismo tiempo -reconoció-, no esperábamos que todo colapsase en cuestión de días después de veinte años de potente inversión para crear las fuerzas militares afganas, de pagar sus salarios, de financiar su formación, de equiparlos con armamentos”. Este accionar conjunto fue reemplazado por decisiones adoptadas unilateralmente por EE. UU., como se confirma para dar un ejemplo con la caótica salida de Afganistán.

El 24 de agosto, el portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid declaró: “No está permitido que ningún afgano vaya al aeropuerto (…). La multitud debe volver a sus casas. No hemos acordado ninguna extensión y todas las evacuaciones de extranjeros deben terminar el 31 de agosto”. Por su parte, el G7 efectuaba el mismo día una reunión de emergencia para asegurar la salida de miles de extranjeros y afganos en situación vulnerable y ampliar el plazo establecido por Washington de finalizar la evacuación el 31 de agosto. Al mismo tiempo, en la cita, se pretendía resolver asuntos de la importancia de como concordar la interlocución con los talibanes. La reunión finalizó con el acuerdo limitado de buscar todas las vías posibles que hagan posibles evacuaciones después de la fecha límite establecida.

Dos días después, en una acción reivindicada por el Estado Islámico, de un ataque suicida en que se hizo explotar un artefacto explosivo portado en la chaqueta efectuado en la Puerta de Abadía del aeropuerto de Kabul, el cual causó más de un centenar de muertos, trece de ellos integrantes de las fuerzas armadas estadounidenses. y más de 140 heridos, quince de EE. UU. El portavoz de los talibanes Mujahid destacó que “en el lugar de la acción, las fuerzas de EE. UU. eran las responsables de la seguridad”, pero previamente debió el suicida atravesar controles talibanes. El Estado Islámico y los talibanes son enemigos declarados, con objetivos globales diferentes. El Isis está por un califato universal y se encuentra en pugna con los intereses nacionales de los talibanes.
El 28 de agosto, EE. UU. efectuó una operación calificada de castigo contra la rama afgana del Estado Islámico, en la provincia de Nangarhar al este de Kabul. La acción se efectuó mediante un dron que atacó, según detalló el general de división del Ejército, William Taylor, a objetivos de “alto perfil”, sin que se produjesen daños a civiles. Agregó que se procederá a efectuar acciones “antiterroristas” según “sea necesario”.

“Mire los países en los que se ha librado la guerra contra el terrorismo -escribió Ezra Klein en The New York Times-: Afganistán, Irak, Yemen, Somalia, Libia. Cada uno de estos países está peor, de alguna manera. Las pruebas de la idea de que la intervención militar estadounidense conduce inexorablemente a lograr mejoras circunstanciales simplemente no existen”.

Hugo Fazio