El 12 de marzo, el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, elevó la clasificación del Covid-19 a pandemia global. “Nunca habíamos visto –declaró- una pandemia provocada por un coronavirus” (13/03/20). A diferencia de la nueva pandemia la mayoría de los brotes respiratorios que golpearon al mundo entre los siglos XX y XXI (la gripe española en 1918, la gripe asiática en 1957, la gripe de Hong Kong en 1968 y la gripe AH1N1 en 2009, declarada superada el 2019), tuvieron relación con cepas del virus de la influenza.
Al efectuarse el anuncio había contagiadas en el mundo aproximadamente 120.000 personas, 4.300 fallecidas y casos en 144 países de cinco continentes. Todo ello en algo más de dos meses desde cuando se detectó en China. En ese momento, los países con más contagios, de acuerdo con cifras al 11 de marzo, en China (80.921 casos), Italia (12.462), Irán (9.000), Corea del Sur (7.755), España (2.231), Francia (1.764) y EE. UU. (1.107).
Luego de declararse la pandemia el director de la OMS declaró a Europa como el nuevo epicentro de la crisis. “Europa –señaló- se ha convertido ahora en el epicentro de la Covid-19, con más casos reportados y muertos que todo el resto del mundo junto, si exceptuamos a China”. Luego destacó como ejemplos a China, Japón y Singapur, los cuales actuando en forma “agresiva”, realizando las pruebas y dificultando los contactos con las medidas de distanciamiento social y movilización de la comunidad “se puede prevenir la Covid-19 y salvar vidas”. “Japón también está demostrando –añadió- que una implicación total del Gobierno (…) apoyada por una investigación a fondo de los focos, es un paso crítico para reducir la transmisión de la Covid-19”.
Mientras tanto en EE. UU. donde Donald Trump que había efectuado sucesivas declaraciones minimizando la gravedad de la epidemia, sosteniendo que no era peor que una gripe y su economista jefe, Larry Kudlow afirmaba que el país había “contenido” el Coronavirus y que la economía estaba “aguantando estupendamente”, declaraba la emergencia nacional para frenar su expansión. Esta decisión en EE. UU. es una determinación que en los últimos sesenta años solo se utilizó en dos oportunidades debido a un brote de infeccioso. La resolución inicial generó unos US$ 50.000 millones a estados del país afectados por la pandemia, suspende las deudas estudiantiles, demandando al Departamento de Energía para que adquiera petróleo destinado a la reserva estratégica, lo cual retira crudo del mercado, aumentando su demanda.
Posteriormente comenzó a concordar con el Congreso un paquete de ayuda evaluado en US$ 1,3 billones. Varios gobiernos europeos también anunciaron programas de ayuda, sin existir una acción coordinada. Según cálculos de la Comisión Europea suman 1,6 billones de euros en liquidez y 150.000 millones en medidas fiscales. Por su parte, el Banco Central Europeo acordó un plan de compra de 750.000 millones de euros en activos públicos y privados, a utilizar con flexibilidad, privilegiando ante todo a los países con más problemas.
El impacto en la actividad económica de la pandemia es claro, basta solo tener en cuenta que los mecanismos para enfrentarlo conducen a paralizar o ralentizar actividades. Ello conduce necesariamente a la reducción de los niveles de actividad económica, como lo confirmó la experiencia en China, país en el cual durante el primer bimestre de 2020 la producción industrial cayó un 13,5% con relación a los mismos meses del año anterior, la inversión en activos fijos en 24,5% y las ventas minoristas en un 20,5%, de acuerdo con las cifras de la Oficina Nacional de Estadísticas.
“La economía mundial ha caído en recesión –proyectó Financial Times- debido a los efectos de un ‘cóctel explosivo’, constituido por el coronavirus y la acción dramática que se ha tomado para limitar su propagación”, basándose en las afirmaciones de execonomistas jefes del FMI. “En este momento –afirmó Kenneth Rogoff, profesor de la Universidad de Harvard- la probabilidad de una recesión.
global es superior al 90%”. “No veo cómo –sostuvo Maurice Obstfeld, académico de la Universidad de California, Berkeley-, dado los eventos en China, Europa y EE. UU., no habrá una desaceleración severa”. A su turno, Olivier Blanchard, del Instituto Peterson, comentó que “no había duda de que el crecimiento (económico mundial) será negativo” en el primer trimestre de 2020.
Hasta ahora las estadísticas del FMI efectuadas frente al agudizamiento de la pandemia, hablan de que su repercusión será “significativa” y que el crecimiento de 2020 será menor que el de 2019 cuando alcanzó según sus cálculos a 2,9%. El Fondo considera que se produce una recesión global si el crecimiento es menor a 2,5%. Pero su magnitud es extraordinariamente difícil de determinar, dado que no es producto de un solo golpe, como el inicial en China, sino va trasladando su centro. Además de que sus efectos se unen a los que provoca el desplome de la cotización del petróleo y los problemas de liquidez que llevó a la Reserva Federal a establecer acuerdos con los principales bancos centrales para proporcionarles dólares. La Comisión Europea ya advirtió que la recesión puede ser mucho peor a las estimaciones efectuadas con anterioridad (Véase Carta Económica 15/03/20) y podría ser comparable con la de 2009, “El peor año –señaló- de la crisis económica y financiera”.
“No hay sincronización –constató Paul Donovan, economista en jefe del banco de inversiones suizo UBS- y ahí, como historiador económico, es algo que no he visto nunca. Puede –agregó- prolongar su duración, crear problemas adicionales sobre el comercio e indica que necesitamos una coordinación internacional. No hay forma de actuar aisladamente”. Concluyendo que si bien en un principio estuvieron en el centro de la pandemia grandes potencias económicas seguirá afectando “a diferentes países, de maneras diferentes, y en diferentes momentos temporales”.
El curso del centro de la crisis se fue trasladando. Empezó en China, la segunda economía mundial, luego se expandió a Irán, agobiada además por las represalias económicas impuestas por EE. UU., desde que rompió el acuerdo nuclear existente, y Corea del Sur, otra de las grandes economías asiáticas. Para golpear, cuando la OMS declaró la pandemia, a Italia, España, Francia y a otros países de Europa Occidental. Es conocido que ningún proceso de caída en la actividad económica, como el que se está viviendo, es igual al anterior. Algunas de sus manifestaciones se vinculan con diferentes momentos del pasado, incluyendo a la Gran Depresión de los años treinta del siglo veinte. El derrumbe simultáneo de las cotizaciones del petróleo y de mercados como el bursátil, para no mencionar la volatilidad mundial en las divisas permiten establecer diferentes comparaciones.
De otra parte, influye negativamente la falta de coordinación internacional, particularmente difícil cuando la mayor economía mundial aplica como idea central la consigna de Donald Trump de “EE. UU. primero”. Paralelamente, mecanismos tradicionales de políticas económicas presentan limitaciones, las tasas de interés de los principales bancos centrales del mundo están muy bajas e incluso son negativas, como sucede por ejemplo con las del Banco Central Europeo. Las fiscales están complicadas por las magnitudes de la deuda pública en el caso de muchos países. El ciclo expansivo de la economía estadounidense, que se aproxima al récord de 130 meses, casi cuatro veces que su promedio histórico, introduce otro elemento a tener en consideración.
Todo ello, en un escenario en que no existe coordinación efectiva a nivel mundial como lo demuestran las insustanciales reuniones del G7 o G20 y cuando muchas decisiones claves dependen del G2, países enfrentados por decisión de Donald Trump en una conflagración que ya lleva más de dos años de duración. “(…) me llama mucho la atención –señaló Raghuram Rajan, expresidente de Banco Central de India- que el G20 no haya dado absolutamente nada hasta este momento, eso es un reflejo de que realmente no tenemos ningún liderazgo mundial en este punto. (…) no se trata únicamente de que la Reserva Federal y los bancos centrales puedan proveer de liquidez. Esto debe ser un esfuerzo internacional”.
El origen del contagio – aunque su mecanismo de trasmisión exacto no ha sido precisado- se produjo en China, en la provincia de Hubei, una poderosa zona industrial, importante centro de la producción automotriz, tanto de empresas de ese país como de transnacionales, entre ellas Ford, Nissan y Renault. Hubei aportó en 2019 un 4,6% del producto nacional. Las autoridades procedieron inmediatamente a cerrar Wuhan, la ciudad de inicio del contagio, y otras 16 ciudades. El impacto en la economía China y global pasó a ser indiscutida, más aún cuando la epidemia se propagó ampliamente en el país.
Unas primeras reflexiones a nivel mundial se efectuaron haciendo comparaciones con el Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS) que a comienzos del siglo también se originó en China, el cual tuvo efectos en su economía y un reducido impacto en el crecimiento global. El impacto de ambas epidemias debe analizarse teniendo en cuenta el diferente nivel de China en la economía mundial. “En 2002 –recuerda Paul Krugman-, China aún estaba en las primeras fases de su gran crecimiento económico, equivalía solo al 8% del valor añadido del sector en la fabricación mundial, muy inferior al porcentaje de Estados Unidos, Japón y Europa. Hoy, sin embargo, China es el taller del mundo y representa más de la cuarta parte de la producción mundial”. La globalización con todas sus consecuencias positivas y fenómenos negativos que la han acompañado, hacen las repercusiones todavía más profundas.
China es una fuerza fundamental en muchos sectores económicos globales, constituye el 17% de la economía mundial, explica el 11% del comercio internacional, el 9% del turismo y es el mayor demandante de muchas materias primas. También es el productor principal de recursos claves en el mundo de hoy como las tierras raras, muy importantes por ser un muy buen conductor de electricidad. La localidad de Ganzhou, donde se procesa cerca de un 70% de los metales raros utilizados mundialmente fue afectada por la epidemia por lo cual informó GlobalTimes, publicación del partido comunista chino, durante febrero redujo drásticamente su producción.
A ocho semanas de informado el virus, el presidente chino, Xi Jinping en visita a Wuhan declaró “básicamente contenida” su propagación, asegurando “luchar eventualmente por la victoria” total. La visita se produjo cuando la Comisión Nacional de Sanidad anunciaba el número más reducido de nuevos contagios, 19, la mayoría de ellos detectados en Wuhan. “La situación en Hubei y Wuhan –declaró- ha empezado a mostrar cambios positivos con importantes progresos”.
El 18 de marzo por primera vez desde que se inició la campaña, China informó de que no había ningún nuevo contagiado localmente, sino solo “importados”. Pocos días antes también por primera vez el número de contagiados activos se ubicó por debajo de los nueve mil. Frente a la existencia de casos originados en el exterior se estableció la norma que todos los pasajeros al llegar a China deben cumplir una cuarentena de catorce días. Esta preocupación por los casos “importados” se da también en otros países de Asia y la región de Hong Kong, que estableció la cuarentena de toda persona ingresada desde el exterior, con la excepción de China, Macao y Taiwán. Una medida similar adoptó Taiwán, donde se produjeron solo 67 casos.
Ese mismo día, Italia superó a China en el número total de personas fallecidas, al contabilizar 3.405 personas, sobrepasando las 3.245 de la potencia asiática. La mayor parte de los decesos se había producido en Lombardía, la región de la península donde comenzó la crisis.
En Italia, el 22 de febrero se reunía extraordinariamente su Consejo de Ministros, comunicando Giuseppe Conte, su primer ministro, el acuerdo de que “en las zonas de focos (fundamentalmente Véneto y Lombardía) se prohibía la entrada y salida de personas”. El día anterior, estando en Bruselas se le había comunicado a Conte el primer contagio en un pequeño pueblo al sur de Milán de un ciudadano italiano, antes se había conocido únicamente el contagio de dos turistas chinos.
El 7 de marzo, Italia informó las medidas más directas adoptadas a esa fecha fueran de China al aislar hasta comienzos de abril toda la región de Lombardía, cuya capital es Milán y otras catorce provincias de las regiones de Piamonte, Emilia Romaña y Véneto que en conjunto tienen 16 millones de habitantes para intentar detener la propagación del virus. La medida afectó a una zona neurálgica de la actividad económica del país. En ella se integran múltiples actividades públicas.
Poco después la restricción de desplazamiento se amplió a todo el país y los efectos se expresaron también en otros países europeos y comenzaron a limitarse los traslados entre ellos de personas. En ese contexto se efectuó la primera cumbre de la Unión Europea concretada por medio de videoconferencia, en la cual se manifestó claramente una carencia de acuerdo para enfrentar colectivamente la emergencia. Un grupo de países, encabezados por Francia, se pronunció por un estímulo fiscal conjunto. Pero, otro grupo de países, con la activa participación de Alemania, entendieron la propuesta de más estímulos como una forma de relajar la disciplina fiscal y trasladar recursos presupuestarios del norte al sur. La cumbre finalizó con una promesa de coordinación y con un plan de acelerar el desembolso de fondos estructurales presupuestados desde 2014 ascendentes a 25.000 millones de euros. En una situación que exige unidad de acción y decisión para actuar predominaron las divisiones.
España es otro país europeo muy golpeado por la epidemia. El 20 de marzo ya alcanzaba a Irán en el número de contagiados contabilizados y superaba las cifras de 1.000 muertos. El gobernador del Banco de (Banco Central), Pablo Hernández de Cos, en un comunicado llamó la atención sobre las repercusiones muy fuertes, además, en la actividad económica. “Nos enfrentamos –destacó- a una perturbación sin precedentes, de una intensidad incierta, aunque todo caso muy notable. Las necesarias medidas de contención en España y en otros muchos países han llegado a una disrupción muy severa de la actividad económica. (…) la dimensión de las perturbaciones hace necesario una mayor ambición de las políticas fiscales europeas comunes (…). Una mayor ambición y coordinación de la respuesta a escala europea –enfatizó- no es una opción es una necesidad. La pandemia será un episodio transitorio. (…) la duración de los efectos depende esencialmente del éxito de las medidas para reducir los nuevos contagios y, también, de las políticas aplicadas para atenuar el impacto derivado del cese de la actividad de muchas empresas y de las consiguientes pérdidas de empleo”. Son conclusiones validas no únicamente para España y Europa, sino a nivel global.
Hugo Fazio